Rhea Quartet es un cuarteto de saxofones formado por jóvenes músicos comprometidos con la interpretación como medio de diálogo. Pablo Fernández Baladrón, Iris Guzmán Godia, Rocío Sánchez y Jaime A. Serrano Fernández se conocieron estudiando y tienen claro que lo mejor de la música es compartirla. En su nuevo álbum, ‘Belleza y Cenizas’ (NÎBIUS), han trabajado con los compositores y formado parte del proceso de creación.
Por Alicia Población
Habéis declarado que ‘la música de cámara implica un tipo de convivencia de ideas que no se encuentra en otros géneros’. ¿A qué os referís?
Pablo: Siempre nos hemos alejado del producto de masas. Todos hemos tocado en bandas o en orquestas, y en estas agrupaciones siempre hay una voz cantante, un director o concertino. Nosotros debatimos todo. Eso hace que el proceso sea más lento, pero cuando las obras están terminadas sabemos que es fruto de cuatro ideas, no solo de una predominante.
Jaime: No tenemos un papel asignado. En una banda está muy claro que quien manda es el director, no hay lugar a debate abierto. Cuando trabajamos una obra a veces cada uno se asigna un movimiento, pero nos gusta abordar los diferentes puntos de vista. Esto no es fácil. Muchas veces hay que ceder.
Rocío: Yo llevo poco tiempo en el cuarteto, pero me gustaría destacar que precisamente la música de cámara busca eso: una colaboración conjunta, no solistas. Lo bueno de Rhea es que busca la constante renovación. Por ejemplo, tenían una obra montada, pero ahora que me he unido yo, esa obra es completamente diferente para ellos.
¿Cómo surge Rhea Quartet?
Iris: Surgió casi de casualidad. Pablo y Jaime estudiaban en el Centro Superior Katarina Gurska, yo estaba terminando en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, y nos juntamos allí, en Katarina. Empezamos a hacer cámara juntos. Poco a poco nos fuimos enganchando y vimos que cuadrábamos muy bien. Tocando juntos vi lo que era realmente la música de cámara: salirte de las notas, hacer una obra diferente. Estudiábamos más para el cuarteto que para cualquier otra asignatura.
Jaime: Creo que ser saxofonistas ayuda a que queramos seguir con el cuarteto. Igual que el cuarteto de cuerda es la agrupación más representativa de las formaciones clásicas de cámara, el saxo nunca se ve como solista, al menos no en el mundo clásico.
Iris: Creo que lo importante es que se vive por cuatro. Los nervios son entre cuatro, el placer de un concierto se vive entre cuatro. Eso es muy positivo.
¿Cuál es el rasgo más característico de vuestra identidad musical?
Jaime: El lenguaje que tenemos al tocar los cuatro. Hemos seguido una línea tocando. Nos ha dado clase el Cuarteto Quiroga, el Cuarteto Casals, gente que comparte un lenguaje como el nuestro. Tenemos muy claro cómo no queremos tocar. Dentro de las escuelas que hay sabemos cuáles nos gustan y cuáles no.
Pablo: Nos sirvieron mucho las clases con Cibrán Sierra, miembro del Cuarteto Quiroga. Él habla de su experiencia en el cuarteto como si trabajar en cámara fuera estar en un laboratorio. Nosotros probamos tantas cosas en los ensayos que es muy difícil pactar para el concierto. Tenemos grabados directos de la misma obra que son completamente diferentes y nos gustan los dos. En este último disco nos hemos quedado con las tomas que creíamos que nos representaban en ese momento. Luego, lo hemos escuchado y hemos pensado: ‘ahora no lo tocaríamos así’. Rhea es eso, nos encanta que no siempre suene igual. Somos de la creencia de que la música está viva. Eso de que si la música es buena suena por sí sola, no nos convence. Póntela en el Sibelius, a ver qué pasa.
‘Belleza y Cenizas’ es un proyecto musical en el que presentáis cinco obras que han sido escritas ex profeso para este proyecto. Habéis colaborado estrechamente con los autores. ¿Cómo describiríais este proceso colaborativo entre quien crea la obra y quien va a interpretarla?
Iris: El trabajo con ellos fue bastante temprano, no teníamos las obras muy maduradas, así que discutíamos las dudas que teníamos o aclarábamos cuestiones. Algunos nos animaban a ser más libres y otros hacían mucho hincapié en lo que ponía exactamente en la partitura. Al final, yo creo que cuanto más te ciñes a la partitura, menos viva está la música. Es decir, cualquiera puede hacer un regulador, con diferencias mínimas entre un intérprete y otro. En estas obras contemporáneas en las que está escrito absolutamente todo a veces no hay hueco para dejar tu aportación.
Pablo: Cuando estuvimos trabajando la obra de David del Puerto estábamos bastante preocupados por transmitir el mensaje de la obra. Cuando le preguntábamos si quería que sonara como lo estábamos tocando nos decía: ‘Lo he escrito para vosotros, para que lo terminéis vosotros. Yo solo entrego la idea, ahora es vuestro trabajo devolver algo más de lo que yo os he dado, tanto a mí como al mundo. Rhea es quien encarga la obra y al mismo tiempo quien la termina’.
Jaime: Estoy recordando el trabajo con David Ruiz y con Alberto Bernal. En la partitura de David hay muchísimas indicaciones. Cuando trabajamos con él estábamos preocupados por hacer todo lo que ponía, pero se mostró muy abierto. De hecho, nos decía que estábamos muy ceñidos al papel, que debíamos fluir más, dejarnos llevar. Con Alberto no teníamos ni partitura. Nos hizo vivir Neoliberal, en primer plano. El neoliberalismo te dice que eres libre de hacer lo que quieras, pero te obliga a trabajar y también a gastarte luego ese dinero que ganas. Recuerdo que él te daba las indicaciones: pulso binario, negra igual a ciento tres, etc., pero te decía que, dentro de eso, podías hacer lo que quisieras. Era la representación misma del sistema, que te dice ‘haz lo que quieras’, pero luego las cosas tienen que ser de una determinada forma.
La obra de David Ruizse construye sobre un collage de textos pensados para ser proyectados en directo con la música, extraídos del libro de Rafael Gordon titulado Belleza y cenizas, al que debe su título. ¿Desde qué manera la proyección de estos textos enriquece la música?
Pablo: Cuando David creó la obra compuso por un lado la música y por otro los textos. Lo que pretendía era conformar una experiencia inmersiva. Y no es lo mismo la grabación del álbum que el directo. En el directo experimentas con los sentidos. Es una forma, de nuevo, de utilizar los canales. En nuestro próximos proyecto vamos a ofrecer otra cosa muy alejada del disco convencional.
¿Qué nos podéis adelantar de ese nuevo proyecto?
Jaime: Estamos colaborando con dos artistas gráficos para hacer dos obras que llevamos trabajando un par de años: la Suite Holberg de Grieg y la Serenata para vientos opus 44 de Dvorák. Queremos crear una experiencia fuera de los escenarios al uso, aunque pueda adaptarse. Irá con narración de unos textos de Luz Orihuela y con imágenes vinculadas a la propia música. Incluso estamos pensando en que el público pueda moverse, que las obras no se hagan en el mismo espacio.
Ops (Inner Working) es una pieza que toma como referencia a Ops, la diosa de la fertilidad. Inner Working toma el título de un poema de Rupi Kaur que se basa en una reivindicación hacia el tabú que sigue existiendo sobre la menstruación. ¿Cómo se plasma esto en música?
Iris: La primera impresión de la obra fue: ¡qué difícil! Tiene un lenguaje contemporáneo, tal y como entendemos lo que es, convencionalmente, el lenguaje contemporáneo.
Pablo: Es de estas obras que, si esa dificultad de interpretación y, quizá cierta dificultad de escucha —porque no genera siempre momentos cómodos—, viene precedida de una explicación de la inspiración, después, al escucharla, eres capaz de distinguir esos momentos de estabilidad, o de falsa calma, y las zonas donde te genera incomodidad. Y es cierto que a veces no es fácil de escuchar, como tampoco es fácil convivir con ese tabú que existe.
¿Es necesario explicar la música contemporánea? ¿De qué manera acercáis la música contemporánea al público que rechaza este estilo?
Rocío: Para empezar, creo que debemos cambiar eso de ‘música contemporánea’ por ‘música actual’. Porque, ¿qué es lo contemporáneo?
Jaime: Acercar la música siempre lo hacemos a través de la palabra. Explicando, sí. Hay sitios en los que nos preguntan si vamos a hablar y nos piden que mejor no lo hagamos, que al público no le gusta.
Pablo: No nos hemos encontrado a una sola persona que no haya agradecido el hecho de que le expliques un poco lo que vas a tocar. Incluso la gente que ya nos ha escuchado, que ya sabe lo que va a oír, se muestra agradecida de que nos dirijamos a ellos. Si al público le cuentas una historia, luego la música le resulta más familiar, y eso también incentiva a escuchar cosas nuevas.
Iris: Esto enlaza un poco con nuestro lema de #NoEsClásico. Cuando contamos algo, nos reímos entre nosotros y la gente lo ve, quien te escucha también se contagia y lo disfruta. No es salir, tocar e irse, no existe esa separación entre público y músicos. Tenemos muy presente que sin público no hay conciertos. Nuestra relación con el público no es la ‘clásica’, la ‘antigua’. Tampoco es clásica nuestra portada del disco, por ejemplo. Queremos romper con ese convencionalismo.
Pablo: Es difícil encontrar el balance entre la música nueva y la música de masas porque igual no se llenan las salas. Nos hemos encontrado con compositores que dicen: ‘Es que mi arte no es para todo el mundo’. No lo entiendo. Quizá si se explicara sí sería para todo el mundo.
Jaime: La temporada pasada fuimos varias veces al Auditorio Nacional de Música. Al tercer concierto al que fuimos le dije a Iris: ‘Sé que tenemos un programa de mano, pero no entiendo por qué no ha habido ni siquiera un “buenas tardes, voy a tocar esta obra” por parte de los solistas.’ El Auditorio Nacional puede ser la referencia de cómo deben ser las cosas y si no se escucha ni al director, ni al solista ni a nadie decir nada al público, se entiende que así es como debe ser.
Compagináis vuestra labor concertística con la enseñanza. ¿Qué os aporta vuestra faceta pedagógica en la de interpretación?
Pablo: Yo veo la música como un abanico de colores en el que no tienen por qué gustarte todos, pero sí tienes acceso a ellos. Hoy casi todo el mundo tiene internet así que yo siempre propongo que busquen cosas nuevas. Estamos en la sociedad del minuto y los alumnos me enseñan casi más de lo que yo les enseño a ellos. Se trata de ser una puerta a la curiosidad, donde ellos vayan y sean quienes descubran.
Jaime: Yo tengo claro lo que quiero hacer: no crear frustración hacia el instrumento. Este año me centré en enseñarles todos los estilos que hay. Tocamos barroco, contemporáneo, música popular o música francesa del siglo XX. A los alumnos les encantaba. No se trata de imponer. Muchas veces hay que tocar obras porque están en la programación y no hay más que hablar. Y a lo mejor un alumno no puede o no le apetece nada tocar eso. Si no te gusta algo quizá es que no lo tienes que tocar todavía.
Rocío: Yo doy clase de música en Primaria y a lo que he tratado de dar importancia últimamente es al silencio. A veces lo pasamos por alto y los silencios son importantísimos para conectar y provocar sensaciones. Para la música y para la vida, el silencio también enseña a respetar.
Iris: A mí me gusta mucho hacer técnica, adoro hacer escalas, pero con el tiempo me he dado cuenta de que es más importante que vengan a clase y disfruten. Por supuesto tienen que mejorar, pero tienen que mejorar disfrutando. Porque además hoy en día van a inglés, a fútbol, hacen mil cosas, como para que encima vean la música como algo que hay que hacer a disgusto. Por otro lado, siempre los animo a que vayan a banda, a un combo o que hagan un grupo porque lo mejor de la música es compartirla.
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