The Modern Cello
Dan Sloutskovski, violonchelo
Irina Shkurindina, piano
Orpheus Classical OR 7181-1649
El violonchelista Dan Sloutskovski y la pianista Irina Shkurindina reviven en Orpheus Classical tres sonatas para chelo de lenguajes divergentes escritas por George Enescu, Serguéi Rajmáninov y Alfred Schnittke. Bien es cierto que el título del compacto no refleja objetivamente la impresión inicial en cuanto a la idea de modernidad asociada al siglo XX, pues el estilo de las dos primeras obras se inscribe en ese posromanticismo tardío que está muy lejos de un músico completamente encuadrado en el pasado siglo como es el ruso-alemán.
De entrada, Enescu en su Allegro en Fa menor, más un movimiento rapsódico de estructura libre que una sonata propiamente dicha, revisita sin reserva alguna la autoridad brahmsiana, con temas expansivos y de obsesiva pasión alternados con momentos de dulce reposo, siempre salpicados de detalles personales en ritmo y armonía que apuntan a futuras composiciones más interesadas en el folclore rumano por parte de su autor, aún un joven estudiante del conservatorio vienés. La breve pieza, de final sombrío y misterioso, nos permite comprobar el envolvente y compacto sonido, y la luminosa afinación del chelo de Sloutskovski en sintonía con el florido aletear del acompañamiento pianístico de Shkurindina.
Constantes que se aprecian a lo grande en la Sonata opus 19 de Rajmáninov, donde ambos intérpretes se lucen a partes iguales, como era la intención del compositor. Resulta una gozada escuchar esta obra maestra en el género de cámara, contemporánea e identificable con el celebérrimo Concierto para piano núm. 2, en manos de dos almas que respiran al unísono por sus embriagadores cauces expresivos, brindando un ensoñador Andante, la joya de la corona de la partitura, repleta de esos cambios rítmicos tan característicos en Rajmáninov, más acentuados en el delicioso Allegro scherzando.
Como colofón, la más moderna de las obras convocadas, la Sonata núm. 1 de Schnittke, un universo de desolación atravesado por un halo bailable y grotesco deudor de Shostakóvich que los dos solistas conducen a niveles de gran profundidad en el inquietante movimiento conclusivo.
Por Germán García Tomás
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