Suite sobre El burgués gentilhombre
Sinfónica de Chicago
Director: Fritz Reiner
RCA Victor O9O26 68637 2
Algunos grandes directores de orquesta poseen una catadura casi animalesca, que de entrada asusta. Si Furtwängler parecía una desgarbada serpiente, de cuyos ojos cargados de fulgor se infería que en cualquier momento podía atacarnos, Reiner se asemeja a un toro bravo y la intensidad de su mirada suscita sentimientos afines. De origen húngaro, forjador del sonido de algunas orquestas norteamericanas como Pittburgh y Chicago, que él mismo contribuyó a hacer grandes, fue un gran técnico de la batuta, lejano a los excesos hiperrománticos de otros músicos, por lo que ha sido conceptuado, un tanto simplistamente, como objetivista. Reiner es el constructor sabio, el hombre de la línea clara, del trazado impoluto, que va limando y puliendo de asperezas todos los caminos por los que la obra deberá transitar, distribuyendo con primor los colores sobre el amplio lienzo orquestal.
La versión de la Sinfonía Doméstica de Richard Strauss que comentamos, una absoluta referencia que apenas deja tras de sí el recuerdo vehemente de aquella otra concebida por Clemens Krauss (Orfeo; 1953), supone un acopio de todas sus virtudes. Grabada en un único día, el 5 de noviembre de 1956, probablemente ello denota su unidad férrea, concebida sin fisuras, la cual tiene como obligado corolario la impecabilidad con que están realizadas las transiciones de un movimiento a otro, la unidad de tono tan esencial en esta obra, marcada, como es obvio, por un fundamental sentimiento de apego familiar. De ese modo, la orquesta está siempre viva, la sentimos fluir de una manera muy física, adivinamos la concentración con la cual se escuchan unos a otros los profesores de la Sinfónica de Chicago y, de esta manera, el discurso instrumental se anima con oliváceos destellos, o bien con fulgores coruscantes, o permanece hipnotizada y adormilada a un tiempo, como si un hipnotizador le cantase una nana a todos sus miembros.
En lo que a detalles se refiere, todo el sorprendente entramado polifónico está lleno de calidades sobresalientes. Oiganse los fenomenales trinos de las maderas en el Scherzo, resueltos prodigiosamente, así como el enlace con las primeras sombras nocturnas, en el momento de acostar al niño, durante el cual se percibe cómo todo el colorido se va oscureciendo, y un tremor tenue -como un dulce escalofrío- recorre toda la orquesta. Parece que Reiner bendice esta música mientras la interpreta. Oigase también la portentosa edificación de la gigantesca coda final, de tan rico tejido polifónico, precedida por unos minutos de música entre los más apasionados y vehementes de Reiner, desmentidores casi de su fama de objetivista preocupado sólo del control y la integración de todos los resortes instrumentales. Quienes no entendieron esta obra de arte, en verdad no exhibida con suficiente frecuencia, se preguntaban cómo Strauss pudo usar un dispositivo orquestal tan formidable para documentarnos sobre la forma en que se bañaba a un bebé, a lo que, con sorna saludable, el compositor respondió que el propio Wagner, en La Walkiria, había empleado una formación instrumental ciertamente no menguada para encender un fuego. Disco admirable, pues, cuya edición en CD mantiene incluso la antigua portada del microsurco, no especiamente reseñable por su belleza, pero sí por su idoneidad, un claro reflejo de elementos burgueses que, unidos a esta música, de inmediato remiten a la Viena del cambio de siglo, esa Viena de la seguridad a la que se refería frecuentemente Federico Sopeña. La edición se completa, además, con una primorosa ejecución de El burgués gentilhombre, un divertimento de Hofmannsthal sobre la comedia homónima de Molière, con más de veinticinco minutos de música salpicados de guiños a Couperin y Lully, simpáticos anacronismos y amables disonancias. Reiner y los suyos, por su parte, vuelven a hacer encaje de bolillos.