Los escenarios del mundo entero han disfrutado de su presencia durante más de medio siglo. Escuché su voz en vivo por última vez en el Auditorio Manuel de Falla de Granada, ciudad donde cosechó grandes éxitos. Ofreció, como siempre, una lección magistral de canto, ‘contándonos’ la música con la sencillez de lo que parece fácil aun sin serlo. La naturalidad de la que sigue haciendo gala ha sido su tarjeta de presentación desde la más tierna infancia.
Por Alfonso Carraté
La naturalidad inocente
En aquel entonces vivía en la Universidad de Barcelona, ya que su padre, andaluz emigrado, trabajaba allí como bedel. Era esa naturalidad inocente la que empujaba a aquella niña a salir al jardín y ponerse a cantar, acompañándose ella misma con la guitarra, las canciones populares que oía en casa. No fue este, sin embargo, el comienzo de su precoz y deslumbrante carrera, pues el profesorado se quejó al rector de que los cánticos distraían a los alumnos en sus clases, motivo por el cual hubo de abandonar aquella espontánea manifestación artística. A pesar de ello, volvió a cantar en los claustros universitarios durante la Guerra Civil. Lo hizo para dar ánimos a los soldados heridos que se amontonaban en los patios. Su inocencia le impidió hacer diferencias entre los de un bando, al principio de la contienda, y los del otro, cuando fue tomada Barcelona.
Cuarenta años más tarde, convirtió en un auténtico regalo para su público, la costumbre de ofrecer como bis, en los recitales de sus giras mundiales las Granadinas, cantando con su guitarra. Los aficionados españoles pudieron contemplar este singular espectáculo en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada durante la década incomprensible de los cincuenta, cuando éste era el único escenario español que requería sus servicios, mientras el público de Europa y América se rendía a sus pies.
La naturalidad en el carácter
Es esta misma naturalidad la que ha alejado a Victoria de los Ángeles, por fortuna, de la afectación propia de las grandes estrellas, a pesar de ser una de las que han brillado con más intensidad en el universo de la lírica internacional de los últimos cincuenta años. Poco amiga de la fama y de la mercadotecnia, no es fácil conseguir una entrevista suya, ni penetrar en su vida privada. Podemos asegurar que su encumbramiento se debe exclusivamente al mérito artístico y no a complicadas operaciones de lanzamiento ni costosas campañas de imagen. Huye de halagos y parafernalias, y no le cuesta ningún trabajo reconocer la grandeza ajena, rasgo poco habitual entre los divos. En una entrevista radiofónica para el programa Clásicos Populares, con motivo de un homenaje a Ataúlfo Argenta, cuando Fernando Argenta ensalzaba sus múltiples cualidades, le interrumpió y le dijo: ‘no estamos aquí para hablar de mí, sino de ese magnífico director que fue Ataúlfo Argenta’. Contó en aquella ocasión que el director castreño le imponía tal respeto que, aunque era tan sólo diez años mayor que ella y trabajaron juntos en numerosas ocasiones, jamás llegó a tutearle, aunque él sí lo hacía. Hay que lamentar que jamás grabaran juntos debido a los contratos de exclusividad que firmaron con sus respectivas compañías discográficas. En el caso de Victoria de los Ángeles, ese contrato data de 1948, cuando David Bicknell, entonces Director General de la EMI, invita a la soprano catalana para grabar las dos arias de la Salud de La vida breve de Falla, con la Philharmonia de Londres dirigida por Stanford Robinson. Bicknell había escuchado poco antes su interpretación de este personaje en un programa de la BBC londinense, donde la joven soprano había llegado como consecuencia de su triunfo en el Concurso Internacional de Canto de Ginebra de 1947. Alicia de Larrocha, que se presentaba al concurso de piano, estaba presente en aquella edición, y escribió a José María Lamaña una carta de la que reproducimos un fragmento:
‘Antes que nada quiero notificarle que Victoria de los Ángeles ha triunfado de una manera extraordinaria, tal como ella se merece. Ayer fuimos Giovanni, Marta y yo a oír el concurso definitivo de los cantantes, en el Victoria Hall, una sala de conciertos muy bonita donde se efectuaba el concurso. Primero cantó una francesa muy mediocre; Victoria fue la segunda y ya sólo al empezar se ganó la admiración del público. Cantó un aria de Haendel de una manera tan divina, tan sobrenatural, que me hizo saltar las lágrimas. Toda yo temblaba. Al terminar tuvo una verdadera ovación. La gente gritaba, (yo más todavía), pateaban, (que ya es el máximo del éxito) y aplaudían a rabiar. Después cantó otro aria de Monteverdi, Fidelio de Beethoven y una canción de Ravel que bordó totalmente. Por más que le diga, no puede imaginarse el éxito que tuvo. Los aplausos duraron más de 15 minutos seguidos. Ella no sabía qué hacer: saludaba, sonreía y al final, mandó al público unos besos con la mano. ¡La sala se hundía! ¡Es magnífico haber presenciado la victoria de Victoria! Y también estoy muy contenta de que una española haya ganado el primer premio. Al menos ha habido alguien que ha dejado en magnífico lugar a España’.
Por aquel entonces, soprano y pianista eran ya buenas amigas. Siendo las dos estudiantes, en la Barcelona de 1941, coincidieron en un estudio de grabación de ODEON, donde habían ofrecido a Victoria la posibilidad de registrar su voz de estudiante. Alicia fue su acompañante y allí quedaron dos de las arias de Mimi y Butterfly interpretadas por dos jovencitas de 18 años que habrían de llegar a las más altas cotas de la música mundial. Desgraciadamente no se conserva este documento sonoro, cuyo valor para los melómanos sería del todo incalculable.
Y si nuestra homenajeada es muy capaz de aplaudir a otros, también despierta la simpatía y la admiración sincera de sus colegas. Según nos explica su amigo y secretario personal, Xavier Vivanco, en el libreto del último disco recopilatorio de su arte, Victoria de los Ángeles, canta (EMI 1998) gozaba de todo el reconocimiento de la otra gran reina de la naturalidad: Elisabeth Schwarzkopf. La soprano alemana escribía, después de escuchar su Bohème: ‘Lloré por la insuperable creación del personaje y porque me di cuenta de que yo nunca llegaría a los niveles de su Mimi’. Así mismo declaró que ‘Victoria de los Ángeles es la única entre todas nosotras que ha abarcado la más amplia gama de escuelas y estilos y triunfado en todos ellos’. Ambas amigas coincidieron en buen número de ocasiones a lo largo de sus respectivas carreras, tanto en escenarios como en grabaciones discográficas. Entre los primeros, cabe destacar el Don Giovanni de La Scala dirigido por Karajan; entre los segundos, la grabación de Los cuentos de Hoffmann junto a Gedda y Cluytens, otras dos constantes en su vida artística. Como síntesis, no puedo dejar de mencionar la grabación en directo del mítico concierto ‘homenaje-despedida’ a Gerald Moore, genial pianista británico con quien recorrió los escenarios del mundo entero, y que dignificó hasta lo impensable el arte de acompañar al piano. Celebrado el 20 de febrero de 1967 en el Royal Festival Hall de Londres, ambas sopranos junto a un tercer amigo, Dietrich Fischer-Dieskau, ofrecieron un recital histórico en el que, acompañados por aquel monstruo del piano, nos brindan la oportunidad de disfrutar de la MÚSICA, así, con mayúsculas, en todas sus maravillosas facetas como potenciador de sensaciones, desde la más intensa emoción hasta la risa desenfadada. Por fortuna para todos nosotros, en este caso el evento fue recogido en un disco y reeditado posteriormente en CD, en 1987.
La naturalidad del canto
Pero Victoria de los Ángeles y Elisabeth Schwarzkopf tuvieron en común algo más que su amistad, los escenarios y los estudios de grabación. Tanto una como otra estaban en posesión de un don de la naturaleza: la impostación natural de la voz. Si la alemana, músico antes que cantante, comenzó a estudiar canto animada por sus amigos cuando la oían en fiestas y reuniones, la española lo hizo a instancias de su hermana mayor, Carmen. Empeñada en aprovechar aquella voz que parecía hecha por sí sola, Carmen consiguió que escucharan a su hermana pequeña en el Conservatorio Superior de Música del Liceo de Barcelona cuando tenía 12 años. Causó una gran impresión, pero no podía matricularse tan joven. Así, pasó los años de la Guerra Civil estudiando guitarra con Tarragó. Poco antes de que cumpliera los 16 años reglamentarios para realizar la matrícula, Carmen volvió a llevar a Victoria al Conservatorio. En esta ocasión fue Dolores Frau quien quedó prendada del timbre claro e impostado de la joven, convirtiéndose en su única maestra de canto. Según escribe Joaquín Martín de Sagarmínaga en su Diccionario de cantantes líricos españoles, ‘la Sra. Frau le hizo ensayar equivocadamente el repertorio de mezzo, su propia cuerda, además de papeles pesados de soprano, como Aida o Norma, hasta que el director de orquesta Napoleone Annovazzi, le aconsejó que redujera el grosor de la franja central y aligerara la voz’. Sin duda, le hizo caso, pues en 1940 ganó el concurso Los tres cosacos para jóvenes voces, convocado por Radio Barcelona, que ofrecía, como parte del premio, una función en el Teatro Victoria. Allí cantó con gran éxito la Mimi de La bohème, uno de sus personajes emblemáticos, en lo que sería su debut como amateur el 30 de enero de 1941, cuando no había cursado más que un año de canto. Fue precisamente Annovazzi quien dirigió su debut operístico como profesional en la Condesa de Las bodas de Fígaro, el 3 de mayo de 1945, en el Gran Teatro del Liceo.
Unos meses antes había debutado en concierto en el Palau de la Música Catalana, cuando contaba 20 años de edad. Este orden de prioridades ha sido una de las principales reivindicaciones de su carrera. No quería ser una cantante de ópera que, ‘a veces’, hace recitales. Desde los años de su colaboración con el grupo de cámara Ars Musicae, a comienzos de los cuarenta, cuando sentó las bases de su formación musical con José María Lamaña, director de la agrupación, y monseñor Higinio Anglés, aprendió a valorar la expresividad de la canción muy por encima del mero espectáculo en que se convierte en ocasiones el bel canto. De este modo, exigía en sus contratos, para sorpresa de los intendentes de los teatros, debutar con un recital previo a su aparición en una producción operística. El propio Ghiringhelli, intendente de La Scala, aceptó este curioso requisito para su debut en 1949 en el teatro milanés. Sin duda intuyó que estaba tratando con una personalidad fuera de lo normal. De hecho, dos años antes, cuando telefoneó a Ginebra para invitar a cantar en su teatro a la ganadora del Primer Premio del Concurso Internacional de Canto, se encontró, sin dar crédito a sus oídos, con que aquella joven española no aceptaba la invitación ‘porque tenía que volver a Barcelona’.
Naturalidad en el repertorio
Como decíamos más arriba, parece que debemos agradecer a Annovazzi que aquella joven soprano no perdiera una de las principales cualidades de su voz, presente a lo largo de toda su carrera, fuera cual fuera el personaje que encarnara: la claridad y la ligereza no exentas de pasta y color intensos.
Incluso con Elsa, en Lohengrin, o Elisabeth, en Tannhäuser su voz carnosa y timbrada mantiene un punto de luminosidad etérea, lejos de engrosamientos y oscurecimientos innecesarios. No en vano, estamos hablando de la única soprano española que ha sido invitada a los Festivales de Bayreuth. Allí fue Elisabeth en un Tannhäuser dirigido por Sawallisch, junto a Windgassen y Fischer-Dieskau en 1961. Según cuenta la propia Victoria, cuando se levantó el telón y se vio sentada en aquel trono, ¡ella, una soprano española, en el Templo de Wagner! sintió tal emoción que creyó que no podría cantar. Pero ¡vaya si cantó!, aunque lo hiciera con mal disimuladas lágrimas en los ojos. El acontecimiento fue recogido en una grabación en directo editada por MYTO RECORDS. Y no olvidemos que fue el propio Wieland Wagner quien reivindicó para aquella producción ‘una Elsa mística y espiritual como las tallas góticas de las catedrales españolas’.
Del mismo modo, donde fracasan otras sopranos que asumen papeles escritos para mezzosoprano o soprano dramática, como la Rosina de El Barbero de Sevilla, la Carmen de Bizet, o la Charlotte de Werther, ella conserva intactas éstas, sus mejores armas vocales. Así convence a un especialista de la talla de Gui de lo oportuno de utilizar una voz ligera en lugar de la habitual mezzo, de timbre más oscuro, en su grabación de El Barbero rossiniano; o a Sir Thomas Beecham de hacer lo propio con su «Carmen.» Y todo ello siempre unido a una capacidad extraordinaria para transmitir emociones. Difícilmente encontrarán ustedes un momento más apasionante en la historia de la ópera que la muerte de Margarita en el Fausto de Gounod de 1959, junto a Gedda y Christoff, dirigidos por Cluytens: tanto en la frase ‘Oui, c´est toi! Je ‘aime…‘ (‘Sí, eres tú… te amo’) del dúo del quinto acto, correspondiente al encuentro entre Fausto y Margarita, como en el terceto final:
Anges purs, anges radieux
Portez mon âme au sein des cieux…
(Ángeles puros y radiantes
Llevaos mi alma a los cielos…)
En él, Margarita implora a Dios la muerte para obtener el perdón, es imposible contener las lágrimas cuando la soprano es Victoria de los Ángeles.
Si se está en posesión de un instrumento como sus cuerdas vocales, y de una inteligencia y sensibilidad extraordinarias para utilizarlas, hasta lo antinatural resulta natural. Y si no lo creen así, escuchen el final de la Cantilena de la Bachiana núm. 5 de Villa-Lobos. El autor que, a la sazón, dirigía para la ocasión la Orquesta Nacional de la Radiodifusión Francesa, en la grabación registrada el 13 de junio de 1956, sugiere a Victoria de los Ángeles que, para cantar el Si bemol final, lo haga ‘hacia dentro’, aspirando el aire en lugar de expulsarlo. Pueden comprobar la belleza del resultado en lo que parece un pianissimo con sordina.
La naturalidad del nombre
Victoria de los Ángeles López García suprimió los apellidos en los programas de mano a partir de 1946 porque el nombre resultaba demasiado largo. Su madre quiso llamarla Victoria, por su madrina; a su padre le gustaba Ángeles, por su padrino, Ángel. Después de consultar al párroco que la bautizaba en La Concepción, decidieron ponerle Victoria de los Ángeles, aunque hay quien todavía piensa que es un nombre artístico inventado. Muy al contrario ella no quería utilizar su nombre de pila completo porque le sonaba pretencioso pero su hermana Carmen la convenció. Y tenía razón. No resulta pretencioso si se canta y se es como ella. Felicidades y gracias, Victoria de los Ángeles.