La novela Los sufrimientos del joven Werther de Goethe se convertiría en un auténtico manifiesto del espíritu decimonónico: el personaje principal encarnaba a la perfección el sentimiento trágico de la vida. Jules Massenet quedó completamente fascinado por este personaje que inspiraría una de sus óperas más interpretadas. A la postre, Werther se convertiría en el auténtico alter ego de Alfredo Kraus, quien sin duda contribuiría con su enorme talento al resurgir de esta ópera en los grandes teatros del mundo desde la década de los 70.
Por Alfonso Carraté
La historia de Werther: de la novela alemana a la versión francesa
La ópera Werther de Jules Massenet se estrenó el 16 de febrero de 1892 en el Teatro Imperial de Viena, cinco años después de que se terminara, y contando con el célebre tenor Van Dyck. Mucho se ha hablado de la influencia del viaje que emprendió el compositor a Bayreuth en 1886 y la influencia de tintes musicales wagnerianos en esta ópera: un cromatismo mucho más acusado que otras de sus óperas, la presencia de leitmotiv ligados a cada personaje y las situaciones, y la apelación de drame lyrique para bautizar la obra. Otro rasgo nos hace pensar en el estilo de Wagner en la ópera Werther: el compositor huye de la clásica alternancia de recitativos y arias. Las distintas escenas se imbrican constantemente, ahondando a menudo en el estilo arioso y sin dejar prácticamente al público la posibilidad de aplaudir en este drama musical continuo.
Una temática tan particular como la novela de Goethe Los sufrimientos del joven Werther de 1774 le permitiría a Massenet alejarse del clasicismo compositivo que había marcado su ópera Manon, o del tono remarcablemente heroico de Le Cid. Fue su editor Georges Hartmann quien le condujo a Massenet a Wetzlar para visitar la casa de Goethe, y quien le propuso la lectura de esta novela magistral, que quedó completamente fascinado. Fue este flechazo el que le impulsó a empezar los primeros compases en 1885, con un libreto compartido de Hartmann, Milliet y Blau.
La ópera Werther de generó gran estupor en Viena, puesto que los libretistas habían manipulado buena parte del texto original de Goethe. Esta novela, que expresa con Faust la auténtica expresión del sentimiento romántico, había desencadenado una ola de suicidios en toda Europa por su gran dramatismo. Por ello, el sector germánico se enojó enormemente por haber alterado su esencia en la versión de Massenet. Además, el compositor se esforzó en caracterizar con gran realismo el ambiente provinciano y superficial del hogar alemán de este período del Romanticismo, que se ha bautizado como la época Biedermeier, algo que tampoco gustó en absoluto en el ámbito centroeuropeo cuando se estrenó la ópera.
Tras el estreno en Viena, L’Opéra-Comique de París, donde inicialmente habían rechazado la ópera por considerarla demasiado triste, acogió con un rotundo éxito la adaptación del Werther de Massenet, perfectamente compatible con el gusto francés de la época.
La orquestación
Si bien la orquestación de las óperas de Massenet Hérodiade, El Cid o Esclarmonde está marcada por una remarcable ampulosidad, la de Werther, al igual que sucede con Manon, está concebida para salas de dimensiones modestas: maderas a dos, una pareja de timbales y una sola arpa.
A pesar de ello hay particularidades en la instrumentación, que confieren a Werther un color orquestal especial. Por un lado, el corno inglés tiene en la ópera una importancia evidente, a menudo vinculado a los pasajes de mayor dramatismo y melancolía. Por otro lado, el compositor incluye en la plantilla un saxofón alto, algo casi inaudito en esta época, seguramente para construir un puente tímbrico entre el viento-madera y el metal, gracias a la dulzura de su sonido.
La escritura de la plantilla de cuerda es muy llamativa, pues la división de las partes en pupitres individuales es muy frecuente. Ello evoca por momentos un ambiente de música de cámara, perfectamente compatible con el sentimiento de interioridad y recogimiento que impera a lo largo de toda la ópera. Además, el sutil e ingenioso uso de la percusión nos recuerda que Massenet tuvo que ganarse la vida durante varios años como percusionista en varios teatros.
El binomio Werther-Charlotte
El personaje de Werther debería ser considerado en justicia como la personificación del hombre romántico, tanto en la ópera de Massenet como en la novela de Goethe. Se trata de un ser realmente anacrónico, que nada tiene que ver con los convencionalismos sociales del movimiento Biedermeier centroeuropeo del siglo XIX.
Werther es el único personaje sincero consigo mismo y con el exterior desde el principio y hasta el final. No teme en proclamar su dolor, su amor desaforado y su profunda melancolía con visceralidad: esta sinceridad es si cabe más clara en la novela de Goethe, ya que en ella Werther habla a menudo en primera persona a través de sus cartas. Además, canta a menudo a la naturaleza y se funde con ella de una manera casi panteísta. Representa la esencia del romántico de talante nostálgico y depresivo.
Es muy curioso que el personaje tenga una importancia diferente en la novela y en la ópera. Así, si bien el Werther de Goethe asumía casi todo el peso dramático y la importancia teatral en la historia, en la versión de Massenet esta se difumina en beneficio del rol de Charlotte.
Es innegable que tanto el compositor como los libretistas anhelaron dotar al personaje femenino principal de una importancia semejante a la de Werther, hasta tal punto que algunos han considerado que la importancia musical de Charlotte sobresale por encima de la de Werther y sería incluso viable que ella pudiera haberle dado el título a la obra. De este modo, la ópera podría explicarse como cuatro escenas de dúo entre Werther y Charlotte: los tres primeros terminan en una despedida seguida de una separación, y el cuarto de ellos en el trágico desenlace del suicidio.
Charlotte alberga además un dilema emocional mucho más complejo que el de Werther. Mientras este mantiene una misma actitud ante la vida y ante el amor, ella pasa por toda una serie de estados ambiguos intermedios: el desconcierto, el temor, el sentimiento de deber y finalmente, la certeza del amor, cuando ya es demasiado tarde.
El argumento
Acto I:
La ópera se inicia en la propiedad del corregidor, a la cual llegan sus amigos Schmidt y Johann mientras sus seis hijos practicaban un villancico. En este momento se evoca el personaje de Werther, que ha invitado a bailar a Charlotte, la hija primogénita del corregidor. Este lo valora con aprecio, pero Schmidt y Johann lo califican como un hombre demasiado melancólico y soñador, totalmente contrario a Albert, quien sería un marido ideal para su hija.
Charlotte ha asumido el deber de cuidar de sus cinco hermanos pequeños tras el fallecimiento de su madre. El momento del baile llega y Werther aparece para acompañar a Charlotte, no sin antes elogiar la belleza de los jardines de la casa, que le postraban en un estado de melancolía dolorosa.
La noche llega y Albert, el novio de Charlotte, vuelve anticipadamente de un largo viaje. Al mismo tiempo, Charlotte y Werther se hallan en el jardín confundidos por sus sentimientos cuando el padre avisa a su hija de que su prometido ha vuelto. Charlotte confiesa a Werther que prometió a su madre casarse con Albert y Werther sabe que morirá al verle desposarse con otro hombre.
Acto II:
En el seno de una plaza en Wetzlar (la ciudad de Goethe), Albert y Charlotte se dirigen hacia la iglesia ya como una feliz pareja de casados. Werther contempla la escena absolutamente desolado, cuando Albert se dirige hacia él y se percata del afecto que siente hacia su esposa.
Albert deja entonces a Werther y entra al templo con la jovial Sophie, la hermana pequeña de Charlotte. Ya en el interior, Werther no duda en abordar a esta y a reiterarle su amor, pero Charlotte le recuerda que ya es una mujer casada. Le pide entonces que se aleje para siempre y que la olvide. Viendo la gran desolación de Werther, ella le propone que vuelva en Navidad.
Werther contempla en ese momento la idea de la muerte como desenlace y se va anunciando su partida definitiva a Sophie, que empieza a sollozar. Cuando le explica la situación a su hermana, Charlotte se altera ante la idea de perder a Werther para siempre y su esposo Albert lo percibe.
Acto III:
En el salón de su casa, Charlotte lee las cartas que Werther le escribió y se asunta al intuir el desenlace que podría tener lugar. Sophie aparece y percibe la preocupación de su hermana, pero al sentirse abandonada le hace prometer que pasará las Navidades con su familia.
En ese momento irrumpe Werther, pálido y visiblemente afectado, aceptando la cita que Charlotte le había sugerido y a pesar de que había anunciado desaparecer. Charlotte le tiende un manuscrito con unos versos de Ossian que había empezado a traducir en el pasado. Cuando este los entona con desesperación, Charlotte se altera y al percatarse de ello, Werther se echa a sus pies y le recuerda que ambos se aman.
Charlotte se retracta de haberle citado y le abandona encerrándose en su habitación. Él la abandona entonces, lanzando un canto desolador a la naturaleza. Aparece Albert, preocupándose por el retorno de Werther e interroga a su mujer. Un sirviente anuncia que Werther ha tomado prestada la caja de pistolas de Albert para emprender un largo viaje, tal y como había explicado en una carta. Charlotte sale entonces en su busca esperando no llegar demasiado tarde.
Acto IV:
La acción se desarrolla en el despacho de Werther. Charlotte entra bruscamente, encontrando horrorizada el cuerpo de Werther bañado por la sangre. Ella le pide entonces perdón mientras él agoniza, al tiempo que Werther la bendice. Charlotte intenta pedir auxilio, pero él confiesa que no quiere que nadie les separe en ese momento.
Charlotte le confiesa el amor que siente hacia él y le besa apasionadamente. Suena entonces el villancico que los niños preparaban al principio de la ópera y Werther lo interpreta como un himno de perdón en el instante de su muerte.
Alfredo Kraus: un cantante hecho para Werther
A menudo ocurre en la historia de la interpretación vocal que los grandes cantantes han sentido una identificación plena con un rol operístico concreto. Ese es el caso del gran Alfredo Kraus con el papel de Werther, que podría ser considerado en justicia como su alter ego musical. Habiéndolo cantado por primera vez en italiano en Piacenza en el año 1966, numerosos teatros del mundo le encomendaron seguir interpretándolo, contribuyendo así a la resurrección de esta ópera que había caído casi en el olvido durante décadas, particularmente en Francia.
Werther fue la ópera que Kraus interpretó más veces en su vida, junto con Rigoletto y Traviata. La tesitura del personaje le resultaba particularmente cómoda al cantante por su registro eminentemente central, aunque para él su voz podía exhibir todo su potencial en papeles más agudos, como en las óperas Rigoletto, La Favorite y La Fille du Régiment.
Sus propios testimonios acerca de esta particular simbiosis emocional con el personaje son múltiples. Recogemos aquí la esencia de los mismos.
En primer lugar, Kraus afirmaba que el papel de Werther se asociaba a menudo erróneamente a un tenor de corte heroico, con un timbre dramático y voluminoso. Para él, a excepción del trágico final de la ópera marcado por su suicidio, Werther es un personaje que canta a la naturaleza y al amor, al romanticismo más lírico en definitiva, y por ello debería estar asociado a una voz clara. Por ese motivo, consideraba muy certeramente que un tenor lírico ligero como él, que se había consagrado tradicionalmente al repertorio de tenore di grazia, podía abordar con solvencia este papel.
En segundo lugar, Alfredo Kraus manifestó sentir una fascinación particular no solo hacia la música de toda la ópera, sino también hacia la psicología del personaje. Para él, Werther estaba ante todo definido por una remarcable interioridad que le correspondía perfectamente a su personalidad: a menudo se le consideraba a Kraus, según sus propias palabras, como una persona reservada hacia el exterior y contemplativa, pero con un mundo interior muy intenso. Precisamente él creía que interpretando Werther es necesario ser muy cauteloso para no caer en el histrionismo gestual y en la exageración del personaje.
Por último, Kraus concebía el personaje como un ser de naturaliza fatalista y resignada, que se autocomplace exteriorizando su sufrimiento ante el amor imposible y que se habría suicidado incluso sin Charlotte, porque estaba destinado a ello. Un equivalente podría ser el caso de Hoffmann. Por ese motivo, él mismo intentaba transmitir esta imagen desde que entraba en escena: la de un ser de un carácter eminentemente romántico y frágil, psicológicamente muy vulnerable y bañado por una tristeza mórbida.