Reseña | Purcell: The Fairy Queen (1692)

Fantástica grabación de la semi-ópera The Fairy Queen, de Purcell, interpretada por los Gabrieli Consort & Players de Paul McCreesh. Al igual que en su King Arhur, McCreesh opta por no usar contrabajo y bajos de violín en lugar de violonchelos. No usar un contrabajo era una práctica habitual en la música inglesa de la época, con lo cual esta acertada decisión responde a criterios históricos interpretativos. También es muy interesante la sonoridad de los bajos de violín, ciertamente parecida a la de los violonchelos, pero con una identidad propia muy particular y difícil de explicar. La cuerda, formada por tres violines I, tres violines, II, tres violas y tres bajos de violín, suena muy equilibrada. El bajo continuo, integrado por clave y tres tiorbas/guitarras barrocas suena realmente rico y, en general, desaparece en los movimientos instrumentales de cuerda sola para otorgarle una sonoridad más cristalina. El empleo de trompetas naturales originales —es decir, no las que utilizan muchas orquestas barrocas, con unos pequeños orificios para facilitar la ejecución y, especialmente, la afinación (invento del siglo XX) sino las que se tocan con una sola mano y sin ningún tipo de orificio— les confiere un sonido más auténtico y rudimentario. Nuestro oído no está todavía muy acostumbrado a escuchar estos instrumentos por el ‘riesgo’ que conlleva su empleo. Por esta razón, la mayoría de trompetas naturales que escuchamos actualmente tienen unos pequeños orificios para facilitar su interpretación (invento del siglo XX).

El coro, formado por trece cantantes, suena bien empastado, con muy buena dicción y musicalidad. Lo mismo podemos decir de los excepcionales solistas vocales en donde destacan las bellas voces de Carolyn Sampson y Charles Daniels, por poner algunos ejemplos. En dos de las arias de la ópera, McCreesh opta por usar solo un clavicémbalo, cosa que le da un carácter muy minimalista, pero funciona perfectamente bien gracias a las buenas realizaciones del bajo continuo, supervisadas por Paula Chateauneuf y el propio director.

Se trata de un Purcell diferente, muy auténtico y riguroso.

Por Àngel Villagrasa Pérez