De entre los méritos de Andrés Segovia (1893-1987) figura el de haber sido el primero en desarrollar un repertorio de concierto para guitarra con obras de compositores clásicos. Lo hizo gracias a una confianza inquebrantable en sí mismo y en las posibilidades del instrumento allende el mundo folklórico. Sus transcripciones, en especial de Bach, son piezas de obligado estudio. Muchos de sus registros discográficos continúan siendo referenciales.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
‘Su arte y aptitudes sobresalientes para la música merecerían que usted eligiese un instrumento de mayores posibilidades, tal como el violín o el chelo’
Para el violinista gaditano José del Hierro, discípulo de Hubert Léonard y uno de los principales profesores del Real Conservatorio de Madrid, eran tiempo y talento malgastados empeñarse en tocar un instrumento como la guitarra. Así lo dice a Andrés Segovia quien, cumplidos los 20 años, acaba de llegar a la capital procedente de Córdoba en el tren correo. El Madrid de 1913 es una ciudad mediana en extensión e importancia que da la impresión de continuar bostezando después de la siesta. Peatones sin ninguna prisa, carruajes cerrados —más que automóviles— y tranvías eléctricos circulan en prudente desorden por la Puerta del Sol y calles aledañas. Segovia viste de negro con elegancia bohemia: lustrosos zapatos de charol con hebilla, chaleco abotonado en plata hasta el cuello, corbata larga de lazo, fedora de ala ancha. Los quevedos advierten de su miopía. Una única maleta, donde se aprietan libros y partituras, reúne cuanto posee. En la otra mano, en estuche de interior rojo intenso, una guitarra de Benito Ferrer, de Granada, que le acompaña desde la adolescencia. Con ella dio su primer recital. Cierto amigo jocoso contaba que Segovia tocó esa tarde en una sala medio vacía. Con todo, le fue mejor que en el segundo concierto, donde, de una sala completamente vacía, comenzó a marcharse el público poco a poco. Le regalaron aquella guitarra tras comprarla mediante una colecta. Pero para presentarse al público y la crítica madrileños precisa mayor delicadeza y sonido. Había llegado la hora de cubrirse de gloria o vencerse ‘al oscuro rincón de un populacho enseñando solfeo a los niños y dando lecciones de flamenco’.
Después de instalarse en una pensión de la calle Mesoneros Romanos, Segovia se dirige al taller Manuel Ramírez, en la calle Arlabán 10. Como carece de dinero para comprar una guitarra, propone a Ramírez alquilarle una. La idea troncha de risa al guitarrero. ‘Si se alquilan pianos Pleyel —replica, divertido—, ¿por qué no también guitarras Ramírez?’. Levanta el mostrador y permite que se adentre en el taller. Por contactos sevillanos, Ramírez está al corriente del virtuosismo de Segovia. Pide que le traigan los mejores instrumentos. Segovia toma una guitarra y comienza a probarla. En seguida se abstrae por completo. Años más tarde recordaría: ‘Su sonido era profundo y dulce en los graves, diáfano y vibrátil en los agudos, y el acento, el alma de su voz, noble y persuasivo’. Le invade un placer tan intenso que quisiera poder desdoblarse para disfrutar de tocar y de escuchar simultáneamente. ‘Comprendí que aquella guitarra era la herramienta perfecta con la que debía cumplir mi sino artístico’. Comenta a Ramírez que pronto dará un recital en el Ateneo. Con lo que le paguen, comprará sin falta esa guitarra. Para sorpresa suya Ramírez rechaza el compromiso. Ni alquila ni vende. ‘¡Tuya es la guitarra, joven! Llévala contigo mundo adelante y que tu trabajo la haga fértil’. Las palabras de gratitud de Segovia, emocionado, apenas se escuchan.
Tocará aquella guitarra durante veinticinco años, ininterrumpidamente, hasta la noche en que, de manera repentina, se rompa quedando inservible. Más adelante conoce un hecho sobrecogedor. Coincidiendo en fecha con la fatal rotura se produjo la muerte de Manuel Ramírez.
De París al mundo
El 6 de mayo, a las diez de la noche, comienza el recital en el Ateneo madrileño. Segovia está exultante. Los amigos que gestionaron el evento le consiguen un esmoquin que le viene grande. En la pensión ha practicado incontables horas su repertorio de transcripciones propias de Debussy, Chopin, Schumann, Beethoven, Haydn y Bach. Hasta entonces nadie había interpretado en concierto obras de maestros clásicos con una guitarra española. Las críticas, no siempre halagüeñas, tardan en aparecer. Pero eso poco importa. El ascenso de Segovia es ya imparable. Después del Ateneo, donde los conocedores aplauden con entusiasmo, el violinista José del Hierro le recomienda para tocar en casa de un director de banca extranjera. Le pagan 200 pesetas.
En 1924, recorrida España por extenso, Segovia viaja a París. El 7 de abril toca en el Conservatorio, donde le escuchan Roussel y Dukas, y el 7 mayo en la Salle Gaveau. Entre ambas fechas actúa en Stuttgart y Augsburgo. Viaja a continuación a Múnich, Elberfeld, Kassel, Berlín, Núremberg e Innsbruck antes regresar a París, desde donde parte enseguida de gira por otras ciudades de Austria, nuevamente Alemania, Suiza, Dinamarca, Noruega, Suecia… En 1926 ofrece catorce recitales en Moscú y Leningrado. En 1927 toca en el Carnegie Hall de Nueva York. Siguen conciertos en Boston, Baltimore, Nueva Orleans, Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro… En 1929, Hong Kong, Shangai, Manila, Tokio…
El 2 de mayo de 1927, en Londres, Segovia realiza, para His Master Voice, su primer registro discográfico. Interpreta las Variaciones sobre un tema de La flauta mágica de Mozart opus 9 de Sor y su transcripción de la Gavota de la Partita para violín núm. 3 BWV 1006 de Bach (HMV D 1225). El día 20 regresa al estudio para grabar nuevos dos discos, uno con el Fandanguillo opus 49 de Turina y Recuerdos de la Alhambra de Tárrega (HMV D 1305), otro con el Allegretto de la Sonatina en La mayor de Moreno Torroba y la transcripción de la Courante de la Suite para violonchelo núm. 3 BWV 1009 de Bach (HMV E 445).
Rareza y singularidad
En el catálogo discográfico de Andrés Segovia las grabaciones con orquesta constituyen una auténtica rareza. Figuran tan solo cuatro conciertos. El último de estos, registrado en Nueva York en 1961, es el Concierto para violonchelo en Mi mayor de Boccherini, adaptado para guitarra. El primero, registrado en Londres en 1949, es el Concierto para guitarra núm. 1 en Re mayor opus 99 Castelnuovo-Tedesco, dedicado a Segovia. Entre ambos se registra, en 1958, una singularidad, el único álbum del guitarrista que recoge dos piezas concertísticas, dedicadas ambas a él. Son el Concierto del Sur del mejicano Manuel Ponce y la Fantasía para un gentilhombre de Joaquín Rodrigo (DECCA DL 710027). Enrique Jordá, un donostiarra que triunfa en Norteamérica, dirige la Symphony of the Air, formada con miembros de la extinta NBC Symphony Orchestra. Ponce fue siempre un gran amigo de Segovia. La relación con Rodrigo era distinta. Segovia nunca quiso incluir en su repertorio el Concierto de Aranjuez. Juzgaba ‘demasiado aguda’ la tesitura de guitarra. Al parecer estaba resentido con Rodrigo por dedicar la obra a Regino Sainz de la Maza, su principal contendiente en la escena guitarrística española. Con la Fantasía se habría limado el resentimiento.
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