Título: The Grand Hotel Budapest
Director: Wes Anderson
Música: Alexandre Desplat
Paul Klee, Kandinsky, Klimt o Jackson Pollock fueron artistas que durante años desarrollaron una nueva forma de entender el lenguaje de las emociones. Sus sempiternas obras se proyectan más allá de lo racional, de lo intuitivo, configurando un collage visual que muestra la ilimitada genialidad del ser humano. Esta particular forma de entender el arte puede ser extrapolada al cine para entender la irreverente obra del director tejano Wes Anderson. Su puesta en escena hace que su obra sea tan original como sincera. La caricatura se hace real… En obras como Moonrise Kingdom, Fantastic Mr. Fox o The Grand Hotel Budapest sus personajes son de carne y hueso. En sus complejas historias los protagonistas carecen de ironía. Son lo que son. Ahora bien, más allá de toda duda queda la caricatura inspirada en los profundos personajes de Dickens, trazos en los que el melodrama y la comedia juegan con las emociones del espectador.
Anderson cuida los detalles de un modo artesanal. Los decorados, el vestuario, las localizaciones, el guion y la música confirieren personalidad e identidad a cada uno de ellos. Al paralelismo antes establecido entre la pintura y la obra de Anderson hay que añadir un tercer ingrediente, la música, cuyo aroma completa la iconografía tan sui géneris del director. Puede que la aportación musical de su amigo Desplat haya sido el elemento narrativo necesario para que la obra del cineasta haya dado un salto cualitativo en los últimos años. La aportación del compositor francés Alexandre Desplat, cuya primera colaboración Fantastic Mr. Fox supuso el comienzo de una relación tan particular como original. La personal escritura de Desplat se adapta como un guante a las historias de Anderson que, en un alarde de sinceridad creativa, ha sabido dar libertad de acción al músico parisino. Solo hay que escuchar su dinámico Main title (Moving in), o la desenfadada pieza de aires sureños DiggingTheme para darse cuenta, no solo de la tremenda personalidad de ambos cineastas, sino también de la capacidad de adaptación que Desplat tiene para asumir sonoridades que pertenecen a otras culturas.
A tenor de lo expuesto con anterioridad no es de extrañar que su última colaboración, The Grand Hotel Budapest, haya supuesto una vuelta de tuerca más a esta necesaria relación profesional. Puede que la música compuesta para esta nueva cinta de Anderson sea la más cromática y variada de cuantas ha escrito Desplat, ya que supone un enorme ejercicio de versatilidad y originalidad que pone de manifiesto su gran cultura musical. La partitura se desarrolla en varios bloques temáticos que vienen definidos por la variedad de personajes, situaciones y escenarios que el director recrea, con cierta utopía, en este maravilloso cuento. La compleja labor del Desplat empieza por la reconstrucción musical de los escenarios que el músico asume con honestidad versionando temas populares que pertenecen al folclore de los países del este de Europa. Algunos temas clásicos, como el Concerto for Lute and Plucked Strings de Vivaldi, junto a su original partitura completan esta telaraña musical que director y músico tejen con inteligencia narrativa.
La trama de The Grand Hotel Budapest se desarrolla en los países del este de Europa, espacios que Desplat recrea utilizando temas tradicionales, como el Traditional Arrangement: Moonshine, melodía inspirada en la canción popular rusa Светит месяц, donde el violín, la balalaika, la mandolina y el címbalo sirven para contextualizar la historia situando a los personajes dentro de un espacio y un tiempo determinado. Las continuas referencias a la música popular búlgara y la cuidada instrumentación típica de esa zona (Öse Schuppel) lo impregnan todo de autenticidad, consiguiendo que la narración sea creíble.
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