Obras de grandes compositores rusos por el pianista Emil Gilels (9265, 3 CD), y los directores Evgeny Mravinsky (9268, 3 CD), Evgeny Svetlanov (9271, 3 CD) y Rudolf Barshai (9286, 3 CD). Orquesta Filarmónica de Leningrado, Orquesta de Cámara de Moscú, Orquesta Sinfónica de la URSS, etc.
BRILLIANT CLASSICS
Es curioso constatar en este año del bicentenario de la Constitución de Cádiz llamada “La Pepa” cómo resuena el año de 1812 desde los lares rusos como el freno expansivo napoleónico en Moscú. Rusia y España como freno a la forzada razón de la sinrazón bélica, ese engaño tan repudiado por el propio Beethoven, quien dedicara su tercera sinfonía a Napoleón para luego enmendar en su propio manuscrito la dedicatoria. Qué mejor que estos nuevos títulos de Brilliant Classics para intentar hilar ese mítico 1812, año del inicio de la forja de la identidad de la nación rusa, y disfrutar de la mejor música de tal país por algunos de sus mejores músicos.
Abramos un sucinto recorrido por la música rusa recogida en esto álbumes, iniciándolo con la obertura de la ópera Ruslán y Ludmila de Mijaíl Glinka, del año 1824, que revela la imagen a gran escala de una Rusia que está en un proceso de movimiento impetuoso. El sueño del zar reformador Pedro I, el Grande, quien fuera el primero en infundir las tradiciones europeas en Rusia cien años antes, se hizo realidad después de la victoria en la Guerra Patria de 1812 contra el ejército de Napoleón. Glinka logró reflejar este sentimiento de poder, lo que transformó la obertura, en cierto sentido, en una tarjeta de presentación rusa. Así, la mezcla de varias herencias culturales rusas, pagana, cristiana ortodoxa rusa y europea, consiguió en el siglo XIX un elevado nivel cuando los maestros rusos pudieron reflejar todas las ideas y valores de su pueblo. No lejos de ello se movía Dargomizhsky en sus óperas. De hecho, se considera al siglo XIX como el de la “nueva escuela musical rusa”, movimiento nacionalista de la música en torno a un conjunto de principios estéticos que seguían los compositores de un grupo denominado “Los Cinco” que reunía a Mili Balákirev, Modest Mússorgsky, César Cui, Alexander Borodín y Nikolái Rimski-Kórsakov. Todos eran compositores en sus ratos libres y basaban su creación en el arte nacional y el folclore rusos. También destacan compositores brillantes en esta época, que influyeron en casi todos los grandes creadores musicales del siglo XX, ya fuera en Francia, Italia o Estados Unidos. Así, por ejemplo, el fundador del jazz sinfónico y todo un clásico de la música estadounidense, George Gershwin, tenía como ídolos a Piotr Tchaikovsky y Serguéi Rachmáninov. Por otro lado, las obras de Borodín y Mússorgsky fueron ejemplo para las ideas musicales de Maurice Ravel y Claude Debussy. No poco bebieron éstos del colorismo de Scriabin y la escuela orquestal de Glazunov. Serguéi Prokofiev, por su parte, vivió un éxito ineludible en tierras americanas en los años 20, pero abrió paso al tímido Dimitri Shostakovich en la era de la música soviética, cuyo principal amigo y defendido fue el polaco residente en la URSS Mieczyslaw Weinberg. Ambos representan, a su vez, la hégira paternal de futuros y siguientes grandes valores de la música rusa en las creaciones de Boris Tchaikovsky y otros nombres casi nada conocidos fuera de sus fronteras naturales.
Los destacados cinco volúmenes que Brilliant Classics recopila de nuevo de anteriores lanzamientos de rescatadas grabaciones de los archivos sonoros rusos que tras la caída del muro de Berlín y la disolución de Unión Soviética se han podido consultar y divulgar engloban obras de todos estos compositores antes mencionados en la interpretación solvente y magistral de otros cinco grandes maestros rusos. En primer término, no por orden de importancia sino de catálogo, encontramos al pianista Emil Gilels (9265), artífice de un intenso programa en tres discos compactos con importantes sonatas de Prokofiev, Scriabin, Glazunov y Medtner, más piezas diversas de Tchaikovsky y Rachmáninov, pertenecientes a grabaciones que engloban más de treinta años de carrera. Entramos en la estela de los directores recordados en esta generosa colección con el volumen protagonizado por Evgeny Mravisnky (9268), ofreciendo al frente de su incombustible Filarmónica de Leningrado importantes partituras orquestales de Tchaikovsky (incluida la mítica Sinfonía nº 5 y la favorita Francesca da Rimini), Glazunov o Glinka (la citada obertura de Ruslan y Ludmila) entre otros. La siguiente batuta recordada es la de Evgeny Svetlanov, cuyo volumen (9271) se consagra mayoritariamente a obras de Glazunov y Borodín, más fragmentos orquestales de óperas de Dargomizhsky y Rimski-Kórsakov. Por último, la figura de Rudolf Barshai se recuerda también en otros tres discos (9286) con el programa más moderno de todos los álbumes aquí presentados, pues conjuga obras de Prokofiev, Shostakovich y Weinberg con autores mucho más modernos (y desconocidos) como Rääts, Boris Tchaikovsky, Meerovich, Karen Khachaturian y Lokshin.