Reseña | Mozart. Requiem

Bien conocido es el amor de Jordi Savall hacia el Réquiem de Mozart. De hecho, según palabras textuales suyas, una versión que escuchó de esta obra de pequeño marcó un antes y un después en su amor por la música. Y es que cuando una obra marca se puede dar el caso de que un director decida grabarla más de una vez a lo largo de una extensísima carrera discográfica y de conciertos. Este es el caso de Savall, que lo grabó en los 90 para el sello Astrée Auvidis (y reeditado por AliaVox) y ahora nos lo presenta en esta reciente grabación para el sello AliaVox, antes mencionado.

Partiendo de la base de que no necesariamente una grabación posterior tiene que ser mejor que la anterior, cabe decir que esta nueva grabación es absolutamente diferente y que, por tanto, ambas grabaciones no se contradicen, sino que se complementan, con un hilo conductor poético: el Rex tremendae es más cortante por parte del coro que en la primera grabación y, por tanto, más agresivo y dramático; en cambio, el Tuba mirum es más introvertido, con un trombón más discreto, con un bajo que prácticamente no alarga su nota ad libitum del inicio, quizá para no mostrar su fiato a favor del texto.

Coro y orquesta suenan bien cohesionados y cabe destacar la buena realización del bajo continuo a cargo del órgano positivo, una parte que se aprecia más claramente que en otras versiones de esta obra. Destacan también la calidez de las cuerdas de tripa y el ataque de los instrumentos de viento-metal, con agresividad cuando es necesario y con unos contundentes timbales. Los cuatro solistas vocales son muy interesantes y destaca su buen papel en el Benedictus. Son de aquellos nombres que descubres en grabaciones como esta y que, pese a su calidad, no necesariamente están asociados a esas campañas de marketing que solo dan a conocer a unos pocos elegidos y elegidas.

La sonoridad de la Colegiata de Cardona nos ofrece la reverberación natural e ideal para este tipo de música. La presentación es muy buena, como siempre nos tiene bien acostumbrados el sello AliaVox.

Por Àngel Villagrasa Pérez