El 2 de mayo de 2002 murió la gran Rosita García Ascot en Torrelaguna (Madrid), a los 100 años. Fue alumna de Manuel de Falla y Nadia Boulanger, componente del famoso Grupo de los Ocho, amiga de Federico García Lorca e Igor Stravinski. Compositora, pianista y gran amante del arte en todas sus facetas. Una mujer que irradió elegancia, talento, vitalidad, fortaleza, humildad y creatividad. Hacer justicia a su legado es tan satisfactorio como necesario
Por Patricia García Sánchez
Cuentan que su manos eran pequeñas, como sus ‘cositas’. De esta peculiar forma, Rosita bautizó sus obras compuestas para piano, nombre que perduró desde su infancia hasta su etapa más madura y que condensa la evolución de su estilo compositivo. Un ramillete de piezas bellas, sugerentes, donde supo adaptar los lenguajes de vanguardia a las tendencias neoclásicas y a la tradición española, creando un estilo bello, sugerente, aparentemente sencillo, exquisito y delicado. Rosita engrandece lo pequeño. En sus manos, lo diminuto se hace universal. Y así parece que murió, moviendo sus pequeños dedos tocando un piano imaginario. Peinando el cielo.
Cierto es que Rosita es una de las compositoras más conocidas de la primera mitad del siglo pasado, aunque también lo es que los estudios sobre su figura son escasos. En los últimos tiempos, a la luz de nuevas investigaciones, el interés por su música y su vida han aumentado. Rosita fue una mujer amorosa, viajera, apasionada, amante de España, sus tierras y tradiciones (cuando estuvo en el exilio, la echaba de menos hasta las lágrimas), de gran talento musical y generosa. Ella misma se definió con mala memoria, golosa, de vida plena y feliz. Sus líneas en el libro Nuestros trabajos y nuestros días, escrito junto a su esposo, Jesús Bal y Gay, suponen unas líneas de referencia obligada para comprender su personalidad y evolución. En ellas se muestra como una mujer feliz, agradecida a la vida y se expone de forma confiada y sincera.
La pequeña Rosita
Rosita (ese fue siempre su nombre artístico-público) nació el 8 de abril de 1902 en Madrid. Su familia estaba bien posicionada y le proporcionó una sólida y completa formación. Su madre, Rosa Ascot Plocar, fue pintora y llegó a participar en la Exposición de Bellas Artes que se celebró en el año 1901. De ella heredó su gusto y facilidad por la música. Sin duda, gracias a ella aprendió a moverse en un mundo de hombres, aunque siempre fue tímida y fácil de ruborizar. Rosita cuenta en sus memorias que de pequeña era vergonzosa y pudorosa, con mucho respeto a sus mayores y profesores.
En su casa de la calle Bailén, muy próxima al Palacio Real, realizaban veladas musicales donde se debatía y se escuchaba música y a los que asistían artistas e intelectuales de la ciudad. Uno de los invitados asiduos era Federico García Lorca, por el que la compositora sentía una gran admiración. Por él aprendió a tocar música tradicional española. El poeta dedicó a Rosita el poema ‘Corona poética o Pulsera de Flor’. Sus últimos versos rezan así:
La cinta de la corona o pulsera de flor
Cinta azul,
azul y naranja,
con el fleco verde limón.
En la cinta azul, azul y naranja,
vaya escrito este nombre:
Rosa García Ascot.
El talento de Rosita era formidable: realizaba casi una composición al día. Para ella solo era un juego que llamaba ‘mis cositas’ o ‘mis trabajitos’. Su primera obra compuesta data de 1914. Durante esta época, compone obras para piano sencillas, de breve duración y relaciones armónicas sencillas, como Canción de Cuna, Allegro de una Sonatina y Escena-La novia y la medianoche.
‘Yo, mucho antes de aprender a tocar el piano, ya ‘componía’. No sabía, naturalmente, lo que era componer y mucho menos lo que era ‘la composición’ (…) lo que pasaba es que a mí se me ocurrían unas cosas que tenían significación o expresión musical. Combinaba unos sonidos, vertical y horizontal, de forma que tuvieran sentido. No puedo decir lo que yo pensaba ni lo que a mí me empujaba a realizar tal cosa. Sentía la necesidad de hacerlo, sin saber lo que hacía y por qué’. (Rosita García Ascot)
Muy pronto comenzó sus clases de solfeo con la profesora María Rosendo y las de piano, con su propia madre, que a su vez era discípula de Granados. El maestro Pedrell fue el primero en darse cuenta del gran talento de Rosita y se empeñó en que la pequeña estudiara piano con el mejor: Manuel de Falla. Finalmente, después de intercambiarse varias cartas, el gran músico accedió y se convirtió en su de piano y composición. La instruyó con un método ‘libre’, basado en la propia evolución de Rosita y que le permitió desarrollar sus talentos de forma alegre y motivada. Su formación con el gran maestro Manuel de Falla fue decisiva para la proyección de Rosa en su futura carrera musical.
Durante esta época, su estilo como compositora sufrió un cambio sustancial. Las obras compuestas bajo la enseñanza de Manuel de Falla son de estética neoclásica. Existen grandes y evidentes influencias de autores como Domenico Scarlatti. También se estrena en la composición de obras orquestales: Cielo bajo (1924), Concierto para piano y orquesta y Suite para orquesta.
El Grupo de los Ocho
En el año 1930 se presentó junto a sus compañeros en el Aula de Cultura de la Residencia de Estudiantes. El Grupo de los Ocho esta formado por Barcarisse, Pittaluga, Remacha, Bautista, los dos Halffter, Mantecón y la propia Rosita, por supuesto, única mujer del colectivo, en un momento en España en el que se llevaba ser moderno, en el que se estilaba tener a una mujer en un grupo de músicos intelectuales. En Francia, su análogo fue el famoso Grupo de los Seis, donde la representante femenina fue Germaine Tailleferre. El papel fundamental de Rosita en el grupo fue como intérprete de piano y compositora. Más tarde, en febrero de 1931, el grupo se presentó en el Palau de la Música de Barcelona. Esta formación se considera fundamental para comprender la música de la República y de la Generación del 27. Se presentaban como ejemplo de modernidad musical y la Residencia de Estudiantes fue su cuartel general.
Aquella presentación en la colina de los Chopos, en 1930, como integrante del Grupo de los Ocho, no solo le dio presencia, difusión y proyección en el mundo de la música, sino que también tuvo en ella una repercusión personal memorable: conoció a su futuro marido, Jesús Bal y Gay. Su relación fue duradera e intensa, ambos se declaraban profundamente enamorados.
El exilio: Cambridge, París y México
Dos años más tarde, en 1935, el matrimonio se mudó a Cambridge. Jesús aceptó una interesante oferta de trabajo: un contrato de tres años como lector de español en la universidad de la ciudad. Durante estos años, Rosita realizó conciertos en Inglaterra y en París y ayudó en algunas actividades relacionadas con el exilio de españoles a causa de la Guerra Civil en España. También en estos años formó un coro de niños de la guerra en la ciudad inglesa. Después, se instaló unos meses en París, donde su hermano era cónsul, tiempo en el cual recibió clases de Nadia Boulanger. Su marido, mientras tanto, se había trasladado a México, en el año1938. Ella siguió más tarde sus pasos tras su estancia en la ciudad francesa.
Ya en la capital mexicana, fundó la galería de arte Diana, donde exhibió trabajos de grandes pintoras del momento como Remedios Varo, Leonora Carrington y Vera, la mujer de Igor Stravinski. El matrimonio Stravinski fueron grandes amigos de Rosita. Su faceta como galerista es aún desconocida y está siendo estudiada en la actualidad. En la ciudad de México también se dedicó a dar clases mientras su marido se convirtió en un exitoso promotor cultural.
Las obras compuestas en este periodo se caracterizan por la expansión de la tonalidad, alejadas del estilo de su anterior etapa más neoclásica, próximo al lenguaje de Stravinski y Bartók. Su estilo coquetea con las vanguardias y está esencialmente escrito para piano. Las ‘cositas’ de esta época se caracterizan por la utilización de cromatismos, politonalidad, cambios de compás, disonancias y contrastes. Durante este periodo, su escritura pianística se hace muy interesante, variada, rica en matices y nuevos sonidos.
Vuelta a España y últimos años
Poco a poco, Rosita abandonó su actividad concertística a causa del estrés que le causaba. El matrimonio regresó a España, después de un largo exilio, en el año 1962, donde tuvieron una primera toma de contacto con el país. En 1965, se instalaron por fin de forma permanente en Madrid.
En este momento, también cesó su labor compositiva y se dedicó exclusivamente a la docencia, aunque jamás ostentó un cargo en un conservatorio, academia o similar. Así conoció a María Teresa Heredia, pues fue profesora de piano de sus hijas. Ambas se hicieron amigas y confidentes y, cuando Jesús murió en el año 1992, y Rosita comenzó a sufrir una terrible demencia degenerativa, Teresa se convirtió en su cuidadora y protectora hasta el final de sus días. De modo que al morir, la compositora cedió su legado musical a Teresa. Así, muchas de sus partituras permanecieron inéditas hasta que Ignacio Clemente las catalogó y sacó a la luz en el año 2018 en un interesante y minucioso trabajo de investigación.
Rosita sobrevivió a su marido diez años bajo los cuidados de su incondicional amiga. Falleció en el pueblo madrileño de Torrelaguna el 2 de mayo de 2002, a los 100 años de edad. Allí, está enterrada junto a su esposo.
Sus cositas
Las tres obras más interpretadas en vida de la compositora y que lograron permanecer en los repertorios del momento fueron: Petit Suite, escrita a finales de la década de 1930, obra para piano que siempre la acompañó en los conciertos del Grupo de los Ocho y que incluso llegó a orquestar; Preludio, fechada en 1938, donde un pasodoble se distorsiona a partir de un lenguaje atonal y de vanguardia, y Española, su obra de mayor repercusión que corresponde con el Allegretto de la Petit Suite, en este caso destinada a ser interpretada por la guitarra. Sin embargo, ambas obras se consideran independientes. La Española es una una miniatura bella, sutil y técnicamente muy complicada. Es la primera obra de la que encontramos referencias en el estudio de la recepción de la música de Rosita. El manuscrito está fechado el 31 de diciembre de 1933, aunque no fue hasta los años 70 cuando Regino Sainz de la Maza lo publicó.
El ya citado profesor Ignacio Clemente Estupiñán ha catalogado 36 obras de la compositora. De las mismas, treinta son para piano, una para guitarra, cuatro para orquesta y una para música de cámara, un trío de viento para oboe, clarinete y fagot. Todas ellas provienen de diferentes archivos y revistas: el Archivo María Teresa Heredia, la Residencia de Estudiantes de Madrid, la SGAE y las partituras publicadas por Ediciones Mexicanas de Músicos, Unión Musical Española y Feminal. Además, algunas de sus obras pudieron perderse en los bombardeos de Madrid de la Guerra Civil Española.
Peinando el cielo
Gustavo Pittaluga señala en uno de sus escritos, donde presenta a sus compañeros del grupo, que hubo que suplicar a Rosita para que tocara sus propias obras en público. No tenía problemas en hacerlo con obras de sus compañeros, sin embargo las suyas eran un misterio. En algunos textos se nombra a Rosita como el caso típico de compositora que no terminó de emanciparse, presa del patriarcado y de sus propias inseguridades. Una vez más nos encontramos ante la resistencia invisible, presente y en ocasiones inconsciente, en cierta parte de la historia respecto a los logros de las mujeres. Sin miedos, tal vez Rosita hubiera llegado mucho más lejos. O tal vez ya lo hizo desde su pequeño lugar. Escuchemos su música y sigamos investigando y trabajando sobre ella.
Escuchar su música supone sumergirse en un universo de sonidos limpios y coquetos, sencillos pero sofisticados a la vez. La aparente sencillez es una marca inconfundible de la compositora: cromatismos, disonancias, matices orientales y españoles, sucesiones, juegos rítmicos, melodías escondidas y variaciones. Sin duda, la grabación de sus piezas orquestales y la publicación de su obra inédita ayudará a seguir revelando los misterios de su música. Queda mucho por hacer.
Ya en su momento, Pittaluga avisó al público de que algo especial iba a ocurrir: ‘Ante vosotros vino a descubrir lo que siempre negó a todos. No lo olvidéis’.
No, no lo hemos hecho. No la olvidamos. Ahora más que nunca. Rosita es un referente como compositora y como mujer.
Sus dedos tocando un piano imaginario.
Peinando el cielo.
Y sus cositas sonando.
Bibliografía
Bal y Gay, Jesús y García Ascot, Rosita. Nuestros Trabajos y Nuestros Días. Fundación Banco Exterior. Colección Memorias de la Música Española, 1990.
Carreira, Xoán M. ‘Rosa García Ascot’. En: Diccionario de Música Española e Hispanoamericana, vol. 5. Emilio Casares Rodicio (coord..). Fundación Autor-Sociedad General de Autores y Editores, 2002, p. 426.
Clemente Estupiñán, Ignacio. Rosa García Ascot y la Generación del 27. Ediciones Idea. Colección Thesaurus, 2018.
García Sánchez, Patricia. ‘Sueño IX. En la colina de los chopos. Rosita García Ascot’. En: La música durmiente. Quince compositoras de la historia, 2021.
Pittaluga, Gustavo. ‘Música moderna y jóvenes músicos españoles’. En: Revista Ritmo, núm. 27, diciembre de 1930, pp. 5-7.
Vega Toscano, Ana (2008). ‘Mujeres en la música hispánica de los siglos XVII y XVIII‘. En: Compositoras españolas. La creación musical femenina desde la Edad Media hasta la actualidad. Álvarez Cañibano, Antonio; González Ribot, M.ª José; Gutiérrez Dorado, Pilar; Marcos Patiño, Cristina (eds.). Centro de Documentación de Música y Danza, 2008.
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