El 29 de marzo de 1935 Nikolái Miaskovski anotaba en su dietario haber escuchado una sonata de Shostakóvich maravillosa. La Sonata para violonchelo y piano en Re menor opus 40, escrita para su amigo Viktor Kubatski, sedujo enseguida por su estilo fluido y refinado melodismo. En Pravda, donde toda manifestación del arte soviético era escrutada de manera implacable, la sonata fue descrita como ‘disciplinada, clásica en sus proporciones, sonora y particularmente lírica’ (en esencia todo lo contrario de lo que se diría de la ópera que, concluida poco tiempo antes de la sonata, sumiría a Shostakóvich en la desesperación). Dejando a un lado la pedantesca Verdad, el sucinto juicio de Miaskovski sobre la obra fue tan ampliamente compartido, que ‘fueron muchos los violonchelistas que se peleaban por tocarla, hasta el punto que el compositor se hacía acompañar en cada concierto por un solista diferente’ (K. Meyer, Alianza, 1997).
A Miaskovski, en deliberada redundancia, quiero recurrir para expresar, con esa única una palabra, maravillosa, mi parecer sobre la interpretación de Fernando Arias y Noelia Rodiles. Palabra que en sí misma es destilado de muchas y diversas emociones que arrancan ya con el delicioso primer tema, entonado en expresivo cantabile por Arias sobre el cristalino arpegiado de Rodiles, pasan por cada remanso (tranquillo) de morosa intensidad que marca el zigzagueante pero sereno curso del Allegro non troppo, de obstinada y misteriosa coda; siguen con el brillante enérgico, pulsado rítmico del piano (forte, marcato), los golpes matizados de arco y limpias secuencias de glissandi en el Allegro; desembocan en el desolador sombrío del Largo y concluyen con el humorístico Clasicismo, lucidamente ejecutado, del Allegro conclusivo.
Completan este retrato del Alma Eslava otras dos piezas singulares: Pohádka (Cuento de hadas), fechada en 1910, de Leos Janácek, obra de exótica y compleja sonoridad; y la brahmsiana monumental Sonata para violonchelo y piano en Si menor opus 8 escrita en 1899 por un jovencísimo Ernst von Dohnányi. Interpretaciones ambas —por qué no insistir de nuevo en el término—, maravillosas.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
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