A finales del pasado mes aparecía en el mercado el esperado y deseado primer proyecto discográfico en solitario de Pablo García-López, grabado a principios de junio de este año, y en el que el tenor cordobés tributa un personal homenaje a la canción española, atractivo especialmente por la atención dedicada al repertorio de dos compositores de su tierra, Joaquín Reyes Cabrera (1914-2005) y Ramón Medina Hidalgo (1920-2012), poco conocidos del gran público, sin duda por haber llevado vidas volcadas más en el ámbito de la docencia académica que en la creación musical (formados por los mejores maestros —Cubiles, Guridi, Turina, Del Campo—, maestros ellos a su vez, eslabones en la tradición musical española, formaron varias generaciones de músicos) y de presencia casi nula en la discografía actual. De Ramón Medina existe un único registro, Colección lírica, con el ciclo de veintiuna canciones para voz y piano sobre textos de poetas cordobeses (García Baena, Bernier, Leiva, Clementson), editado a instancias de la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Córdoba el año de la muerte del compositor, en el marco del festival Cosmopoética. Las únicas canciones de Joaquín Reyes grabadas hasta la fecha son las que figuran en este disco, cuya nómina de cancionistas se completa con los renombrados Eduard Toldrá y Óscar Esplá. Es del alicantino, en concreto de su ciclo de Canciones playeras de 1929, con versos de El alba del alhelí de Rafael Alberti, de donde proviene ‘Rutas’ (‘… por allá, a Castilla se va… por allí, a mi verde país… a la mar por allí; a mi hogar…’), nombre y esencia de este álbum concebido como un recorrido que comienza al norte, en la Vilanova i Geltrú de Toldrá, y desciende cóncavo el Levante salpicado por aromas cálidos de tierra adentro, salados granos de mar, hasta recogerse a la sombra del recio dentado piramidal del Califato.
Además de Alberti, brindan a la emoción de la música sus versos García Lorca en las cuatro Canciones para niños de Joaquín Reyes; de Antonio Machado es la frustrada ilusión del niño que sólo en la vejez alcanza a comprender que el Caballito soñado antaño, aunque despertara, siempre fue real, pues sueño y vigilia (vida y sueño) son una y la misma cosa; de García Baena Se peinaba la niña desnuda en el agua: ‘mano de nieve… peine de nácar… el pelo de espuma, de luna y dalias…’; de Clementson es la contemplativa Adelfa que escucha el latir del mar entre pinos de rumoroso azul, sin preguntarse por qué —podríamos pensar nosotros—, su modesta existencia es motivo de la exaltación romántica con que reviste su privilegiada, inexplicable belleza el maestro Merino, autor también de las dos canciones precedentes.
Los poemas seleccionados por Toldrá para el ciclo Seis canciones sobre textos de poetas clásicos castellanos de 1941, pertenecen todos, excepto el inicial romancillo decimonónico de Pablo de Jérica, ‘La zagala alegre’, al esplendor de los Siglos de Oro. ‘Madre unos ojuelos vi’ y ‘Cantarcillo’, canciones segunda y quinta del ciclo respectivamente (villancicos ambos), son obra del Fénix de los Ingenios; ‘Mañanita de San Juan’, canción tercera, es un romance anónimo del siglo XVI; ‘Nadie puede ser dichoso’, canción cuarta, copla (la VIIIª) del Príncipe de los Poetas Españoles, Garci Lasso de la Vega; la última copla, ‘Después de que te conocí’, canción sexta, se debe a la pluma de Quevedo.
Pablo García brinda la frescura de su voz acrisolada en la musicalidad de Mozart, flexible y plena de luminosa expresión, a un repertorio donde la humanidad más íntima, rebosante de colorido rústico, se advierte en la sucesión cadenciosa de los momentos sencillos. La atenta colaboración de Aurelio Viribay, su toque matizado y nítido, es esencial en la alquimia del efecto. Suya es la magia del cristalino discurrir donde se peinaba la niña, las gotas caídas de sus cabellos de espuma a la corriente; suyos los saltos limpios, la alegría donosa de la zagala de Toldrá que ruega a la madre alargar el disfrute de la infancia en una de las canciones que mejor expresa la perfecta asimilación del lenguaje musical legado a los jóvenes compositores por Manuel de Falla (sublime el tránsito en ritardando que conduce de mf a pp en la sección donde expresa en primera persona su ruego la zagala). Sublime también cada filato de Pablo García en la Adelfa, tras la efusión lírica previa, en ‘… su privilegio…’. Privilegio que desde luego es nuestro por regalarnos momentos así.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
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