Como sabemos, las meticulosas orquestaciones y la rígida elección de timbres que se aprecian en el repertorio sinfónico a partir de Beethoven, no eran cuestiones tan desarrolladas antes de 1750. Durante aquellos años, y hasta las primeras décadas del siglo XIX, encontramos obras “para laúd, vihuela o arpa”, “para violín, flauta o corneto”, por poner algunos ejemplos. Especialmente en el caso de la música doméstica, aquella que vendían los compositores a editoriales para su impresión y venta al público general, el autor escribía música y dejaba abiertas las puertas a que más instrumentistas (más posibles clientes) pudieran disfrutar de sus obras.
Es evidente que una flauta de pico no sacará mucho partido de una colección de obras para dos claves, así como una suita para violín solo, interpretada en un virginal, podría desmerecer tanto la obra como el instrumento receptor. Quizá por eso la viola da gamba es propicia a la adaptación de música para otros instrumentos: su organología combina la disposición de un laúd con un gran poder melódico y agógico. Quizá por eso este “The Bach Album” parece haber salido directamente del escritorio de Leipzig.
Desgranando el primer acorde del gravede la Sonata para violín n.º 2 en La menor BWV 1003, la resonancia de la viola da gamba ayuda a subrayar la ejemplar conducción de voces del original y, si no conociéramos de sobra esta pieza, sería difícil distinguir esta transcripción entre los manuscritos de Bach. En la segunda bourrée de la Suite de cello n.º4 BWV 1010 Alqhai da a la viola un tratamiento de cuerda pulsada, convirtiendo la reprise en un dulce eco de la sección anterior. El intimismo con el que está tratada la chacona de la Partita de violín n.º 2 BWV 1004 es un corte definitorio de la materia prima de este minucioso trabajo, toda una lección de interpretación a solo y una interesante relectura de Bach en sus propios términos.
Por: Pablo F. Cantalapiedra
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