Texto: Sofía M. Gascón
Ilustración: Iciar L. Yllera
‘Estoy viva, aunque nadie lo sepa. Y de hecho puede incluso que esté más viva que muchos que en un principio pudieran parecer más vivos que yo. Pero de veras que estoy muy viva. Vale, sí. Bien es cierto que no puedo hacer lo que hace la inmensa mayor parte de los vivos. Como caminar, leer, comer, bailar, hablar o respirar. Para las funciones vitales tengo a Joey. He decidido ponerle nombre al aparato este porque… bueno… me parece que lo merece, al fin y al cabo, me da la vida cada día. El caso es que es un chisme electrónico, como un ordenador que en vez de juegos tiene aplicaciones como para que yo respire, para ver cómo me late el corazón y para controlar mis ondas cerebrales.
En cuanto a mí, me llamo Lucía, tengo 15 años, y estoy en el proceso de curación de un cáncer cerebral. Lo último que he sabido es que me han operado para extirparme el tumor. Después de eso, algo ocurrió, que todas las luces se apagaron, y por un instante también lo hizo mi cuerpo, hasta que llegó Joey. Yo en ningún momento dejé de sentir. A menudo siento a mi madre, que me abraza y me acaricia. A veces siento que llora, porque sus ojos gotean sobre mí, y me mojan. Otras veces siento a papá, que sé que no querrá verme porque eso le pone triste. Pero aún así a veces viene, me da la mano y apoya su cabeza sobre mi camilla. Siento lo triste que le pone verme tan quieta, enchufada a todos esos aparatos. Pero solo es porque no sabe lo viva que estoy.
Mi padre es de esos papás blanditos y tiernos que no soportan ver a su hija pasar un mal rato. Y con mamá también es muy bueno, porque aunque ella se ponga nerviosa y discutan, él siempre le da un abrazo y le dice que la quiere. Aunque yo sé que por mí siente debilidad. Cuando yo era pequeña, le decía que para mí él era como Superman y él me decía siempre que yo era su kryptonita, y que de mí dependía que tuviese poderes y que tuviese alguna flaqueza. Me quiere. Me quieren todos. Incluso ‘Cheto’, que es una ratilla que tengo por mascota a la que mi madre ha conseguido meter en el hospi sin que se enteren los médicos, y a veces duerme conmigo. No hay peligro de que la aplaste, porque como mi cuerpo no responde aunque le pida que se mueva…
A veces me siento encerrada. Como si mi cuerpo fuese una cadena que me atrapa a algo de lo que no me deja desprenderme. Siento que es una habitación que se me queda cada vez más pequeña. Sobre todo cuando papá y mamá lloran. Y aunque sé que lo fácil sería rendirme…’.
De pronto se abren las fronteras del sonido de aquella pequeña habitación y un zumbido… un rugido, el grito ahogado de un violín, el resoplar de una trompeta… Una melodía completa.
‘¿Oigo cosas? Sé que papá y mamá están aquí, y que han puesto música, pero daba por insonorizadas la paredes de esta, mi pequeña habitación. Estoy llorando. Lo sé porque noto el resbalar de una lágrima recorriendo mi mejilla. También oigo a Joey. Le escucho pitar cada vez con más intensidad, más y más rápido. Creo que es mi corazón que trata, como loco, de acompasarse a la música.
Noto cómo mi cuerpo se despereza, cómo se desentumece, cómo la música va calentando esos huesos tan llenos de hielo y antes de muerte. Pero ahora solo son huesos. Puede incluso que ahora sean más fuertes de lo que eran antes de enfermar. Ahora son de roca y antes los tenía de cristal. Sí, estoy quieta, y callada, y no como por mí misma, ni me muevo ni hablo ni respiro. Pero soy más fuerte que ayer, y menos que mañana. Y de veras, papás, que ojalá entendieseis que ahora estoy más viva que nunca…’.
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