Reseña | Rinaldo

La creación de un sello discográfico propio, del que Rinaldo es la primera grabación, obedece, según Dantone, a una finalidad práctica: la de publicar aquello que él mismo y la Accademia deseen publicar incluso cuando sus deseos no coincidan con los de las grandes discográficas. De manera que no se trata tanto de apartarse de estas, como de tener la posibilidad (‘el auténtico lujo’, dirá el músico) de permitirse la libertad intelectual y artística de tomar otro camino.

Bienvenida sea esta iniciativa audaz de la que esperamos satisfacciones cuando menos tan gratas como la de este Rinaldo, de edición novedosa, preparada por el musicólogo Bernardo Ticci a partir de las dos versiones principales de la obra, la original del estreno londinense de 1711 en el Queen’s Theatre (HWV 7a), que contó con el castrato Nicolini en el rol principal, y la reposición de 1731 en el King’s Theatre (HWV 7b), para la que Haendel revisó de manera drástica la partitura adaptándola a un elenco vocal muy diferente del original y para satisfacer el capricho de Senesino, que prefería cantar el rol del héroe cruzado un tono más bajo. La edición crítica de Ticci recupera la ordenación vocal de 1711, pero amplía la plantilla orquestal original. Entonces era común que oboes y flautas fueran intercambiados por los mismos músicos; incluso que partes no escritas, de flauta por lo general, se ejecutaran junto a las partes de oboe a fin de reforzar la melodía. Ticci otorga a cada instrumento de viento entidad propia. En cuanto a la ornamentación, se sigue la práctica operística barroca de la improvisación libre (Dantone derrocha ingenio en los recitativos secco y accompagnati desde la dirección al clave) y de la variación ‘improvisada’ en la sección da capo de las arias, donde deslumbra un excelente reparto encabezado por Delphine Galou (su ‘Venti turbini pretate‘ arranca ovación), Francesca Aspromonte, con un ‘Lascia ch’io pianga‘ exquisito en la repetición, y Anna Maria Sarra, cuya entrada en ‘Furie terribili‘ no puede ser más espectacular.

Por Alejandro Santini Dupeyrón