Maria Caniglia, soprano; Ebe Stignani, mezzo-soprano
Beniamino Gigli, tenor; Ezio Pinza, bajo. Coro y Orquesta del Teatro de la
Ópera de Roma
Director: Tullio Serafin
EMI Classics. References 5 67486 2
Cuando se cumple un siglo de la muerte en Milán de Giuseppe Verdi, resulta obligado dedicar una nueva atención a su obra, al margen de la realidad de que la merezca y la reciba de forma permanente en todos los teatros del ópera del mundo y con gran frecuencia en las salas de concierto. Una atención en la que no podía faltar la actualización de las grandes e históricas grabaciones. Ese dato sería suficiente para traer algunas de sus obras a una recomendación oportuna, pero no tendría mucho sentido hacerlo con referencia al registro original del Requiem, llevado a cabo en el Teatro de la Opera de Roma en agosto de 1939 a 78 rpm, porque son escasos los aficionados que cuentan con el aparato reproductor necesario y, por otra parte, la calidad del sonido estaría muy lejos de la que esperan los oídos de hoy. Pero el disco que sí se puede buscar y escuchar, conserva la calidad de los nombres míticos del cuarteto solista, junto al Coro y Orquesta del Teatro de la Opera de Roma, bajo la dirección del maestro Tullio Serafin, en una recuperación digitalizada de aquella grabación. Y aquí tenemos el conjunto excepcional de los siete integrantes.
Verdi tenía sesenta años a la muerte de Alessandro Manzoni por lo que la decisión de escribir un Requiem alcanza a un compositor maduro, que ha madurado precisamente en un género muy concreto, la ópera, lo que parece subrayar el que su visión religiosa de la misa de difuntos no va a ser una excepción en su carrera. Así, el reproche de que estamos ante una música sacra esencialmente operística, repetido una y otra vez, parece no tener mucho sentido. Para redondear al cuadro, estamos ante una versión extraordinariamente hermosa con las voces de un cuarteto de solistas que fueron figuras incontestables del género. Del género en general y de la ópera de Verdi en particular. Los cuatro, y en esto también hay que incluir al maestro Serafin, presentan en su historial una larga historia de dedicación a su música. Todos llegaron a los escenarios en plena efervescencia verdiana posmortem, un conocimiento que confirman unas veces en el dramatismo de la “secuencia” o en el triunfalismo del “libera me”. Siempre con la seguridad, con el apoyo del Coro y la Orquesta de un escenario que “respira” ópera por todas sus esquinas, redondeadas con la mezcla, en este caso, del ambiente propio de una Roma que estaba en el umbral de convertirse en “citá aperta”. Todo ello ha sido recuperado casi en su totalidad en la reconstrucción del sonido, que es a la vez testimonio de un modo de hacer la música de Verdi, tal vez entre los primeros con garantía de didelidad en el mensaje.
Si revisamos las distintas discografías de los solistas podemos confirmar su dedicación a Verdi. Sucede con Maria Caniglia que además del Requiem grabó algunas de sus óperas y que sin duda representa uno de los primeros nombres del repertorio verdiano en su tiempo. La mezzosoprano Ebe Stignani, napolitana como Maria Caniglia, resulta igualmente excepcional en su cuerda y en su dedicación a Verdi, con aciertos que han quedado en la historia de la ópera con la Princesa de Eboli de Don Carlo y Ulrika de Un ballo in maschera. En el caso de Beniamino Gigli, importa también la colaboración, su entendimiento con el director Tullio Serafin, que le ofreció el primer contrato fijo para la temporada 1914-1915. Por último, el bajo romano Ezio Pinza, salpicó su repertorio de óperas de Verdi, pero, además logró su lanzamiento, de la mano de Toscanini, en 1922 con Aida. La seguridad de Coro y Orquesta está en manos de Tullio Serafin, que dirigiría ópera contemporánea años después, pero cuyo apoyo y orientaciones sirvieron de punto de partida a voces como las de Beniamino Gigli, Rosa Ponselle o Maria Callas.