Rositina, como así la llamaba Pedrell, destacó desde temprana edad como niña prodigio, convirtiéndose en una auténtica musa que creció como figura entre figuras. Estudió con lo mejor que había en España: Pedrell, Granados, Falla y Turina, y con Nadia Boulanger en París. Entabló amistad con Ravel, que mostró gran admiración por su trabajo, y formó parte del mítico Grupo de los Ocho de la Residencia de Estudiantes. Mantuvo una relación fraternal con Lorca, se casó con el compositor Jesús Bal y Gay e hizo una gran amistad con los Stravinski. Sin lugar a duda, avales significativos de una vida muy singular.
Por José Manuel Gil de Gálvez
Rosa García Ascot nace en Madrid en una familia acomodada. Su padre era médico y abogado, y su madre, barcelonesa, tuvo una gran formación pianística, aunque nunca llegó a dedicarse profesionalmente a ello. Esta estudió en la Academia de Juan Bautista Puyol, la escuela de Granados, Albéniz o Viñes, ni más ni menos, y fue precisamente allí donde trabó una gran amistad con Pedrell, que perduró toda la vida y se convirtió en la Piedra de Rosetta y clave de bóveda de la formación de su hija.
Como cualquier mujer de su época, la lucha de García Ascot no fue solo por progresar en su vocación y profesión, sino que también tuvo que romper el techo de cristal y el corsé que otorgaba a la mujer la sociedad de entonces, además de desenvolverse en un mundo profesional eminentemente masculinizado. Sirva de ejemplo la obligada negativa que tuvo que dar a su participación como pianista en el Festival Falla de 1927 en Madrid, pues hubo de superar la propia barrera familiar, tal y como posteriormente le expone al propio Falla: ‘Estoy completamente decidida a seguir sus buenos consejos… a dedicarme por completo a mi música tanto en piano como en composición, puesto que ya no pone ningún obstáculo ninguno de mi familia’. Por tanto, estamos ante un clamoroso caso de una mujer de su tiempo que trata de ser silenciada por el peso de la sociedad, a pesar de ser una brillante y excelente música. Es esta la razón principal de traer este mes a este espacio de España en la música esta cuestión, al objeto de aportar un grano de arena en la consideración, dedicación y trabajo que debemos poner en esto.
Un segundo plano, propio del trato continuamente dado a las mujeres en la historia de la música, que en su caso se sumó a un forzado exilio a México, lo que provocó que buena parte de su obra se perdiese, como ella misma nos recuerda: ‘la mayor parte de mi obra casi toda se perdió en Madrid por la invasión de la casa de mis padres donde dejamos todo al marcharnos para Cambridge, por creer en el lógico regreso a poco de estallar la Guerra Civil. Allí quedó mi concierto para piano y orquesta, toda o casi toda la obra de mi niñez, la que tenía que escribir mi madre a dictado mío y todo lo demás’. Una faceta compositiva altamente importante si analizamos su labor y su condición en un contexto muy difícil.
Respecto a su estilo, por lo que hemos podido oír, encuentra una fuerte inspiración en las figuras dieciochescas de Scarlatti y Soler, algo lógico si comprendemos el amor que Falla, su maestro, sentía por estos compositores y su época. Se conserva en el Archivo Musical Manuel de Falla el análisis de dos sonatas de Scarlatti, dando habida cuenta de esa vuelta al pasado, imaginario icónico del neoclasicismo español. Baste recordar el episodio de los conciertos de la clavecinista Wanda Landowska en el Peinador de la Reina en la Alhambra ante un atento Falla; o esa mirada viva al pasado que encarna en el propio Retablo de Maese Pedro, rodeado de un perfume antiguo, aquello que Rodrigo denominó ‘neocasticismo’. Una vuelta al pasado que, aunque fuese sintonía universal, adivinable también en Pulcinella de Stravinski, adquirió tintes como siempre particulares en los colores musicales de España.
A este respecto, Halffter decía que la pasión que García Ascot sentía por Scarlatti no tenía fin, algo lógico desde mi punto de vista, pues en la obra del de Nápoles se encuentra unida toda la sabiduría compositiva y técnica para teclado, además de muchos de nuestros giros de la música popular y folclórica. La música de García Ascot se aleja sin ambages de la grandilocuencia romántica, escuchen la Española para guitarra dedicada en 1933 a Regino Sainz de la Maza, o su Petite Suite para piano y lo entenderán rápidamente. Para subrayar este aspecto cabría señalar una crítica sobre uno de sus conciertos en Inglaterra: ‘En la música de los compositores más antiguos y especialmente las sonatas de Antonio Soler que era para España lo que Scarlatti para Italia… el toque firme pero delicado de la señorita Bal fue admirable, mientras en las obras modernas de Granados y Falla la interpretación tuvo una magnífica vitalidad y rangos de tono’.
Una formación marcada por primeros espadas
Los primeros pasos los dio de la mano de su madre, quien le ayudó a adentrarse en un mundo eminentemente masculino, incluso en sus primeros años le hace de transcriptora de sus composiciones, las de su etapa más infantil. Igualmente recibe lecciones de Pedrell, aunque sobre todo lo que hará será recomendar, medrar y dirigir sus primeros pasos. Precisamente en 1915 le arregla su primer encuentro con Granados, que accede a darle clases y literalmente será el que le enseñe a poner las manos sobre el piano, con el antebrazo en línea con la mano y colocada con la palma habilitada para poder sujetar una pelota de papel; además le da el criterio para el uso del pedal, tal y como ella misma reconoce en sus memorias.
Con la trágica pérdida de Granados, un relato muy conocido por cualquier melómano que se precie, es nuevamente Pedrell el que comienza a hacer gestiones para que sea aceptada como alumna del compositor Manuel de Falla. Para recordarlo, lo mejor es acudir directamente a la respuesta literal que el célebre gaditano le da y que tan acertadamente recoge Clemente Estupiñán en su espléndida publicación sobre García Ascot: ‘No doy lecciones por falta de tiempo, pero siendo cosa tan de usted y dado lo que encuentro de extraordinario en Rosita alguna excepción haré… Claro está que he de seguir con ella un método de enseñanza muy especial, partiendo de lo que ya ella sabe sin saber y con cuidado de que no se desoriente ni se eche a perder con cosas inútiles y aún perjudiciales, como le ocurriría seguramente de seguir una enseñanza conservatorial’. ¡Vaya respuesta magistral! Porque como diría mi buen amigo Domi del Postigo, gran periodista, actor y comunicador: ‘Falla nunca falla…’. Y no le falta razón, ni subrayado, ni explicación, ni matización… porque es una misiva excelentemente actual. La respuesta de Pedrell da fe de la concepción de estos grandes maestros sobre la enseñanza en el conservatorio: ‘Querido Manuel: quedo agradecidísimo a su ofrecimiento porque se trata de un asunto tan delicado como el de la enseñanza de Rositina, que puede empañar y destruir la imprudencia de un estúpido pedante. Yo le dije hace ya tiempo a su mamá, que yo no iba a funcionar de maestro Ciruelo tratando de encauzar lo que ya salía naturalmente bien encauzado…’. Me viene a la cabeza el calvario que le hicieron pasar a Pedrell como profesor del Conservatorio de Madrid, verdadera razón de la dimisión de Monasterio, un ambiente irrespirable que le marchitó la vida.
Con el traslado de Manuel de Falla a la ciudad de Granada se interrumpen sus clases, aunque no la correspondencia entre ambos. Para la continuidad de la formación de Rosa, Falla propuso a Pérez Casas o Turina, iniciando las clases de composición con este último. Aunque con el tiempo su familia opta por llevarla cada quince días a Granada para continuar con las clases de piano y composición de manos de Falla, pasando a trabajar con los dos maestros de forma paralela. Esta etapa formativa entre grandes culmina con las clases que recibió en París de Nadia Boulanger justo antes de partir a México.
La Residencia de Estudiantes, Lorca, Bal y Gay, México y los Stravinski
Bacarisse, Bautista, García Ascot, Ernesto y Rodolfo Halffter, Mantecón, Pittaluga y Remacha configuran el conocido Grupo de los Ocho que se presentó en su día en la Residencia de Estudiantes, un espacio harto importante para su vida, pues allí conocerá a su marido, el también compositor Jesús Bal y Gay, así como a importantes intelectuales, figuras de la literatura y de la música del siglo XX. En la Residencia conoce a Ravel, quien pronunció tres recordadas conferencias que supusieron una gran influencia en la estética del grupo; de hecho, se cuenta que Falla mantuvo una acalorada conversación durante dos horas con el maestro francés acerca del destino de la joven pianista.
Otra figura de especial relevancia que aparece en su vida es la de García Lorca, gracias a que Falla envió una carta a los García Obispo anunciando la llegada de este a Madrid a cuenta de que lo recibieran en su casa. Lorca hizo una grandísima amistad con ella y le dedicó un lindo poema: Corona poética o pulsera de la flor en el cumpleaños de R. G. A. En palabras de la propia Rosa, gran parte de la música popular la conoció gracias al poeta granadino, en reuniones donde tocaban juntos el piano y a las que solían asistir nombres como Luis Buñuel, José Bello o Emilio Prados. Acerca del gusto de Lorca por la música, subrayaba Rosa que tocaba muy bien el piano e incluso habría querido ser pianista, y que por ello tenía una vocación frustrada con la música. A este respecto solo basta recordar las palabras de Lorca en una entrevista realizada en 1933: ‘Ante todo, soy músico’, y que Ian Gibson nos explica en los siguientes términos: ‘La obra y la vida de Lorca, en definitiva, no se explican si no se tiene en cuenta el hecho de que Federico era un músico nato’, un tema sumamente apasionante al que dedicaremos próximamente este espacio.
Fue en la Residencia de Estudiantes donde conoció al que fue su marido, el notable compositor gallego Bal y Gay, nombrado posteriormente profesor de Universidad de Cambridge. En dicha ciudad se instaló la joven pareja durante algunos años hasta que en 1938 cesó como profesor, curiosamente sustituido por el también español Jorge Guillén. En ese momento la situación bélica en España era acusada y justamente recibieron una invitación para ir a México de manos del propio presidente Cárdenas. El encargo fue fundar lo que sería la Casa de España en México, nótese que entre los fundadores se encontraban también los malagueños José Moreno Villa y María Zambrano, que la tierra a uno le tira…
En el país azteca encontraron la seguridad y estabilidad que no les proporcionaba España, y allí estuvieron 26 años hasta su vuelta en el año 1965. Junto a la Universidad Autónoma de México organizaron multitud de ciclos de conciertos, impulsaron la composición y, lo más singular de todo, conocieron a Igor Stravinski, pues Rosa ya tenía contactos previos con su hijo. Pero la relación con el ilustre compositor ruso se vio verdaderamente estrechada cuando fundaron la galería de arte Diana, pues allí expuso Vera Stravinski en el año 1961. A raíz de dicha exposición la relación de ambas parejas fue fluida y amistosa, muy cercana, hasta el punto de que los Stravinski realizaron viajes de índole personal al objeto de visitar al matrimonio español. Esto dio sentido a una vida en México que no fue fácil.
Cabría preguntarse, ¿por qué hemos tenido que esperar hasta ahora para que García Ascot comience a trascender? ¿Por qué su camino y relato en la historia no ha transcurrido paralela a la de sus compañeros del Grupo de los Ocho…? Ahí os lo dejo.
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