‘Costumbre, ceremonia… conjunto de reglas establecidas para el culto…’. El rito abre puertas, propicia el acceso a entornos restringidos. Rito también es orden, sentido entre los elementos y el caos. Desde los orígenes, fundida en la palabra, la música acompaña al hombre en su aproximación a lo inefable. Acorta océanos de tiempo, cohesiona estilos y épocas. El rito musical hermana el silencio y el espacio en las arquitecturas sonoras. Hermana mística y secularidad. Así el himno medieval O virtus sapientiae de la magistra (madre abadesa) Von Bingen y las líricas e intrincadas miniaturas de Signos, juegos y mensajes de György Kurtág; la Passacaglia de la Sonata núm. XVI en Sol menor, ‘Schutzengel’ (Ángel de la Guarda), de las Sonatas del rosario de Biber y la Partita para violín solo núm. 2 en Re menor de Bach. Todo en el nuevo álbum de Isabel Villanueva se expande con simbólica trascendencia, y al tiempo destila el más profundo humanismo.
Parte de este ritual terminará conformándose en los días lúgubres del confinamiento pandémico, un tiempo en que Isabel Villanueva compartió la soledad hogareña con su viola, obra del lutier Enrico Catenar, fechada en 1670. Entonces la máxima del ritual era, como recientemente ha declarado, ‘Yo con mi viola y mi viola conmigo’. La Passacaglia de Biber, obra ‘adorada y deseada’ pero hasta el momento sin oportunidad de estudio, comenzó a abrirse camino entonces hasta asentarse en el corazón del repertorio de Villanueva. La Partita, sin embargo, aguardaba allí desde que comenzara a tocarla con 19 años. Bach compuso esta obra de absoluta belleza como homenaje a su prima segunda y esposa Maria Barbara, muerta repentinamente en julio de 1720, a los 36 años, después de haberle dado siete hijos de los cuales solo tres alcanzaron la edad adulta: Catharina, Wilhelm Friedemann y Carl Philipp Emmanuel.
Ritual incluye otra pieza de carácter conmemorativo fúnebre. Es la dedicada por Kurtág al traductor y director de orquesta Blum Tamás (en húngaro el apellido precede al nombre), fallecido en 1992. In memoriam Tamás Blum (sic. en la edición), duodécimo número de Signos, juegos y mensajes fue agregado a la colección al año siguiente. Villanueva selecciona otros tres números para su Ritual: la dedicada al artista gráfico Imre Földes con motivo de su sexagésimo aniversario en 1994; Perpetuum mobile, de 1987 e In Nomine – all’ongharese, de 2001. Signos, juegos y mensajes, preparado en profundidad en Budapest diez años atrás, descubrió a Villanueva todo un mundo de sutilezas y precisión. El leguaje contemporáneo de Kurtág está más ligado al programa de Ritual de lo que pueda parecer de entrada. Tomemos el himno de Hildegard von Bingen. Su atemporalidad invita a considerar que estamos ante una obra actual, cuando en realidad median ocho siglos desde su composición para ser cantada en las abadías de Rupertsberg y Eibingen fundadas por la magistra. Suprimido el texto que acompaña a la monodia, Villanueva realizó la versión para viola y añadió su propia voz al sonido que en segundo plano acompaña al instrumento (algo inconcebible en los conciertos en directo).
Las obras barrocas, concebidas para violín fueron, como es lógico, transportadas una quinta baja. Para ayudarse a entrar en la profundidad del sonido y del gesto, tan importante como una adecuada articulación, Villanueva empleó un arco barroco, que a diferencia de los rectos y pesados arcos modernos, presentan una curvatura hacia afuera, son más cortos y ligeros.
Resulta imposible sustraerse al hechizo hipnótico de la interpretación de la Partita bachiana, renovada en la amplia gama de cálidos timbres de una viola que en ocasiones parece expresarse con voz humana. Exquisita la claridad de los pasajes con figuraciones rápidas de la Giga. Conmovedora la monumental Ciacconna, rica en formulaciones de dolor proferidas mediante insistentes figuras retóricas.
Seis años después de Bohèmes, su anterior registro discográfico, Villanueva oficia este Ritual con apasionada e íntima sabiduría, dedicándolo al oyente de manera individual, como si tocara para cada uno en la más completa soledad.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
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