Little Great Stories
Eduardo Frías, piano
Jorge Grundman, compositor
SONY Classical G010003700438R
Melómano de Oro
Anatomía consonante
La diferencia que hay entre la consonancia y la disonancia en la música de nuestra época—esa en la que cuanto más atonal seas más intelectual pareces, par Dieu!—, está representada por el delicado y emotivo discurso del compositor madrileño Jorge Grundman. Hubo épocas, remotas y anheladas, en las que la música se escribía con letras áureas, un tiempo de genios en el que la consonancia era la única senda por la que transitar. Han pasado varias centurias desde el ocaso del gran organero y todo ha ido a peor; aquello que moría como dogma de fe en el pentagrama del poeta, ahora, por mor de la exclusividad, ¡oh vaya usted a saber qué!, vive en las pantallas y manzanitas de los músicos de hoy, y es que como decía el príncipe: “algo huele a podrido en Dinamarca”. Por esto, y por algunas cosas más, que ahora no vienen al caso, es necesario realizar esta pequeña anatomía (comparada), también llamada consonante, para justificar la realización del último trabajo discográfico de Jorge Grundman: Little Great Stories, obra para teclado que ha interpretado con duende el pianista Eduardo Frías.
Si creyera en la reencarnación, cosa bastante improbable, podría decir que Jorge encarna el espíritu clásico de los grandes creadores; aquellos de pelucas, bastones y rapé, que marcaron la senda por la que transitar… Su Genius Suite For Sara, con su Mozartiana, que llama al espíritu de Mozart, díscolo y juguetón; o la solemne Chopiniana, imaginativa y virtuosa, que huele a Romanticismo y a delirio; o también, la Haydniana, elegante y sofisticada, que indica el principio de todo;son ejemplos de esta pseudo reencarnación contemplativa. Pero, aunque en la lejanía se pueda otear el buen gusto del músico por la melodía, es más que evidente que la escritura de Jorge es tan personal como original, prolongando el camino que otros empezaron a caminar. Más allá de las connotaciones o nomenclaturas clásicas (cuestión de semántica) esta obra recoge con acierto algunas de las composiciones más inspiradas del genio madrileño, a saber: Two Etudes For Piano: We are Forthcoming Pass, quizá, el excursus más bello y sentido de cuantos ha escrito este rapsoda del sentimiento; una melancólica tonada quesirve de pórtico a esta interesante recopilación de piezas para teclado. La elegancia (pausas del intérprete) y la profundidad de los sentimientos que Frías arrancade las 88 teclas del piano quedan a merced de la nostalgia, canto desesperado que les ha sido robado a las sirenas… Si bello es el prólogo, y a fe que lo es, creo que el epílogo aún lo es más—Lullaby for the son of a pianist—, y que me perdone Jorge por mi atrevimiento, pero la frágil nana que duerme entre los dedos del pianista dibuja entre arrumacos el sueño de un músico que ha nacido para continuar la escarpada senda que otros se atrevieron a caminar.
88 razones para saber que el lenguaje no se circunscribe a una determinada manera de pensar; 88 razones para entender que el instrumento de Cristoforo, milagrero de ingenio y de genio, puede traspasar la delgada línea que separa la belleza de las formas atonales que durante las últimas décadas imperan en la música de los juglares de este milenio; 88 razones para descubrir la pasión que las extremidades de Eduardo Frías, profeta de duende y de raza, profesa a través de su sentida interpretación; 88 razones para comprometer a la razón en un juego de emociones que no entiende de fórmulas matemáticas; 88 razones y alguna que otra más…
A tenor de lo expuesto, y con más pasión si cabe, es asombrosa la fe que Jorge profesa por una idea que hoy día no está bien vista entre los sectores más puristas de la música, letrados de palco que no de gallinero que prefieren palidecer con las disonancias de la exclusividad antes que doblegar su nuovo espíritu al lenguaje universal de la música, al menos así lo veo yo. Estamos ante una obra pianística de referencia que a buen seguro dejará ojipláticos a todos aquellos advenedizos que, por unas u otras razones —solo valen las 88—, prefieren el lado oscuro de la música.
Por: Antonio Pardo Larrosa
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