En el perfil biográfico que podemos leer en la web de Sofya Melikyan vemos lo brillante de su trayectoria y algunos nombres que han influido de forma importante en su formación, como son los pianistas Joaquín Soriano (en el RCSMM, donde se graduó con honores), el egipcio Ramzi Yassa (en la Alfred Cortot de París) y el cubano Solomon Mikowsky (en la Columbia University de Nueva York), a quienes podríamos dedicar muy buenas palabras. Pero es el turno de esta pianista de origen armenio que en su forma de tocar muestra, además de un altísimo nivel de eficacia, una indeleble alma de artista. Conozco en mis propias manos gran parte del repertorio que presenta en este original disco, y puedo decir con satisfacción que es un goce oírla, que, aunque uno imagine de otra manera cualquier detalle, su propuesta es lógica y atractiva. Lo compro, con gusto. Enhorabuena por este detallado trabajo que combina aspectos tan importantes como la originalidad, una vertiente de investigación de repertorio que no debería quedar al margen de cualquier intérprete que se precie, como muestran los Quatre Hommages pour le piano del pianista que tanto estrenó de Debussy, Ravel, Satie, y resto de colegas parisinos, Ricardo Viñes, cuyo Menuet Spectral está dedicado al mismo Ravel que le dedicó los Oiseaux tristes, también incluidos en este sugerente disco. Solo con esta pieza, segunda de los maravillosos Miroirs, podría describirse mucho de lo bueno que Melikyan tiene en su pianismo. Si bien el nivel de pedalización es muy comedido para lo que personas como Germaine Mounier o Vlado Perlemuter nos predicaban sobre el uso que Ravel indicaba del pedal en estas páginas, la búsqueda de la calidad sonora está claramente en el ámbito del virtuosismo (el verdadero). La coherencia y atractivo del discurso asaltan a cada paso, en cada suspiro, cada reflejo sonoro, palpitando constantemente en una interpretación viva, capaz de suspender las emociones en un momento inmaterial que pasa, pero queda, porque algo toca por dentro. Sensibilidad para personas capaces de sentir. Una joyita de oro para Melómano.
Por Antonio Soria
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