‘Farsa-grecolatina en un acto y siete cuadros para actores, soprano, coro y orquesta’. Con este subtítulo se introduce al lector en la primera página, ofreciendo varias pistas sobre la obra.
Aunque originalmente se concibió para ser representada, no supone un impedimento para ser leída y disfrutada de igual manera. Así es como lo explica el autor en el prólogo, una breve historia previa de las idas y venidas de la idea inicial, su motivación, sueños y complicaciones hasta su publicación final. Además, el libro cuenta con ilustraciones de Juan Antonio Peña, ‘sugerencias’ para apoyar la imaginación del lector.
Entrando de lleno en la obra, la premisa es sencilla a la par que llamativa: Dios está cansado de los músicos que le han acompañado desde el principio de los tiempos, y decide buscar a otros que los sustituyan, a través de unas oposiciones. Se presentan siete candidatos (siete cuadros para actores), cada uno con su idiosincrasia particular y su interpretación musical (soprano, coro y orquesta). Sin olvidar los mitos griegos (grecolatina) para explicar el origen de algunos instrumentos que utilizan. Todo cuenta para convencer al todopoderoso y conseguir la ansiada plaza.
Y hablando del eterno padre, personaje principal, se muestra a un Dios más cercano a un entrañable anciano, ‘viejo reviejo, con cabellos y barba blancos’, que a un ser omnisciente y omnipresente. Alguno de los personajes le increpa durante la obra por la falta de estas virtudes. Cuando se refiere a Dios, no aparece explícitamente, pero teniendo en cuenta que tiene coros angélicos, y a Pedro Pescador como mayordomo, cabría pensar que se trata del máximo representante del cristianismo.
El autor logra equilibrar el tono didáctico y lúdico para presentar de manera desenfadada una pequeña parte del mundo musical.
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