Vistas las generalidades en torno al poema sinfónico, proponemos abordar el seguimiento de una de las obras maestras que Richard Strauss aportó a esta especialidad: Till Eulenspiegel o, si se quiere, el título completo con el que se encabeza la partitura: Las divertidas travesuras de Till Eulenspiegel, según el viejo cuento picaresco, en forma de rondó, para gran orquesta, opus 28. La obra, terminada el 6 de mayo de 1895, fue estrenada en la Gürzenichsaal de Colonia el 5 de noviembre del mismo año, bajo la dirección de Franz Wüllner.
Por José Luis García del Busto
El personaje Till Eulenspiegel —perfectamente paralelo a los héroes de nuestra novela picaresca— existió realmente: fue un hombre del campo que murió víctima de la peste, hacia 1350, después de haber abanderado la rebelión contra la burguesía explotadora del campesinado. A partir de ahí, Till se convierte en leyenda y el personaje, manteniendo su esencia, evoluciona en las narraciones populares en función de las necesidades expresivas o ejemplarizantes de cada lugar y de cada época. Así, en el siglo XVI y en los Países Bajos, Till Eulenspiegel representó el símbolo de la aspiración flamenca a la libertad frente a la tiranía de los emperadores Carlos y Felipe. Pero el Till que nosotros conocemos es el que nos acercó Strauss a finales del siglo pasado, esto es, un gamberro, un bribón con algo de simpático y un mucho de agitador, siempre metido en líos, un provocador de vocación que acaba siendo perseguido por el orden imperante, juzgado, condenado y ajusticiado.
Richard Strauss, en un comienzo genial, solamente necesita seis compases para introducirnos en un clima de cuento: ‘Érase una vez…’, con el conciso y bellísimo tema encomendado a los violines, y otros seis para presentarnos y definir al personaje protagonista: el tema fundamental de Till —al que nos referiremos en lo sucesivo como T1, un tema encomendado a la trompa y que es altivo, desvergonzado, descarado y atractivo, como el pícaro al que retrata—. El tema es repetido varias veces y la orquesta se emplea en un imponente tutti tras el cual el clarinete enuncia un motivo celular, de gran incisividad, como un guiño o mueca del pícaro, y que es el segundo tema definidor de Till (T2). La permanente recurrencia a estos dos temas a lo largo de la composición justifica la catalogación formal de rondó hecha por el propio Strauss desde el título de la partitura.
Till sale dispuesto a hacer de las suyas y pronto tiene la primera ocurrencia. Sigilosamente se acerca, a caballo, a un concurrido mercado: motivo grazioso que comienza en las cuerdas graves y toman finalmente los violines y que precede inmediatamente al estallido de toda la orquesta (carraca incluida): Till Eulenspiegel cabalga por entre los puestos, derribando todo y asustando al mujerío, se escapa luego con las botas de las siete leguas y se esconde en una especie de madriguera para preparar una nueva fechoría que esta vez no va a ser violenta, sino más sutil y burlona. En efecto, Till se disfraza de predicador o pastor y se dirige a las gentes dándoles doctrina moral en tonos que les resulten sugestivos y convincentes: excepcional melodía straussiana confiada a las violas, reforzadas por los fagotes. Pero pronto emerge el carácter incorregiblemente burlón del pícaro (alusiones al motivo T2), ello compatible esta vez con una suerte de estremecimiento que le sobrecoge: acaso ha ido demasiado lejos, jugando con temas religiosos… El episodio se resuelve en un solo de violín que, desde el diseño T2 en la zona aguda de la prima, se precipita hacia el bordón en una escala glissando.
Ya tenemos a Till dispuesto a otra andanzas. Es el momento de la galantería: el pícaro corteja a bellas jovencitas y acaba siendo prendido por una. Se combinan genialmente los dos temas de Till, siendo de especial interés el estiramiento melódico que Strauss lleva a cabo del tema T1, coincidiendo con la formal petición de matrimonio que hace Till: es una extraordinaria versión galante y líricamente romántica de un tema que en origen habíamos calificado de ‘desvergonzado’. La joven rechaza las pretensiones de Till y éste monta en cólera. La orquesta entra en otro tutti imponente que culmina en un canto furioso: Till, que no acepta perder, jura vengarse de la humanidad. En la cima de este pasaje, se suceden los motivos T1 (abreviado) y T2 en una especie de afirmación del fuerte carácter del protagonista.
Llegan ahora unos pedantes profesores (clarinete bajo, fagotes y contrafagot) ante los cuales Till Eulespiegel esboza absurdas tesis que les hacen entrar en discusiones ridículamente confusas, lo que Strauss expone sonoramente en un pasaje contrapuntístico sapientísimo —pues asume la dificultad de aparentar torpeza— hecho a partir de segmentos de T1. Till deja a estos filisteos en el barullo que él mismo ha provocado y se aleja silbando despreocupadamente una cancioncilla callejera. Poco después, la reaparición clara del tema fundamental de la trompa (T1) se llena de negros presagios. La orquestación se densifica y los hilos del tejido sonoro son los temas que repasan los caracteres del personaje y recuerdan sus fechorías. Son perceptibles mil y una variantes de la célula T2 y se asiste a una magnífica variante del tema de la arenga moral, antes seductor en las violas y ahora tenso, áspero y clamado por toda la orquesta.
Till ha sido detenido y conducido ante un tribunal, y el redoble de la caja señalará el inicio del juicio sumarísimo. Véase cómo imponentes unísonos orquestales rematados en calderón son contestados con la grotesca mueca despectiva de Till Eulenspiegel (T2, clarinete solo). Así, hasta tres veces. Finalmente, un inclemente salto interválico descendente de séptima, en los trombones (apoyados por trompas, fagotes y contrafagot), marca la condena a muerte. Es el fin de Till Eulenspiegel, cuyo cuerpo parece desplomarse en un último y lúgubre pizzicato de las cuerdas en pianissimo.
Strauss, como epílogo, vuelve al tema inicial: el ‘Érase una vez…’ que ahora suena indefectiblemente a ‘Y colorín colorado…¡. Pero, cuando las dulcísimas cuerdas parece que van a extinguir definitivamente su sonido, todo se estremece, tensa y dinamiza ante una última y definitiva mueca de Till. Su espíritu no muere, sigue entre nosotros.