En el catálogo de la prolífica compositora castellonense Matilde Salvador Segarra (1918-2007) figuran dos óperas: La filla del Rei Barbut (1943) y Vinatea (1974), estrenada en el Gran Teatre del Liceu; figuran ballets, como El segovià esquiu, Blancaneu, El rossiyol y la rosa y El sortilegi de la lluna, compuestos entre 1953 y 1973; obras litúrgicas, como la Misa Lledó (1966) o la Misa de Perot (1974); cantatas como Les Hores (1974) o el Cant a la terra nativa (1984); música incidental para ocho piezas teatrales, abundantísima música coral y, sobre todo, canciones. Destacan aquí no menos de doce ciclos con variable número de piezas; de estos, tres se incluyen en el presente álbum, que da nombre al mismo: Aires de cançó, ciclo de larga gestación escrito entre 1949 y 1964 sobre versos de Xavier Casp; Canturel·les de mare, de 1986, sobre versos de Miquel Peris i Segarra; y Cantilenes del Roselló, de 1988, con textos de Josep Sebastià Pons. Son un total de dieciocho canciones, caracterizadas por una cuidadosa selección textual: versos sin artificio, sinceros y adaptados con perfección al sentir musical de la compositora, cuya sonoridad delicada, intimista, apasionada de lo sencillo y cotidiano, atesora aromas a campo y sabor a brisa de mar. En este su segundo álbum (el primero, de 2020, estuvo dedicado al compositor levantino del que toman el nombre, Manuel Palau) la soprano Marta Estal y el pianista Daniel Ariño vuelven a deslumbrar por su elegancia interpretativa. En Balva rosa, la inocencia de la niña que advierte a la madre de la semejanza del mar con un ángel hechiza en la hermosa voz de Estal, limpia sobre la cristalina ondulación debussyana que entreteje con chispas de brillo Ariño. La compenetración intimista del Duo Palau en canciones como Jo faria o Ala del silensi es exquisita. También lo es la serena frescura que impregnan La primavera diu y Ninc, nanc, suerte de nana donde se escuchan tañer campanas (‘nic, nac’ es la onomatopeya), y los ‘batzoles’ suenan por las calles de Castellón, esa tierra amada que tanto gustaba a Salvador hacer presente en su música.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
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