Richard Tucker (Nueva York, 28 de agosto de 1913-Kalamazoo, Michigan, 8 de enero de 1975) fue una de las grandes voces tenoriles del siglo XX, y, sin duda, el mejor tenor norteamericano de la historia. El pasado 28 de agosto se cumplieron 101 años de su nacimiento, y resulta una excelente oportunidad para acercar a nuestros lectores a esta importantísima figura de la lírica.
Por Diego Manuel García
Richard Tucker perteneció a esa generación de cantantes nacidos entre 1910 y 1920, con voces del calibre de Jussi Björling y Leonard Warren (1911), Ferruccio Tagliavini y Tito Gobbi (1913), Wolfgang Windgassen y Boris Christoff (1914), Elisabeth Schwarzkopf y Mario del Monaco (1915), Robert Merrill (1917), Birgit Nilson (1918), Lisa della Casa (1919), George London y Fedora Barbieri (1920). Desde luego, una pléyade de cantantes de verdadero ensueño cuyas carreras -de algunos de ellos- se prolongaron hasta la década de los 80 del pasado siglo.
Treinta años de intensa carrera
Hijo de un inmigrante procedente de Besarabia, el nombre con el que el Imperio Ruso identificó la parte oriental del principado de Moldavia, en la actualidad al Noreste de la frontera entre Rumanía y Ucrania.
Su nombre de nacimiento era Reuben Ticker. La aptitud musical de Richard Tucker fue descubierta tempranamente por Samuel Weisser en la sinagoga Tifereth Israel en el bajo Mahattan. A la edad de seis años formó parte del coro de una sinagoga. Después de realizar estudios de canto con el tenor Paul Althouse, completó su formación con Martino, Borghetti y Wilhousky, siempre en su ciudad natal de Nueva York. Una hermana de Tucker estaba casada con otro tenor ya famoso, llamado Jean Pierce -también judio- que, por entonces, y me refiero al final de los años 30 y principio de los 40 del pasado siglo, no le daba importancia a los escarceos líricos de su cuñado, y ello sería el germen de cierta histórica enemistad entre ambos, sobre todo, cuando la carrera de Tucker comenzó a despuntar. Su primer recital público se produjo en Nueva York en 1943, es decir, con 30 años, ya una edad algo tardía para comenzar una carrera, y que le emparenta con otro famosísimo tenor: Franco Corelli, cuyo debut también se produjo a los treinta años.
Tucker prosigue su incipiente carrera con la compañía de ópera Salmaggi, con la que realizó su debut escénico cantando Alfredo Germont de La Traviata en el Teatro Jolson de Nueva York. Después de actuar con esta compañía en una amplia gira por todos los EE.UU., en 1945 le fue ofrecida la oportunidad de debutar en el Metropolitan Opera House, con el Enzo Grimaldo de La Gioconda, junto a la Gioconda de Zinka Milanov. Desde ese momento se inició una estrecha e intima relación del tenor neoyorkino con el Met, ya que en ese teatro actuaría de manera ininterrumpida, durante casi treinta años, hasta el otoño de 1974, poco antes de su muerte.
El lector puede hacerse una idea de la muy intensa relación de Richard Tucker y el gran teatro neoyorquino, donde cantó treinta roles diferentes, con 499 representaciones ofrecidas sobre su escenario y otras 225 correspondientes a giras efectuadas (spring tour) como miembro estable de ese teatro o como artista invitado. En 1946 debutó en la Ópera Lírica de Chicago y continuó sus actuaciones en el Met neoyorquino con su interpretación de Alfredo Germont en La Traviata junto a la Violetta Valery de Licia Albanese, con quien también cantaría una La Bohème en 1950. También nuestro tenor haría sus pinitos mozartianos con el Tamino de La flauta mágica junto a la Pamina de la magnífica soprano Eleanor Steber. Igualmente, abordaría el Ferrando del Così fan tutte.
En 1949, y seleccionado por Arturo Toscanini, cantó el papel de Radamés de Aida en la famosa retransmisión radiofónica de la cadena NBC, también filmada, y que puede verse y escucharse en DVD, en la conocida edición dedicada a Toscanini.
Un año importante en la carrera de Tucker fue 1947, cuando se produjo su debut europeo, concretamente en el Festival de la Arena de Verona. Este gran evento lírico, inaugurado en 1913 por el tenor Giovanni Zenatello y su esposa la mezzo María Gay, se había suspendido -obviamente- durante los años de la Segunda Guerra Mundial, y su reapertura se iba a producir aquel verano de 1947, con unas representaciones de La Gioconda, con la participación de Richard Tucker y una joven soprano norteamericana de origen griego totalmente desconocida llamada María Callas, a quien Giovanni Zenatello, en Nueva York, unos meses antes, le había dado la gran oportunidad de cantar el papel de La Gioconda.
Mucho se ha hablado de aquellas representaciones veronesas, sobre todo por lo que significaron en la carrera de la Callas, cuya prestación -según la crítica de la época- fue buena pero, sin duda, inferior a la de Richard Tucker, magnífico tanto en el aspecto vocal como dramático. La Callas tuvo la inmensa suerte de la asistencia a aquellas funciones del director musical operístico Tullio Serafin, y del empresario y diletante -muy introducido en el mundo de la ópera- Giovanni Batista Meneghini, a quien gustó mucho la interpretación de Callas, tanto, que al poco tiempo terminó casándose con ella, a pesar de ser 27 años mayor que ella. El apoyo financiero y la influencia social de Meneghini, resultó esencial en los primeros pasos de la carrera de Callas. También, a Tullio Serafin le gustó la actuación de Callas en aquella Gioconda, convirtiéndose a partir de entonces en el gran mentor musical de la cantante greco-americana. Años después, y siendo Callas ya muy famosa, volvería a coincidir con el tenor norteamericano en importantes grabaciones para EMI, que serán ampliamente reseñadas en este estudio.
Durante la década de los 50 el Metropolitan fue la casa lírica habitual de Tucker. Entre sus grandes actuaciones en este teatro cabe destacar su interpretación de Don José de Carmen en 1954, alternando reparto con nuestra Victoria de los Ángeles y la bellísima mezzo norteamericana Rise Stevens. Entre los muchos roles verdianos de su repertorio cabe resaltar su gran creación de Don Álvaro de La forza del destino, que llegó a convertir en un autentico “caballo de batalla” entre 1952 y 1971. También sus creaciones de Don Carlo, desde 1952 a 1968, y de Gabrielle Adorno en Simon Boccanegra, desde 1950 a 1974, poco antes de su muerte. Fueron famosas sus creaciones de Riccardo en un Ballo in maschera el año 1955, junto a la Amelia de la gran Zinca Milanov.
En 1956 interpretó al Mario Cavaradossi de una Tosca especialmente famosa, y cuya toma en directo fue comercializada y remasterizada por el sello MYTO RECORDS, llegando a convertirse en una de las grabaciones referenciales de esta ópera. El reparto era de verdadero lujo, con la Floria Tosca de Renata Tebaldi y el excepcional Scarpia de Leonard Warren, con la extraordinaria dirección musical de Dimitri Mitropoulos. Tucker también se adentró por aquellos años en el repertorio francés, como ya se ha señalado había cantado Carmen, y en 1955 interpretó otro famoso personaje de este repertorio, el Hoffmann de Les contes d’Hoffmann de Jacques Offenbach, con dirección musical de Pierre Monteux.
Además del Met, Richard Tucker realizó frecuentes apariciones en la Liric Ópera de Chicago y la Ópera de San Francisco, el londinense Covent Garden y la Staatsoper de Viena. En 1960 se produjo su debut en el Teatro Colón de Buenos Aires.
En 1963 fue requerido para participar en la ceremonia fúnebre en memoria del asesinado John Kennedy, interpretando el Panis Angelicus de Cesar Franck. Y, ya en un tardío 1969, se produjo su debut en el milanés Teatro alla Scala, cantando el papel de Rodolfo de la verdiana Luisa Miller.
En 1972 interpretó Aida en el Arena de Verona y el Des Grieux, en una famosa Manon Lescaut, en el Teatro Teresa Carreño de Caracas, junto a la extraordinaria Manon de Magda Olivero, con dirección musical de Michelangelo Veltri. En aquellas funciones tanto Olivero como Tucker, ya, respectivamente, con 60 y 59 años, nos ofrecen una esplendida lección de canto e interpretación teatral. Afortunadamente, y para disfrute de los aficionados a la lírica, aquellas representaciones caraqueñas, fueron tomadas en directo y remasterizadas en CD, con muy aceptable sonido por el sello HISTOR RECORDINGS.
Un judío muy religioso como Tucker realizó uno de sus máximos anhelos al interpretar en teatro otro rol francés, el Eleazar de La juive de Halévy, en la Ópera de Nueva Orleans en 1973 y que, un año más tarde, volvió a interpretar en el barcelonés Liceu.
El 25 de diciembre de aquel 1974, en una serie de funciones liceistas conmemorativas del centenario de Carmen, el tenor norteamericano, junto a la mezzo de la misma nacionalidad Rosalind Elias, realizó su postrera aparición escénica, ya que pocos días después, el 8 de enero de 1975, fallecería repentinamente de un ataque al corazón. Dos días después tuvo lugar en el Met (la casa operística de Tucker durante treinta años) una emocionante ceremonia fúnebre, en la que el público neoyorquino dio su adiós postrero al más famoso tenor norteamericano de la historia. Un monumento en el complejo del Lincoln Center neoyorkino, donde está ubicado el Metropolitan, perpetúa su memoria.
Una voz de auténtico calibre
Al estudiar la voz de Tucker en su muy amplia discografía, encontramos un instrumento voluminoso, con un timbre personal muy característico, aunque no excesivamente bello, sobre todo en el centro, y que ganaba muchos enteros en sus escaladas hacia un agudo fácil, squilante y magníficamente proyectado hasta el si natural. Todo ello unido a una muy bien manejada gama de graves. Por tanto, se trataba de una voz poderosa y de gran homogeneidad a la que se le unía un excelente fraseo, junto a un temperamento extrovertido y pasional, para plasmar con maestría y gran teatralidad los más variopintos sentimientos de los personajes que interpretaba. En suma, un tenor “spinto” de voz flexible, capaz de afrontar un extenso repertorio: muchos papeles verdianos, puccinianos, veristas, del repertorio francés e, incluso, mozartiano.
Aquel gran especialista en voces Gonzalo Badenes Masó -a quien tuve el gusto de conocer y disfrutar de su magisterio, en su casa de Valencia, en un ya lejano 1991- decía de Richard Tucker: “instrumento claramente tenoril, con agudo fácil y esmaltado en origen, la voz de Tucker y su estilo de canto respondían a una concepción muy americana de la ópera. desde un punto de vista técnico, el clásico sonido ‘de gola’, muy propio de los cantantes norteamericanos, reflejaba más una característica que una carencia de la naturaleza, pero con el tiempo y con la fatiga que una técnica poco depurada impuso a nuestro cantante, se manifestaron ciertos manierismos que restaban belleza y naturalidad a la emisión.
El exagerado apoyo del agudo, el abuso del portamento, el aplastamiento del sonido en las notas altas, la pronunciación forzada de ciertas consonantes como la “r”, la inseguridad en la afinación y una tosquedad general en el fraseo y en la articulación, llegaron a convertirse en marcas de fábrica de cada una de sus actuaciones. La emisión un poco a borbotones, con acentos demasiado marcados, se compensaba con algo que llamamos ‘temperamento dramático’, de suerte que la absoluta sinceridad del artista podía llegar a compensar una línea de canto frecuentemente dislocada.”
Difiero de algunas opiniones del crítico y musicólogo valenciano acerca de la voz y estilo de Tucker. Resulta altamente placentero y estimulante escucharle el “Celeste Aida”, cantado con una excelente línea de canto, y apianando el Si bemol final, con sonido ‘morrendo’, como sugería Verdi, en uno de esos programas televisivos de FIRESTONE (La hora del teléfono), a comienzos de la década de los 50. Y, mucho tiempo después, en 1972, ya muy veterano, en esa ya comentada Manon Lescaut de Caracas, o el dúo “Invano Alvaro”, de La forza del destino, junto a Robert Merrill, en el concierto-homenaje que el Metropolitan dedicó a Rudolf Bing, quien desde 1950 había sido manager general de ese teatro. En ambos casos aún el tenor norteamericano seguía dando lecciones de canto y gran actuación dramática.
Sus grandes creaciones
Por el número de roles verdianos que Richard Tucker cantó en escena y grabó en disco, el tenor norteamericano puede ser considerado uno de los grandes tenores de este repertorio en el siglo XX. En primer lugar habría que citar sus interpretaciones de Don Álvaro en La forza del destino, ya que Tucker, por línea vocal y, sobre todo, por temperamento dramático, puede ser considerado, sin ningún tipo de exageración, el mejor Don Álvaro del siglo XX. Sus múltiples grabaciones de esta ópera lo atestiguan: en estudio con EMI en 1954, con la Callas (magnífica y muy dramática Doña Leonora de Vargas), Carlo Tagliabue (Don Carlos de Vargas) y Nicola Rossi Lemeni (Padre Guardiano), con la Orquesta del Teatro alla Scala dirigida y concertada por Tullio Serafin. También, diez años después vuelve a los estudios RCA para, de nuevo, grabarla con Leontine Price (Leonora), Robert Merrill (Carlos de Vargas) y Giorgio Tozzi (El Padre guardiano). Destacar otra toma en directo, en 1956, y en el Met, donde Tucker compartía reparto con Zinka Milanov (Leonora), Leonard Warren (Carlos de Vargas) y Cesare Siepi (Padre Guardiano), con la Orquesta del Met dirigida por Friedrich Stiedry. Richard Tucker fue uno de los pocos tenores con la necesaria flexibilidad para cantar los tres roles de la trilogía popular verdiana: Alfredo Germont de La Traviata y el Duque de Mantua de Rigoletto, con una reciente grabación en directo desde el Met, comercializada por MYTO, donde Tucker compartía reparto con el extraordinario Rigoletto de Leonard Warren y la excelente Gilda de Hilde Gueden. Diez años antes que Alfredo Kraus pusiese en circulación la cabaletta “Posente amor…” del acto II, ya la cantaba Tucker –obviamente- sin dar el re bemol conclusivo.
Y, en toda una pirueta, nuestro tenor afrontó con gran éxito el Manrico de Il Trovatore, rol para tenor de dificultad máxima, ya que la voz debe sonar, por momentos, lírica, heroica y dramática.
Su Radamés fue también de los que hacen época, y junto a la grabación de Arturo Toscanini de 1949, también cabría destacar su toma en estudio para EMI, otra vez junto a la Callas como Aida, de Fedora Barbieri en el rol de Amneris y Tito Gobbi como Amonasro. Corría 1955 y la dirección era de Tullio Serafin al frente de la Orquesta del Teatro milanés.
Pasamos a Puccini, donde ya se ha hablado de su antológica Tosca de 1956, en el Met, con Tebaldi y Warren, con la flamígera dirección de Dimitri Mitropoulos. Tucker fue también un excelente Rodolfo de La Bohème, que cantó bastante en teatro, y nos legó una grabación CBS de 1948 (de las primeras realizadas en microsurco) junto a la deliciosa Mimí de la soprano brasileña Bidu Sayao. Notable resultó su interpretación del Pinkerton de Madama Butterfly, que grabó en estudio en 1962, con RCA, junto a Leontine Price, y con dirección musical de Erich Leinsdorf al frente de la Orquesta RCA italiana.
Pero, el gran rol pucciniano de Richard Tucker es, sin duda, el Des Grieux de Manon Lescaut. Ya he comentado su magnífica grabación en Caracas en 1972, junto a la extraordinaria Manon de Magda Olivero. Sin embargo, ese impagable sello esloveno, MYTO, especialista en la recuperación de tomas históricas en directo, ha comercializado en CD, recientemente, otra antológica Manon Lescaut del año 1959, en el Metropolitan, dirigida por Fausto Cleva, y donde la Manon es, nada más y nada menos, que la gran Renata Tebaldi. Ciertamente, la soprano de Pesaro no tenía el temperamento dramático de Magda Olivero, pero, en compensación, nos ofrece un timbre de ensueño, que reedita su prestación en la Tosca de 1956, también con Tucker, quien, entonces con trece años menos que en las funciones de Caracas, se nos muestra en verdadera plenitud vocal, con una interpretación de Des Grieux, verdaderamente extraordinaria, solamente -quizas- superada por Jussi Björling, cuya bellísima y flexible voz superaba con un timbre de ensueño a la de Richard Tucker, quizás, aún más entregado y pleno de teatralidad que el tenor sueco. Ambos, unos grandísimos Des Grieux.
Finalmente, destacar la gran prestación de Richard Tucker en roles veristas como Andrea Chènier de la ópera homónima de Umberto Giordano, siendo magnífica su interpretación del poeta revolucionario, que no le tiene nada que envidiar a las de Beniamino Gigli o Franco Corelli.
Turiddu de Cavalleria Rusticana y Canio de Pagliacci fueron otros dos caballos de batalla veristas del gran tenor neoyorquino. Cabe destacar la reciente edición del sello SONY, en 2 CD, de una función en el Metropolitan, el 11 de abril de 1964, donde se representaron Cavalleria y Pagliacci, siendo Richard Tucker y Franco Corelli, respectivamente Turiddu y Canio, con dirección musical de Nello Santi. Sin duda, una oportunidad única de escuchar a dos de las más grandes voces tenoriles del siglo XX.