Gaspar Sanz, Francisco Guerau y Santiago de Murcia son los máximos exponentes del mundo de la guitarra barroca entre los siglos XVII y XVII. Los tres guitarristas trabajaron durante el reinado de Carlos II, como catedrático en la Universidad de Salamanca el primero, y en la Capilla Real de Madrid Guerau y Murcia.
Si bien vivieron en una época marcada por el influjo italiano, su música revela un gusto y características puramente españolas, especialmente en la música para la danza. Si en el resto de Europa impera la forma suite, codificada por una serie de danzas que se suceden, compartiendo tonalidad e incluso motivos en varias ocasiones, en España las danzas aparecen independizadas de cualquier género que se estructure en movimientos, y con un tratamiento estructural basado en las diferencias o variaciones.
Tal es el caso de las que aquí aparecen: Canarios, Folías gallegas, Xácaras o Marionas. Todas ellas tienen en común el desarrollo de las diferencias, en las que a su vez, Miguel Rincón aporta ornamentos y glosas que enriquecen este trabajo aportando una interpretación personal e interesante.
Posiblemente fue Santiago de Murcia el más abierto a la influencia italiana. Destaca la Giga de Corelli por la B y Giga en Mi por la Cruz. Si bien la giga es una danza procedente de las Islas Británicas, se estableció como convención al final de la suite barroca.
Si las obras de Sanz y Murcia rebosan de brillo y dinamismo, invitando al intérprete a rasguear y ornamentar, las obras de Guerau, como las 39 diferencias sobre la Xácara o las 18 diferencias sobre la Mariona, por el contrario, destacan por su virtuosismo contenido y erudición.
Cabe señalar la importancia del trabajo directo con las fuentes. Así, Miguel Rincón, ofrece un panorama completo de las distintas opciones de encordar la guitarra descritas en los prólogos, apreciándose de esta manera la idiosincrasia de cada compositor.
Tras profundizar en este aspecto, en ocasiones un tanto resbaladizo, el intérprete toma sus propias decisiones mostrando un resultado de gran madurez.
Por Enrique Pastor Morales
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