Por Tomás Marco
Que la música tiene un componente visual no lo puede negar nadie, ya que para tocar, cantar o cualquier otra cosa que tenga que ver con ella se necesita un espacio y ese espacio no solo se llena sonoramente sino también visualmente.
Que esto es así lo sabían también los antiguos, que en algunas ocasiones hasta exageraron el componente puramente acústico de la música tratando de suprimir toda connotación visual.
De ahí procede el concepto de acusmática que, según algunos de sus discípulos, era lo que practicaba Pitágoras, que hacía interpretar la música detrás de un lienzo que impedía verlos cantantes y ejecutantes. Incluso algunos dicen que esa era la forma en la que impartía algunas de sus clases para que su vista no distrajera de la doctrina.
Fuera o no cierto que Pitágoras obraba así, sí es verdad que en muchos momentos de la música se ha insistido sobre la reducción de sus aspecto visuales, al menos de aquellos que puedan distraer de lo esencial, y el mismo Wagner,que practicaba algo tan visual como el drama musical, diseñó su teatro de Bayreuth de manera que el público no pudiera ver a la orquesta.
Más recientemente, algunos compositores electrónicos prefirieron que sus obras se escucharan en una penumbra que impidiera la distracción, y de ahí surgió en Francia la llamada escuela acusmática, que resucitaba la palabreja pitagoriana y que preconizaba una escucha sin instrumentos ni elementos visuales de ningún tipo, una música electroacústica solo para oír.
François Bayle era su mayor artífice, pero incluso fuera de la música puramente electrónica e incluso dentro del moderno ‘arte sonoro’, no han faltado autores que preconizaran piezas musicales que debían escucharse en la más absoluta oscuridad.
La posición es clara: eliminar todo lo que mínimamente pueda distraer de la escucha de la obra propuesta. Algo que es lo contrario de lo que en ocasiones preconizaba John Cage, para quien lo importante no era el sonido de la obra, sino lo que en su derredor se generaba.
Pese a todo lo anterior, el componente visual de la música es algo que difícilmente se puede negar, por más que su importancia pueda juzgarse mayor o menor.
De hecho, es bien sabido que a lo largo de la historia han existido importantes músicos ciegos, tanto intérpretes como compositores,que dejaron una notable huella. En España, desde Antonio de Cabezón a Joaquín Rodrigo no faltan los ejemplos importantes.
Pero eso, que insiste sobre el carácter acústico de la música, no es un argumento contra el hecho de que el elemento visual pueda tener su importancia. La tiene, sin ir más lejos, en los géneros teatrales, ya que no hay ópera, zarzuela, opereta, comedia musicalo lo que sea en este terreno que no deba cuidarse desde el punto de vista visual.
Uno de los elementos más interesantes de algunas búsquedas musicales ha sido la de intentar relacionar sonidos con colores.
Son fenómenos de sinestesia que han sido bien estudiados, aunque no sean fáciles de sistematizar.
Para empezar, porque no todo el mundo tiene la capacidad de ver colores al oír sonidos y viceversa, por el contrario, es una facultad que, estando demostrado que existe, es bastante minoritaria.
Luego, porque es algo completamente subjetivo, ya que esas relaciones son muy diferentes en unos sujetos a cómo son en otros.
Aun así, no han faltado creadores que hayan querido aunarlos en obras que empleen con el mismo criterio sonido y colores.
No es el único caso, pero el más conocido es el del compositor ruso Alexander Scriabin, que lo intentó a gran escala en una obra en la que emplea orquesta y un llamado órgano de colores, Prometeo, Poema del fuego. La obra es excelente solo como música, pero él quería practicarla con colores, aunque la tecnología de la que dispuso era bastante tosca. Hoy día se han hecho intentos de realizarla con videos y láser, pero no sabemos si el resultado es exactamente el que Scriabin quería. El mismo, a su muerte, estaba componiendo una compleja obra, Mysterium, en la que a los sonidos se unían colores, olores y elementos táctiles. Quería incluso estrenarla en un templo hindú. De aquello no quedan más que fragmentos, pero sin duda hubiera sido una propuesta singular y probablemente muy interesante, al menos en lo musical, ya que él era un gran compositor.
Pero donde más se ha reflejado musicalmente la tensión entre la música que se oye y la imagen que proyecta es, desde comienzos del siglo XX, en la diferencia entre música en vivo y música grabada. Son dos maneras de experimentar la música, pero que son diferentes por muy complementarias que se crean. Incluso interesa señalar que,andando el tiempo, la música grabada se ha extendido mucho más que la que se produce en vivo, y que cualquier persona moderna consume más música grabada que en concierto en vivo.
Cuando se escucha la música en concierto su aspecto visual principal es su ejecución por los intérpretes, pero es el ojo y la voluntad de cada uno de los que escuchan quienes determinan la parte visual de cada momento.
Esa misma música, escuchada a través de auriculares, pongamos por caso en el metro, adquiere un ámbito visual completamente diferente.
Se puede decir que hoy día hay muchos conciertos, de cualquier tipo, que se graban en video y que verlos reproduce las mismas condiciones que si se escucharan en la sala. Pero todos sabemos que esa es una afirmación poco convincente y que resulta falsa.
Primero, porque se pierde la dimensión espacial que obtenemos en la sala. Y en la música, algún día también hablaremos de ello,por muy arte temporal que sea, el espacio tiene una gran importancia. Cuando vemos y escuchamos una grabación filmada de un concierto se pierde el ámbito visual objetivo y voluntario que cada uno tiene en la sala. Como mucho, recibimos el que tiene el realizador, y eso contando con que el mismo lo haga muy bien y nose permita nada que choque con la escucha, lo que está muy lejos de ocurrir en la totalidad de los posibles ejemplos. De esa manera casi podríamos concluir que, en la mayoría de los casos, si no podemos estar en la sala, es mejor escuchar la música sin su elemento visual añadido.
Poder grabar la música es una gran cosa y ha sido un fenómenos de enormes consecuencias que ha afectado muy notablemente a la expansión y conocimiento de la música misma. Pero no por ello deja de ser cierto que ha introducido muchas variantes en la escucha y en los fenómenos no solo acústicos sino también visuales que la acompaña.
Podemos oír la música y podemos verla, y a lo que hay que animar es, precisamente, a que escuchemos música de todas las maneras posibles. Si se puede en vivo y en directo, mejor, si no, las grabaciones se pueden disfrutar también. Y si podemos alinear en el goce musical a todos los sentidos, aun mejor. Ver la música no es distinto de escuchar la música. Pongámonos a ello.
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