Sofía Gutiérrez-Tobar lleva toda la vida cantando. Empezó Ingeniería Aeroespacial, pero en 2019 decidió que quería dedicar su vida a la música. Ganadora del Segundo Premio en el VII Concurso internacional de Música Villa de Teror, acaba de recibir el Primer Premio de Grado Superior en el Intercentros Melómano 2023, representando a la Escuela Superior de Canto de Madrid, con el que realizará una gran gira de conciertos con distintas orquestas y festivales de música de nuestro país.
Por Alicia Población
¿Cómo fue tu primer acercamiento a la música? ¿Hay algún músico más en tu familia?
Ninguna persona de mi familia se ha dedicado jamás a la música. De hecho, en mi casa hemos escuchado muy poca música clásica hasta que yo empecé a cantar. Siempre me ha encantado. Era esa niña que cantaba en el coche sin parar en un viaje de Cantabria a Cádiz. Me apunté a un coro de niños en mi pueblo, a la Escolanía de Astillero, y allí estuve desde los 10 años. Estudié un tiempo en una academia de música y di alguna clase de piano, pero cuando empecé la ESO me desapunté. En todo ese tiempo nunca dejé la Escolanía. Ensayábamos casi todos los sábados.
Por otro lado, siempre he sido una persona muy de ciencias, se me han dado bien las matemáticas y la física, y como en mi familia no había mucha cultura musical, tampoco esta se veía como una profesión viable en ese momento. Cuando tuve que escoger carrera, escogí Ingeniería Aeroespacial y me fui a León. Al empezar el segundo año me di cuenta de que algo no funcionaba. Sabía que, en cuanto terminara ingeniería, iba a estudiar música. Alguna vez lo había comentado, pero nunca me lo había planteado seriamente. Me di cuenta de que a mis compañeros aquello les apasionaba y a mí no. Ni siquiera dormía bien. Nunca he tenido problemas para dormir, siempre me acuesto a las once de la noche, y allí no me dormía hasta las tres de la mañana. Sabía que no estaba en mi sitio.
Se lo comenté a una de mis compañeras de piso y empecé a investigar con ella qué podía hacer que tuviera que ver con la música, teniendo siempre muy claro que quería cantar. Empecé a mirar escuelas y me orienté hacia el canto lírico, que es lo que siempre he disfrutado más. Cuando cantábamos en la Escolanía, las obras clásicas eran las que más me gustaban. A medida que me he ido metiendo más y más en el mundo lírico, he ido dejando más de lado los otros estilos. Jesús Carmona, el director de la Escolanía, siempre me había dicho: ‘Sofía, tú te tienes que dedicar a cantar’. Cuando finalmente decidí que era eso lo que quería hacer, fue de las primeras personas con quien hablé, porque además era un mundo que yo no conocía en absoluto.
Esto fue en 2019. Con 20 años, empezaste las Enseñanzas Profesionales y en el 2020 te admitieron en la Escuela Superior de Canto de Madrid.
Mi familia se sorprendió un poco con mi decisión. Cuando se te dan muy bien las ciencias, que es una rama que ofrece carreras prometedoras, tu entorno no se plantea que puedas tener otras inquietudes. Además, Santander es un poco corta de miras respecto a la música. Hay muy poca oferta cultural, especialmente para los jóvenes. Yo no cambiaría nada de mi vida, pero veo que lo descubrí tarde, y creo que en parte pudo ser por esta razón. Al terminar los exámenes de enero del segundo curso, me volví a Cantabria y ya en ese momento empecé con una pianista a preparar las pruebas de acceso a la Escuela Superior de Canto para junio. No tenía ningún tipo de formación musical, así que hice las pruebas y, evidentemente, no entré. Sin embargo, también hice las pruebas del conservatorio profesional, para no quedarme un año sin hacer nada.
Entré en primero y tuve la suerte de tener a un profesor de teoría, Luis Ángel, que también era mi profesor de piano complementario, y siempre me daba una hora y media más de clase. Yo tenía muchas ganas de aprender y creo que eso le motivaba. Se volcó muchísimo. Con canto no puedes empezar muy pronto el conservatorio porque te tiene que madurar la voz. Entras con 16, cuando ya tienes una madurez educativa que no es la misma que la que tienen tus compañeros. Yo iba con niños de 10 años y algunos ni siquiera querían estar allí. Hay algunos conservatorios en los que puedes hacer ampliación de matrícula, pero otros en los que, como el profesor no quiera, tienes que cursar los seis años enteros. En 2020 volví a hacer las pruebas y entré en la Escuela Superior de Canto, la penúltima. Tenía muchísimas carencias técnicas, pero vieron potencial. De hecho, mi profesor, Juan Lomba, decía que yo era un diamante en bruto. El primer día de clase me dijo que cantaba mal, pero que veía muy buen material desde el que partir. Y lo bueno era que yo no tenía vicios. Cuando llegas de un profesional, cambias de profesor, y quizá arrastras ciertos vicios que hay que quitar. Yo partía casi de cero y eso fue hasta positivo. En primero evolucioné muchísimo precisamente por esta razón.
¿Qué es lo más importante que te han enseñado tus profesores?
La relación con el profesorado en la Escuela Superior de Canto es muy cercana. Hacemos bastante piña, te sientes arropada. Mis profesores son Juan Lomba y Duncan Gifford, que es mi pianista acompañante. Estuvieron desde el principio, quizá cuando otros profesores no veían potencial en mí. También creo que yo supe demostrar que podía hacerlo. Trabajo de una manera bastante metódica y eso se ve. Así, por el otro lado, también veía que mis profesores se volcaban en mí incluso en momentos en los que no deberían hacerlo.
¿Quién es tu referente del canto?
Cuando entré en la escuela, mi máximo referente era Anna Netrebko, me parecía increíble cómo canta. Cuando, ya estando en cuarto, tuvimos unas charlas con el alumnado nuevo de primero, me preguntaron si había cambiado mi referente desde que entré en primero hasta ahora. Yo les dije que Netrebko seguía siendo un referente, pero que ahora, para mí, la artista por excelencia y ejemplo a seguir era Sondra Radvanovsky. Para mí ella es la artista completa. Porque musical y técnicamente es increíble, pero es que además es una tremenda actriz. Desde mi punto de vista, para ser un cantante completo, hay que trabajar por igual cada parte. Esto es algo que me gusta de la escuela. En cuarto tenemos una hora de canto a la semana y tres de escena. La formación escénica se va ampliando curso a curso.
Antes de entrar en la escuela no me planteaba ser actriz aparte de ser cantante. No veía que el artista completo tuviera necesidad de tener esas nociones. Sin embargo, aquí me han hecho ver el hecho de ser una actriz como algo fundamental. Puedes ser una cantante estupenda, pero si no eres capaz de convertirte en un personaje y sentir las emociones de ese personaje, transmitirlas al público, ¿de qué sirve tanta técnica? Cuando hicimos La del manojo de rosas, en una versión que se llamaba La del manojo en la T4, mi padre, que vino a verme, luego me decía, ‘qué tía, qué bien miente’.
He trabajado con tres profesores diferentes de escena y cada uno se centra en una cuestión. En primero trabajé con Raúl Arbeloa, que es también con quien estoy trabajando ahora con el montaje de Otra vuelta de tuerca. Él trabaja desde las imágenes interiores que van a ayudarte a exteriorizar lo que tienes dentro. Eso te hace trabajar con tu verdad, pero tiene un problema, y es que a veces cuesta controlarlo. No se trata de interpretar un personaje, de interpretar que tienes miedo, sino de lograr sentirlo bajo cierto control. En segundo trabajé con Marina Bollaín. Hicimos La verbena de la paloma. Bollaín es mucho más gestual, mucho más activa. El trabajo de uno y otra son complementarios. El de Arbeloa, al ser tan interior, puede hacer que a veces nos quedemos muy estáticos. El tener el de Bollaín por otro lado, nos ayuda muchísimo a sacar. Con Diego Carvajal también trabajé y me enseñó a preparar el personaje incluso antes de salir a escena. Ya sales convertida en otra persona.
¿Cómo llevas el miedo escénico?
Nunca lo he sentido porque me encanta estar en escena. Es decir, en todos los exámenes siempre me pongo muy nerviosa antes, pero al salir al escenario todo se me pasa. De hecho, cuando me confundo, me crezco, mi reacción es querer ir a demostrar lo mejor. Me ha pasado desde pequeña, cuando me confundía en la Escolanía. Y es que me lo paso súper bien. De hecho, al terminar la Semifinal en Intercentros Melómano, le dije a Jorge Robaina, que era el pianista que me acompañaba: ‘He disfrutado, me he divertido muchísimo’. Muchas veces, pecamos de prestar demasiada atención a la técnica, en los exámenes o en los concursos. Se nos olvida la música. Como sabía que en este concurso lo importante era precisamente hacer música, hice todo lo posible por buscarla. Fue muy bonito porque fue como redescubrir lo divertido que es esto.
Cuéntanos algo más de tu paso por Intercentros Melómano 2023.
Tengo que decir que no pensaba pasar de la Semifinal. Además, llevaba un repertorio que jamás hubiera llevado a un concurso de canto. Es un repertorio exigente desde el punto de vista musical, pero quizá no tanto desde el técnico. El aria de Britten que llevé (‘The Tower‘ de The Turn of the Screw) es una gran obra y me encanta, pero en un concurso de canto quizá un tribunal diría que no es suficientemente exigente a nivel técnico. Sin embargo, sabía que aquí lo iban a apreciar muchísimo más porque con el repertorio que llevé se podía mostrar muchísima más música. No son obras de lucimiento del cantante, con un montón de sobreagudos. Me gustan los cantantes que son menos espectaculares técnicamente, pero que transmiten y conectan con el público a través de la música a un nivel muy alto. Lo que creo que más caracteriza al certamen Intercentros Melómano es que se valora la capacidad de hacer música. Creo que este debe ser el fin último de alguien que se dedica a este sector: lograr, con toda las nociones técnicas y escénicas que tienes, transmitir algo al público a través del canto. A mí, por ejemplo, me encanta cantar de memoria, me encanta mirar al público, buscar sus miradas, su complicidad, saber quién está disfrutando o incluso quién se está aburriendo.
El mes pasado también ganaste el Segundo Premio en el VII Concurso Internacional de música Villa de Teror. De momento, estos son los únicos concursos a los que te has presentado. ¿Cómo gestionas la competitividad?
En el Concurso de Teror, que sí es específicamente de canto, la gente era majísima. Había un ambiente súper bueno y me sentí muy arropada en todos los sentidos. También fui con muchos compañeros de la Escuela, así que esa primera experiencia fue estupenda. En Intercentros Melómano, con Isabel y con María del Mar, otras participantes de la Semifinal, también sentí esa buena atmósfera, nos dábamos ánimos. Tengo la suerte, por el momento, de no haberme encontrado en un ambiente tóxico. Es una maravilla que tus propios compañeros sepan reconocer y hacerte saber que se alegran de tus éxitos.
¿Qué es lo que más sueñas con hacer a medio y largo plazo?
Tengo clarísimo que seré feliz cuando pueda vivir de mi carrera como solista, cuando pueda vivir realmente de la música. Por supuesto quiero llegar al punto más alto y creo que tener esas miras es lo principal. Necesito intentarlo. Creo que, si no lo intentara, mi vida no tendría sentido. Para mí es fundamental la música y cantar. A medio y largo plazo no lo sé, pero sí que me gustaría, sobre todo, cantar papeles de ópera. A pesar de que yo me siento muy conectada con la zarzuela, y me es muy cercana, suelo ser de esas personas que buscan lo que les resulta un poco más difícil. Es verdad que trabajo mejor bajo presión. Las cosas fáciles no me gustan, quiero exigirme el máximo a mí misma. Creo que, por ese motivo, porque para mí es más lejana la ópera que la zarzuela, me gustaría centrarme en esos papeles, y no me importa si es en un teatro de España o en cualquier otro del mundo.
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