El pianismo oriundo del país natal del gran Alexis Weissenberg sigue regalándonos emocionantes momentos desde su corazón eslavo. Anna Petrova, también búlgara de nacimiento, nos presenta su visión de dos conocidísimas obras de la célebre pareja de compositores nacidos en la Rusia de los 70 del XIX, Scriabin en 1872 y Rajmáninov en 1873, las dos arterias coronarias de este disco junto a una especie de bis de poco más de dos minutos, brillante, de título Acuarelas para piano núm. 6 del opus 37 del compositor búlgaro Pancho Vladigerov (1899-1978), el mayor de los cinco del grupo de los Petima,protagonistas en el Melómano de Oro de otro pianista búlgaro, Vesko Stambolov, que tratamos en el número 276 de Melómano (página 72).
Este disco grabado, por Anna Petrova en el Conservatorio Profesional de Música ‘José Manuel Izquierdo’ de Catarroja, entre los días 18 y 21 de julio de 2018, es bien agradable de escuchar, pues se une a la indiscutible valía del repertorio, la eficacia de la intérprete, con aquello que no queremos olvidar llamado ‘buen gusto’, y con una delicadeza bien orgánica que da originalidad a los guiños emotivos que derrocha en su discurso. La fantasía armónica y melódica de la Sonata núm. 2 de Scriabin se puede reconocer en las manos de Petrova con rostro propio, y las fluctuaciones anímicas del monstruoso ‘amigo’ superromántico, de manos y talento descomunales, no amilanan en absoluto a la pianista, controlando su propuesta para regalarnos con eficacia y deleite.
Las notas al programa que contiene el libreto interno del disco, en inglés y alemán, firmadas por la propia intérprete, comienzan con un recuerdo (transcrito por Oskar von Riesemann) de Rajmáninov, que bien podría ser de Federico Mompou —en la otra cara el virtuosismo sonoro— y que dice así: ‘…si he tenido algún éxito en hacer vibrar las campanas con (de?) la emoción humana en mis obras, se debe en gran parte al hecho de que viví la mayor parte de mi vida en medio de las vibraciones de las campanas de Moscú’. Recomendable para deleitarse sintiendo la belleza y el vigor del ‘corazón eslavo’.
Por Antonio Soria
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