Por Tomás Marco
Por un azar del destino, dos de los más grandes escritores de todos los tiempos comparten una misma fecha de fallecimiento, o casi, ya que Miguel de Cervantes falleció el 22 de abril de 1616 y William Shakespeare el 23. En realidad, se distanciaron algo más, porque en Inglaterra aún no se había establecido el calendario gregoriano por el cual Shakespeare habría muerto el 3 de mayo.
Como quiera que sea, este año se cumplía el IV centenario de la muerte de ambos. Los dos han inspirado y, seguramente, seguirán inspirando muchas obras musicales. De algunas de las de Cervantes, por todo el mundo, ya hemos hablado; igualmente en todo el mundo Shakespeare ha sido motivo de mucha música.
Como casi siempre, discutimos si el centenario nos ha cogido a los españoles con el pie cambiado, respecto a los enormes fastos shakesperianos ofrecidos por los ingleses. Pero eso es indiferente con respecto a lo mucho que ambos autores han provocado en el mundo musical.
Shakespeare se dedicó principalmente al teatro y ha sido reconocido como el más grande autor teatral mundial, al menos desde los griegos. Eso hace que su utilización con fines operísticos resulte obvia, de manera que, aunque una novela como el Quijote haya provocado numerosas obras, 36 obras teatrales -que son la producción de Shakespeare- dan para mucho.
No es tampoco casual que fuera un británico el primer autor de una ópera sobre él, ni que lo elegido fuera una comedia fantástica como es El sueño de una noche de verano, que es lo que Henry Purcell musicalizó en 1692 aunque la llamara The fairy queen (La reina de la hadas). El propio Purcell realizaría otra comedia fantástica, La tempestad.
Hay que decir que las dos comedias aludidas han sido repetidamente convertidas en ópera. Incluso modernamente, donde nada menos que Benjamín Britten compuso El sueño de una noche de verano. Pero aún más interés han demostrado los compositores modernos por La tempestad, que ha sido llevada a la ópera por Heinrich Sutermeister y Frank Martin, curiosamente ambos suizos, nada menos que por Luciano Berio con el título de Un re in ascolto o con un éxito universal arrollador bastante reciente con La tempestad del británico Thomas Adès.
No son las únicas comedias de Shakespeare que han sido llevadas a la ópera porque este género ha sido particularmente cultivado. Pensemos en cómo llamó la atención Otto Nicolai por componer sobre Las alegres mujeres de Windsor (prefiero ‘mujeres’ a ‘comadres’, que suena a rancio) cuando ya se había olvidado un importante precedente, el Falstaff de Salieri sobre el miso texto y que usaría el título que muchos años después Giuseppe Verdi y su libretista Arrigo Boito escogerían para esa gran ópera que usa el personaje de la citada comedia pero también del Enrique IV.
Hay más comedias shakesperianas hechas ópera. Pensemos en que Beatriz y Benedicto de Berlioz, usa la comedia Muchos ruido y pocas nueces, que es como se suele traducir en español la comedia de don Guillermo que en inglés se llama Much ado about nothing.
Incluso Wagner fue shakesperiano cuando para su segunda y clamorosamente fracasada ópera, La prohibición de amor, usa Medida por medida del bardo inglés. Por cierto que el título original era La novicia de Palermo, que la censura alemana se cargó pasando a ser conocida por el subtítulo.
Tampoco ha pasado desapercibida La fierecilla domada, ya que Wolf Ferrari uso su prólogo en Sly y Cole Porter la llevó a la comedia musical en Kiss me Kate. A mitad de camino entre la comedia y el drama se sitúa Cuento de invierno, que ha sido objeto de una ópera de Goldmark en el XIX y una muy celebrada y más reciente de Philip Boesmans.
Pero quizá el autor inglés es aún más reconocido por sus tragedias, y estas no ha dejado de ofrecer oportunidades a muchos operistas. Tal vez una de las que más se presta sea Otello, que sirvió a Rossini para componer una obra muy célebre, que se mantuvo hasta que la obra maestra del mismo título de Verdi la hizo olvidar, lo que es injusto, porque no debieran ser incompatibles. Verdi ya había usado uno de los dramas más sangrientos del inglés con Macbeth, tema que otros han tocado sin hacerle sombra al italiano.
Tan tratado o más que Otello es uno de los más conocidos dramas shakesperianos, el de los enamorados de Verona, Romeo y Julieta. Eso sí, ha dado origen a óperas célebres pero siempre discutidas como es el Los Capuletos y los Montescos de Bellini, que rivalizó con otra versión de Vaccai, o el Romeo y Julieta de Gounod.
Por cierto, que los libretos que le servían sobre estos temas sus escritores al gran compositor francés siempre fueron denostados. El musicalmente magnífico Fausto causó tanta irritación en Alemania que allí solo se representa con el título de Gretchen (Margarita) porque no consideran que literariamente haga justicia a Goethe.
Un moderno Romeo y Julieta es la trasposición neoyorquina que hace Leonard Bernstein en West side story. Todavía se podría citar el Romeo y Julieta de la aldea de Delius y la ópera reciente del francés Pascal Dusapin.
Con todo, la más famosa versión musical del drama amoroso shakesperiano es un ballet, el Romeo y Julieta de Prokofiev, un ballet que nadie quería montar y que solo subió a escena muerto el músico, en un escenario provinciano, lo que no le ha impedido triunfar después internacionalmente. Y eso sin olvidar la versión como poema sinfónico, obertura la llama él, del mismo sujeto por parte del gran Tchaikovsky.
Curiosamente, el celebérrimo Hamlet no ha producido óperas de primera magnitud. Tuvo fama en el XIX el de Ambroise Thomas que en España se solía cantar en italiano con el título de Amleto, palabra que realmente produce hoy repelús. Un Hamlet más británico pero no internacionalmente expandido lo hizo en el siglo XX Humphrey Searle.
En el campo del ballet, este título cuenta con uno de Boris Blacher, quien también hizo otro sobre El mercader de Venecia, drama poco usado por los músicos, aunque hay una ópera de Mario Castelnuovo Tedesco no muy difundida. Tampoco demasiado usado ha sido El rey Lear para el que Berlioz escribió una obertura y Verdi acarició un proyecto luego abandonado. Hay, sin embargo, una versión operística bastante difundida en Alemania que es original de Aribert Reimann.
Menos óperas hay sobre Antonio y Cleopatra, aunque Massenet compusiera una titulada Cleopatra, prácticamente desconocida hoy. La de Samuel Barber, con el título original, no ha traspasado el ámbito norteamericano en el que nació. Llama mucho la atención que nadie se haya interesado por un texto de tantas posibilidades como Julio César ni tampoco por Coriolano (salvo la obertura beethoveniana), Tito Andrónico o Troilo y Crésida.
En España tenemos óperas modernas sobre Shakespeare, así, el Timón de Atenas de Jacobo Durán-Loriga que convendría repescar, y los 2 delirios sobre Shakespeare que Alfredo Aracil realizó con textos de Sanchís Sinisterra y que son Próspero escena, sobre La Tempestad, y La cripta de Julieta. La obra de Aracil y Sinisterra subió a escena en el presente año en Teatros del Canal.
Pero no cabe duda que, al igual que pasará con Cervantes, la obra de Shakespeare recibirá nuevos tratamientos musicales en todo el mundo durante este año de doble centenario.