Título: Titanic
Director: James Cameron
Música: James Horner
De todas las leyes que rigen el universo, puede que la ley de la compensación, esa que permite que a cada quien le llegue justamente lo que le corresponde, sea la más humana de cuantas guían y gobiernan el comportamiento de hombres y mujeres. Más allá de las siete leyes universales —inspiradas en la tradición védica—, la ley de la compensación se rige por parámetros que resultan incomprensibles para la lógica del universo. En esta encrucijada se desarrolla la música de Titanic, el primer y único Oscar de James Horner. Titanic, o el sinsentido de la compensación, describe esa fraudulenta e incomprensible decisión académica que dejó en el año 1995 sin estatuilla a Braveheart o Apollo XIII, dos de sus mejores obras. Esto no quiere decir que Titanic no lo mereciera —Oh mon Dieu! —, todo lo contrario, pero la decisión que dejó sin premio a alguna de aquellas obras condicionó el fallo que inmortalizó en 1997 a Titanic.
AT-DT Antes de Titanic, después de Titanic… Realizando un pequeño ejercicio de arqueología doméstica, nos hallamos ante un hecho irrefutable que divide nuestra milenaria historia en dos grandes etapas, dos periodos que quiebran nuestro tiempo mostrando los acontecimientos históricos de un modo distinto. Estas dos épocas llamadas AC-DC, es decir, antes de Cristo, después de Cristo, son hoy por hoy necesarias para relatar los sucesos que han acontecido al ser humano. Pues bien, la misma realidad puede ser extrapolada a la música de esta colosal producción dirigida por James Cameron, que marcó un antes y un después en la carrera del maestro. Al igual que ocurre con la historia de la humanidad, esa que se cuenta a partir del profeta, la historia de James Horner se reescribe a partir de Titanic, obra que lo situó en lo más alto del panorama musical de la época. Con todo, y a pesar de esa ley universal de la compensación, Titanic es un buen trabajo que mereció el reconocimiento unánime de la crítica.
No es mi intención analizar aquí el argumento de la película, no es este el foro idóneo para eso, pero sí tomaré como punto de partida la historia de amor que tiene enredados a Jack, un buscavidas bohemio perteneciente a la tercera clase del Titanic, y a Rose, una joven de primera clase que viaja en el transatlántico huyendo de su propia realidad. Una historia de amor que tiene como convidado de excepción a un diamante —’el corazón de la mar’— que el buscador de tesoros Brock Lovett (Bill Paxton) y su equipo de exploración buscan en el Titanic. Pues, del mismo modo, imaginaremos que Horner encuentra cien años más tarde un viejo y carcomido diario propiedad de Rose que cuenta en primera persona lo que realmente sucedió a bordo del Titanic, una historia de amor, pasión, venganza, celos y muerte que Horner describe con sensibilidad y firmeza utilizando algunos fragmentos de ese diario.
Southampton, 10 de abril de 1912
‘Todo estaba preparado. Los coches, los baúles, los pasajeros de primera clase con sus lacayos ascendiendo por la pasarela que les conducía al barco de los sueños… El champagne, el olor a cigarro de marca y el Titanic, el navío más moderno y sofisticado del mundo que alzaba su rostro, imponente, majestuoso y desafiante, sobre los pasajeros de tercera, el equipaje de clase baja que ocupaba las estancias inferiores del buque… Es lo más impresionante que he visto nunca’.
Para el Titanic, esa moderna máquina de ingeniería, Horner propone una doble melodía (Southampton) que utiliza los sintetizadores y las voces para describir la modernidad de un buque que representaba el avance —finales de la Segunda Revolución Industrial— de una sociedad que cambiaba a pasos agigantados. Ahora bien, si la primera idea describe de una forma original la modernidad del navío, la segunda (Leaving Port/Take her to sea, Mr. Murdoch), más clásica y convencional, se centra en la fuerza titánica del mismo, una nave tan veloz que solo la cuerda y los vientos parecen alcanzar los sueños de los pasajeros. Horner juega con estas dos ideas —al menos en la primera parte de la historia— que describen con inteligencia la naturaleza del barco más colosal construido hasta la fecha. Después de soltar amarras en el puerto de Southampton, estas dos melodías no volverán a aparecer hasta los créditos finales.
Rose y la tercera clase
‘Hay algo en él que es distinto, no sé, su forma de mirar, de expresarse, quizá sea su forma de dibujar, no sé, pero todo parece cambiar a su alrededor cuando él está presente. La cena de la otra noche… Cuánta seguridad había en sus palabras y cuánto odio había en la mirada de mi madre (pobrecito Jack). La forma de mirarme mientras dibujaba mi cuerpo desnudo, reclinada en aquel diván de primera clase. Creo que le amo…’.(Palabras escritas antes del choque con el iceberg)
Como expresé con anterioridad, Titanic es una gran historia de amor que desafía los convencionalismos que imperaban en una sociedad clasista como la que viajaba a bordo del transatlántico. Rose y Jack son el paradigma de las clases sociales que viajaban a bordo del buque, por eso la historia de amor tiene, si cabe, una mayor carga emocional que el maestro adereza con una delicada melodía de aires celtas —Jack es irlandés— que, a través del arpa, la flauta y la voz —en una gran interpretación de Sissel— describe la sencillez de un amor que no entiende de clases. Sofisticada, cuando los dos amantes se encuentran por primera vez (Rose), e íntima, cuando las manos de Jack dibujan la desnuda figura de Rose (The Portrait), esta melodía se erige en la seña de identidad de la partitura. Si para la primera los instrumentos celtas son los que acompañan a los protagonistas sobre la crepuscular proa del barco, para la segunda, la más intimista de todas, es el piano el que desnuda con sus delicados sonidos la pasión de la protagonista.
El iceberg y el final del sueño
‘¡Chocamos!, eso creo. Los tripulantes dicen que con un iceberg. El barco ha empezado a hundirse por la proa y creo que mucha gente va a morir. Hace mucho frío y no consigo calentar mis manos… No sé lo que va a pasar, pero tengo a Jack conmigo y eso me da valor para afrontar esta situación. Cal nos persigue por todo el barco intentando que suba con él a un bote, pero es inútil, amo a Jack’. (Después de estas palabras nada más se supo del diario hasta ahora)
A las 23:40 del 14 de abril, cuatro días después de partir de Southampton y a unos 600 kilómetros al sur de Terranova, el Titanic chocó contra un iceberg. La colisión abrió varias planchas del casco en su lado de estribor bajo la línea de flotación a lo largo de cinco de sus dieciséis mamparos, que comenzaron a inundarse. Es bastante fácil imaginar el pánico que debió apoderarse de los pasajeros cuando el agua empezó a entrar por la cubierta del barco, un miedo que el maestro utiliza (A Building Panic) para generar la tensión necesaria que esa dantesca imagen tiene. Las escalas, los violentos golpes de la percusión y los coros (Death of Titanic) provocan que esta dramática escena adquiera un significado ‘escatológico’ que tiene a Horner como maestro de ceremonias. Con un gran crescendo, la música acentúa esos minutos finales antes del fatídico hundimiento que dejo un silencio desgarrador sobre las gélidas aguas del atlántico.
Elegía para un naufragio
A modo de epílogo es interesante reseñar cómo Horner introduce la voz solista para describir el principio y el final de la historia en un más que interesante juego narrativo que describe la tragedia del Titanic. Con la voz de Sissel como protagonista al principio de la historia, el músico teje una nostálgica melodía que tiene su continuación al final de la misma cuando los supervivientes de la tragedia esperan resignados una absolución que nunca llegaría. Es, en última instancia, una reinterpretación del tema de amor que la soprano descifra de un modo afligido —elegía para voz solista—para subrayar la soledad de la protagonista.
Volviendo sobre aquella manida ley de la compensación, huelga decir que Titanic fue para algunos la mejor partitura escrita ese año, pero para otros fue el ejemplo de que esa ley se cumple cuando permite que a cada quien le llegue lo que le corresponde, máxime cuando dos años antes habían cometido una de las mayores injusticias que se puede perpetrar contra un músico. Pienso que para los académicos de la industria, que son los que deciden qué es lo mejor o lo peor, esta fraudulenta ley se cumple en la mayoría de los casos. Aun así, Titanic marcó un antes y un después en la carrera del maestro, y esa sí que es una ley universal.
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