El magnífico escritor y crítico musical Gerardo Diego calificaba la Música Callada de don Federico como inefable y a un tiempo trabajada, inspirada y matemática de concisión y precisión. Desde la emulación del Cantar del Alma, pura escala mística, hasta los charmes calculados con balanza de precisión por el discípulo de Mallarmé, Paul Valéry, y trasmutados en su secreta fragancia por el mago Mompou. Para después quedarse a solas, la fiesta consumida en todas sus candelas, meditando su sabiduría de la vida, esto es, la música, en una máxima mínima: hay dos clases de felicidad, el gozo y la tristeza; solo que esta pocos la saben comprender. No cuesta tanto escribiendo esto a la blanca luz de la nieve Filomena del siberiano campo manchego, para terminar en la noche del puerto de Pajares, como así es. Así es y así sea —continúa don Gerardo—. Permíteme, amigo mío, que piense en Cervantes, en el del verso de Rubén Darío: La tristeza inmortal de ser divino.
Diego Ramos, profesor en el Conservatorio de Guadalajara, aborda la expresión de esta música con detallismo. Mompou, con intenciones científicas, escribió un estudi de l’expressió, per a l’interpretació al piano donde dice que expresar és desplaçar cada nota sensible del seu lloc metronòmic: moviment flotant sobre el rigor del compàs obeint la nostra sensibilitat.
El ideario agógico de Ramos cabalga entre el rigor y la meticulosidad mostrando una sensibilidad pianística donde el pedal juega su papel con maestría, aportando al silencio los dos sentidos que el autor de las notas, Stefanno Rusomanno, comenta: el espiritual y el sonoro. Recomiendo su escucha atenta a todo melómano.
Por Antonio Soria
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