¿Música transcendente o ligera?
Quizá ambas… Si la música de Mompou está tan cerca de lo inefable con su personalísima atmósfera, Colom nos brinda en su revisión de la Música Callada una versión que parece coincidir con la visión sobre la evolución del compositor desde la perspectiva de Vladimir Jankélévitch, filósofo que, con la gran profundidad que le caracteriza en sus escritos (desde el imprescindible Ravel al hermoso y profundo La muerte) analizó esta obra considerando que, dentro de la producción de Mompou, ‘sigue un itinerario de despojamiento y desnudez’. Colom nos sumerge en un sugerente viaje repleto de detallismo equidistante entre lo complejo y lo sencillo, ejemplo de ligereza y trascendencia, de liviana sensibilidad que, con suavidad mercúrea, líquida y aúlica, penetra sigilosa y calladamente en lo más profundo.
Dice Adolf Plá, autor de F. Mompou. El eterno recomenzar y de las notas al programa incluidas en el disco (en español e inglés, traducido por Susannah Howe), que ‘la identificación de la música de Mompou con los contenidos de San Juan de la Cruz es tanto o más relevante por ser poeta, por ser la poesía la única vía para decir lo inexpresable, que por una intención pretendidamente mística del compositor. Mompou —añade Plá— reconoce en aquellos poemas la posibilidad de dar cuerpo y hacer visible un contenido indescifrable, solo expresable con la inclusión del silencio, sin ninguna otra connotación religiosa o mística’. Un cuerpo sonoro místico, de profundidad insondable e inefable, que incluye en el silencio la resonancia de su propio ser.
Cuando Jankélévitch se refiere en Ravel a la ‘poesía líquida’, tan ligada al horror vacui y, pianísticamente, al específico uso del pedal, en enlaces de fusión (que no confusión),generalmenteen el estilo controvertidamente llamado impresionista (coronado por Debussy y Ravel), nos viene al pelo la expresión para reflejar la humedad, tan orgánica, y fluidez constante del sonido que consigue Colom en un instrumento como el piano (no lo olvidemos, de cuerda percutida), con un control quasi sobrenatural del ataque e ingeniosa planificación agógica, para brindarnos en bandeja de oro élfico, brillante, embriagador e intouchable, el discurso contenido en cada una de las 28 joyas que completan los cuatro cuadernos de Música Callada.
El nivel de gradación dinámica, la riqueza de planos, la coherencia en la continuidad del discurso, la maestría y aparente espontaneidad con que Colom construye cada uno de los mensajes sonoros, comulga a la perfección con el espíritu que el propio inspirador de esta bella música, místico del XVI, expresa en su voluntad de abandono con su descripción de la tercera señal que permite percibir la presencia de lo espiritual, en estos términos: ‘la tercera y más segura es si el alma gusta de estarse a solas con atención amorosa a Dios sin particular consideración, en paz interior y quietud y descanso, y sin actos y ejercicios de las potencias, memoria, entendimiento y voluntad —a los menos discursivos, que es ir de uno a otro—, sino solo con la atención y noticia general amorosa que decimos, sin particular inteligencia y sin entender sobre qué’. Estarse a solas y dejarse llevar, en paz y reposo, en actitud conciliadora sobre el disfrute de este disco con el título de su libreto interno: ‘Música y confinamiento’. Nada que ver con el ‘resistiré’ que padecimos hasta lo extenuante en los peores momentos de la pandemia y del arresto domiciliario a que nos obligó. Pero, ahora que parece pasar lo peor, y que la pandemia remite, me permito recomendar esta música, en esta magnífica interpretación pianística, para regresarnos al complaciente estado, siempre revolucionario, de la esencialidad que hayamos aprendido, si para algo ha sido útil este duro tiempo.
La calidad de la grabación ayuda al disfrute de este documento sonoro imprescindible para cualquier melómano, en toma de sonido con eficaz equipamiento sobre un Steinway & Sons modelo D de 1957, preparado por Carles Horvath, todo ello bajo la producción del ingeniero de sonido Gonzalo Noqué, los días 16 y 17 de abril de 2019 en la Sala Mozart del Auditorio de Zaragoza. Y, para finalizar, completando el minutaje total (69:50), el Cantar del Alma con la afinada voz de Cecilia Lavilla Berganza.
Por Antonio Soria
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