La tarde veraniega se presenta tormentosa y decido, tras muchos años, zambullirme en los álbumes de fotos —no virtuales— de mi juventud en los que se esconden recuerdos imborrables para mi memoria vital, entre ellas la presencia de viejos amigos. Sé que están ahí, que me esperan arrumbados en una estantería polvorienta, pero un delicioso disco que ha llegado a mis manos titulado Old Friends me ha llevado a reencontrarme con ellos. ¡Y cómo lo agradezco! Unas notas genuinas, puras, excelentes, adaptadas para el piano por un prodigio del saxofón, del jazz, ‘por uno de los músicos más importantes que ha dado la música española en la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI’ e interpretadas por el pianista Jesús María Gómez, me han arrastrado hacia ellos. ¡Ay, mis viejos amigos! ¡Ay, Pedro Iturralde!, te incluyo como uno de ellos porque me has acompañado desde la infancia, con tu arte que tanto admiraba mi abuelo, con tu sencillez que te hacía aún más grande cuando te veía y escuchaba en el añorado Jazz entre amigos.
Gómez repasa todo esa historia gracias a un toque impecable, claro —una mano izquierda de altísimo nivel—, poniendo en bandeja al oyente el sabor lorquiano del Zorongo Gitano, la elegancia del mejor Granados; la plasticidad y ritmos de salón en Miniatura; los aires navarro-aragoneses del zortzico y la jota que adornan El molino y el río; unas postales —Memorias— musicales humeantes de nostalgia lisboeta y rebosantes del boogie woogie y swing de la Casablanca cosmopolita; la lamentosa Elegía de El viaje a ninguna parte o el homenaje al jazz más puro desde la cadencia aflamencada del Jazz Waltz a las armonías de Bill Evans o John Coltrane.
Todo se mezcla con parsimoniosa elegancia y genuino sabor gracias a este pianista que cuenta el relato de Iturralde alejado de histrionismos, con una naturalidad y sencillez siempre de agradecer en estos tiempos, un control del tempo muy equilibrado y un gusto que denota emoción y, sobre todo, gran respeto al maestro.
La tarde ha despejado y ya anochece. Es hora de saludar a todos mis viejos amigos… y la música suena.
Por Alessandro Pierozzi
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