En cierta ocasión alguien sabio dijo que las ideas brotan del manantial de las emociones. Es en esa profunda y misteriosa laguna de aguas cristalinas donde brotan las íntimas melodías que el compositor y pianista argentino Silas Bassa ha compuesto para dar forma a su tercer trabajo discográfico, Silas.
Las notas, tendidas entre hondos silencios se muestran pacientes, y quizá, algo austeras, pero no por ello dejan de ser hermosas, tan humanas que tejen sobre sí mismas la verdad que emana de las manos del verdadero artista. Silas deja claro que la emoción prima sobre el artificio que suele acompañar a la música de nuestros días. ¡Oh alma cándida!, qué fácil es perderse entre los delicados sonidos que brotan de tus extremidades. Las melodías danzan libres sobre el pentagrama… Ellas buscan, ora violentas, ora arrepentidas, el consuelo que solo la libertad proporciona.
Silas dibuja, entre el ensueño y la nostalgia, un mapa emocional henchido de fantasía por el que transitar, un itinerario tan atractivo como necesario. La voz del piano, con sus 88 pedacitos del alma, es la protagonista de las diez historias que el músico narra de una forma honesta, mostrando que todo lo que acontece alrededor de esta obra florece de una manera natural.
Su música posee el rubor de la primavera, el atardecer de una tarde de verano, la mirada ocre del otoño o los arrumacos de un gélido invierno. Esa es la música que mora en Silas, tan arrebatadora que, hasta el violonchelo (Maitane Sebastián), el más humano de todos los instrumentos, y actor invitado a esta obra, se entrega ante tanta belleza.
Ahora, con alguna que otra lágrima menos que recordar, vuelvo a leer las palabras de aquel sabio, ya sabéis: las ideas brotan del manantial de las emociones, y me doy cuenta de que la música de Silas Bassa brotará de esa honda y transparente fuente eternamente.
Por Antonio Pardo Larrosa
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