Karitta Mattila, soprano; Anne Sofie von Otter, mezzosoprano; Thomas Moser, Philip Langridge, tenores; Thomas Quasthoff, barítono-bajo.
Coro de la Radio de Berlín
Coro de la MDR de Leipzig
Coro Ernst Senff de Berlín
Orquesta Filarmónica de Berlín
EMI CLASSICS 5 57303 2
2CDs
En la época más jubilosa y musicalmente más inocente de la trayectoria compositiva de Arnold Schoenberg encontramos estos “Gurrelieder”, o “Canciones de Gurre”, un ciclo de poemas de Jens Peter Jacobsen, escritor danés del que era un arduo defensor y admirador Alexander von Zemlinsky, a la sazón cuñado de Schoenberg.
Este maestro vienés decidió presentarse con esta obra al concurso que la Unión de Poetas de Viena convocó en 1900, dando como fruto una obra orquestal a gran escala, un oratorio de la más moderna factura, a semejanza de la “Sinfonía nº8” de Gustav Mahler, del que tanto aprendió.
Son pues estos “Gurrelieder” uno de los paradigmas del romanticismo tardío musical, escrito por un joven Schoenberg, de unos veinticinco años, que creara por entonces sus primeros cuartetos de cuerda y su sexteto “Noche Transfigurada”, que nos evoca sobremanera la atmósfera paisajística de lo sentimental de la gran partitura de inspiración medievalista. Pero los comienzos dieron como fruto la primera y segunda parte, aunque es notorio que la tercera beba directamente de las primeras fuentes del “Sprachgesang” (utilizado en “Pierrot Lunaire”, por ejemplo) y que daban pie al acercamiento al más bruto dodecafonismo de años posteriores.
Un opus de tal calibre como el que nos presenta EMI era una deuda muy segura en la nómina de composiciones ejecutadas por el maestro Simon Rattle, que aborda en este mismo mes de septiembre la titularidad de la Orquesta Filarmónica de Berlín, con la que efectúa el que podría denominarse “último ensayo” discográfico antes de su profunda toma mutua de contacto en la mítica Philharmonie berlinesa.
Es, además, una obra bien querida por Rattle desde su juventud, la que es, según él, una de las piezas sinfónico corales de mayor relieve e importancia de la historia y que debería tener un hueco imprescindible en el acervo de todo intérprete y oyente.
Una maduración de décadas le ha proporcionado al director británico una visión sensual, elegante, casi pecaminosa, y muy descriptiva del discurso ofrecida por tamaña obra, en la que se necesitan unos cuatrocientos músicos para dar forma al “mayor cuarteto de cuerdas del mundo”. Y en efecto, una intimidad camerística envuelve toda la interpretación, cuya candidez expulsa y arrincona toda asequible monumentalidad, hacia la que propende la obra, haciendo respirar compás a compás todo su entramado sinfónico (el primer trabajo de este calibre al que se enfrentó, exitosamente, Schoenberg).
Los intérpretes solistas pertenecen a la primera fila de voces del entorno germano y anglosajón, terreno dúctil para Rattle, y con quienes ha colaborado ya en alguna que otra ocasión. Las nórdicas Mattila y Von Otter dan un paso firme hacia el convencimiento de su adaptabilidad en cualquier terreno, teniendo en cuenta la naturaleza mozartiana de la primera y el acomodo barroco de la segunda, y convirtiéndose en dos Tove y Waldtaube de rango difícil de superar hoy día.
En cuanto a las voces masculinas, Moser es un honroso Waldemar y Langridge un Klaus-Narr de gran credibilidad, donde la suavidad del americano y la sencillez del británico aportan un halo de magia sinfónica muy bien entendida por Rattle. Impresionante la adecuadísima intervención de Quasthoff como Bauer y el Narrador, confirmando, una vez más, la cotización de este cantante alemán en los campos del oratorio.
Por otro lado, sorprende la armoniosidad de coros, a pesar de la diferencia de procedencia y la no muy prolífica colaboración entre ellos e incluso con la orquesta (más habituada, quizás, a la visita de coros más expertos o los amantísimos de Abbado, anterior titular de la Filarmónica, como el de la Radio Sueca).