Texto: Sofía M. Gascón
Ilustración: Iciar L. Yllera
Se presenta al tribunal: Antonio Fernández Braso. Varón de 32 años, nacido y residente en El Escorial, Madrid. Se le acusa de homicidio en segundo grado por la muerte de María Braso López… Mi madre…
El incidente no fue muy distinto a como lo pintan, a decir verdad, y lo cierto es que no me disgusta la idea de cargar con la culpa, en cierto modo.
Las pruebas señalan que se encontró al individuo en cuestión con un cuchillo jamonero entre las manos, y una incisión en el abdomen de la víctima, que entonces yacía entre sus brazos tras el previo forcejeo.
El abogado me desprecia. Yo también me desprecio, pero supongo que por motivos distintos. Me resulta curioso cómo todos se ciñen a los hechos pero solo a aquellos a los que la sangre hubiese salpicado, cuando para mí, lo que más resuena de aquella tarde cálida de septiembre fue la radio, y el compás ajetreado que entonaba, con mi pieza favorita de música clásica. Veréis… es mi favorita porque de alguna forma siempre he sentido que me hace justicia. Llena de silencios melodiosos entre nota y nota, de esos en los que se contiene la respiración para poder fluir un instante después. Nunca he sido demasiado hablador, más bien callado. Pero mi madre era la única que veía la musicalidad en mi silencio.
A las 19:30, el marido de la víctima, el señor Gonzalo Fernández Martín, volvió a casa y se encontró con la escena. Más tarde, (“tras unas cervezas”) realizó la llamada a la policía.
Nadie se para a pensar en que la llamada no fuese inmediata, nadie se pregunta por qué no llamó a la ambulancia, nadie se pregunta nada. Porque todos preferimos el ruido de una respuesta sonora, al fatídico silencio de una pregunta interna.
¡Orden en la sala! Siga, letrado.
Mi madre no era una persona feliz. Nunca lo fue. Siempre enjaulada en la misma mentira de que mi padre la quería. ¿Sabéis? Si buscas en internet encontrarás distintos tipos de silencios. Y dice así: ‘La noción de silencio hace referencia a la ausencia de ruido o de sonido. Una nota sin ejecución. Un paso que se piensa, pero que no se da’.
Mi padre, sin saberlo, había aprendido mucho de mis silencios. Parece ser que tanto, que se había hecho dueño de los míos y hasta había creado silencios propios.
¿La defensa desea llamar a algún testigo?
No señoría.
No señoría.
Nadie se pregunta acerca de los detalles. Sobre qué inspiraría al compositor a crear tal obra, si estaba enamorado o si estaba solo… Nadie se pregunta la verdad, porque lo cierto siempre es más complicado de cuadrar con el día de hoy. Mi padre no quería a mi madre, siempre prefirió a Michel. El día en que mi madre se enteró de aquello fue cuando decidió acabar con su propia vida. Y la historia concluye en que a mi padre le pesó tanto en el alma que calló para siempre, hizo oídos sordos a la culpa y decidió ignorar los silencios de sus preguntas internas y acatar las verdades ruidosas. Verdades en las que yo maté a mi madre y no tú, papá.
¿No quiere usted subir al estrado, don Gonzalo?
Y… silencio de redonda.
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