Por Tomás Marco
La relación que los animales puedan tener con la música ha sido comentada desde muy antiguo, especialmente en lo que se refiere a los pájaros, que son los que más han llamado la atención de los humanos y a cuyo sonido se le suele llamar ‘canto’. El estudio de la música en la zoología ha dado incluso pie a lo que hoy se llama zoomusicología, a la que ya le han surgido hasta algunos especialistas. El término tiene ya sus años pues fue acuñado por el compositor e investigador francés François-Bernard Mâche hacia 1983 y ha hecho fortuna.
De cualquier manera, al hablar de música y animales se suelen juntar tres cosas que tendemos a mezclar aunque sean muy diferentes. La primera sería si los animales aprecian la música humana, la segunda si los animales hacen verdaderamente música y la tercera si se puede hacer música a partir del sonido animal. Se podrían dar otras aproximaciones complementarias pero estas son las tres principales.
Sobre si los animales aprecian la música humana hay creencias muy tópicas que, sin embargo, no son tan verdaderas. Incluso son creencias arraigadas desde la Antigüedad como el mito de Orfeo amansando a las fieras con la música. Para la mayoría de los que poseen perros o gatos hoy día no cabe la menor duda de que sí y, curiosamente, lo que les gusta a sus perros o gatos es lo que les gusta a ellos. Un amante del rock afirmará que a su perro le gusta eso y otro de la ópera que su perro disfruta con las arias verdianas o los coros wagnerianos. En realidad, es una proyección sonora de algo muy común en nuestra sociedad donde a las mascotas no se las trata como a perros o gatos sino como si fueran niños.
Para que los animales pudieran disfrutar de la música humana tendrían que poseer tanto el sentido humano del tiempo, puesto que la música es tiempo en la misma medida que sonido, como su sistema auditivo. Tiempo y memoria, pilares de la música, funcionan en los animales diferentemente que en el hombre e incluso diversamente según las especies. La música que podrían apreciar los animales es la hecha para sus oídos no para los humanos. Según el especialista Charles Snowdon solo podrían apreciar la música de su especie. O hecha para su especie, puesto que el propio Snowdon, conjuntamente con Teie, ha fabricado, al parecer teniendo en cuenta su morfología acústica, una música para gatos que venden por Internet. También intentaron hacer música apreciable para monos y, pese a su cercanía con los humanos, tuvieron que subirla tres octavas con lo que era imposible de ser apreciada por humanos pues la parte que podían escuchar era de lo más desagradable. Poco tiene que ver con la música que habitualmente se nos dice que es ‘natural’ y para los animales que sospechosamente suena casi siempre a new age.
La música humana no parece así que sea un arte para animales, ni siquiera si fuera verdad que las vacas dan más leche con Mozart, cosa menos probada de lo que se afirma, pues dar leche no es un deseable efecto estético. ¡Qué sería así de Salzburgo y de su festival! Tampoco es válida la anécdota que se cuenta -seguramente falsa- del criador de canarios que los entrenaba haciéndoles escuchar arias de Lucia di Lammermoor. La función de la ópera no es sin duda esa.
La segunda cuestión es si los animales hacen verdaderamente música. Hay mucha gente que lo cree así, especialmente con los pájaros y sus llamados cantos. O con ciertos pájaros, pues no he visto que nadie defienda la música de los grajos o buitres, ni siquiera de las gallinas aunque se hable del ‘canto del gallo’. Por muy cercano que los gorjeos del ruiseñor o el canario nos parezcan con nuestro canto, no hay mucha base para afirmar que los pájaros hagan música. Los pájaros, como otros animales, emplean señales acústicas para comunicarse y eso es lo que es su canto, que tiene la misma función que el rebuzno en los asnos. Pretender que el pájaro canta y el burro solo rebuzna es francamente discriminatorio. Para ser música, no basta que el canto del pájaro se pueda aprender, desarrollar o variar, ni siquiera que les dé placer hacerlo, pues la función estética no existe desde el momento en que la señal es siempre utilitaria. Uno de los misterios y de las grandezas de la música humana considerada como arte es su absoluta inutilidad en el sentido funcional. Eso no está al alcance de los animales.
En tiempos más recientes, la cuestión de los cantos de pájaros se ha extendido a otros animales. La investigadora de la Universidad de Washington Krystin Laidre, que tuvo amplias discusiones con la compositora Emily Doolittle, quien aparentemente y según ella misma hace música desde y para los pájaros, negó la condición de músicos a estos, pero se convirtió a otra especie tras un viaje al Ártico en el que escuchó los sonidos de los cachalotes en los que acabó creyendo intuir un sentido estético. Eso no era tan nuevo. Desde hace años se viene insistiendo en la singularidad del ‘canto’ de los grandes cetáceos y la música de las ballenas ha tenido cierta popularidad. De cualquier manera, no puede verse en ella un mecanismo que difiera ni esencial ni mínimamente de lo que ocurre con el canto de los pájaros. Quizá lo que ocurre es que quizá nosotros creamos apreciar la música de pájaros o ballenas como creemos que los animales aprecian la nuestra pero finalmente cada especie tiene la suya con unos presupuestos que no comparten las demás. Tal vez porque en el ser humano la música está íntimamente ligada, desde su nacimiento, a algo que no tienen los animales: el lenguaje articulado. La gran barrera, más aún que el raciocinio entre humano y animal es el lenguaje y esa es igualmente la barrera musical.
La tercera cuestión sería si se puede hacer música con el sonido animal, sea considerado o no como canto. La respuesta es evidentemente sí pues hoy día cualquier fuente sonora de cualquier tipo puede servir de base a una obra musical. Ya los griegos intentaron hacer música imitando el canto de las aves y uno de sus más antiguos e ilustres ejemplos es el coro de pájaros cantores que Aristófanes introduce en La Aves, más que nada para mofarse de Sócrates.
La imitación de fenómenos de la Naturaleza, no solo de pájaros, está presente en mucha música del pasado. Desde las pajarería de un Clément Jannequin a la presencia de pájaros (y de otras muchas cosas) en los conciertos vivaldianos. También Beethoven introduce pájaros en su Sinfonía Pastoral, pero no solo a ellos sino también a los arroyos y a las tormentas. La impresión que se tiene es que esta es una manera fácil de acercarse a una descripción sonora de la Naturaleza.
Entre los modernos, sin duda el compositor que más ha utilizado musicalmente a los pájaros es el francés Olivier Messiaen.
Obras como Pájaros exóticos, El mirlo negro o el amplio y exhaustivo Catálogo de los pájaros, por no hablar de una amplia escena del San Francisco de Asís, revelan su cuidadoso estudio de la materia y lo seriamente que se lo toma. Pero no se limitó a hacer un tratado de ornitología sonora, sino que, a partir de esos datos, compuso y surgió su música propia. También con las ballenas y otros grandes cetáceos, compositores diversos han hecho lo mismo. Ya en 1966 el británico John Tavener ofrecía la cantata The Wahle (La ballena), que en realidad trataba la historia bíblica de Jonás, y otros han usado posteriormente los cantos grabados de las ballenas igual que Rautavaara lo hiciera con los pájaros boreales en su Cantus Arcticus.
En fin, que este es un uso en el que el sonido de los animales si puede finalmente convertirse en música pero no con mayor o menor legitimidad que cualquier otro sonido.