La poesía simbolista francesa vehicula este compacto del Trío Spleen personificada en Charles Baudelaire y Paul Verlaine. De hecho, el término spleen con que se bautiza el terceto, formado por la inusual combinación de mezzosoprano, viola y piano, está asociado a toda la obra del poeta maldito por antonomasia y a su inmortal Les fleurs du mal, título del trabajo discográfico. La desconocida figura de Charles Martin Loeffler es la que lo sostiene a nivel de pentagramas con sus canciones de concierto que ponen música a los versos de los susodichos poetas, una auténtica revelación para el melómano.
Pese a ser un compositor que vivió durante largos años en Estados Unidos, sus mélodies revelan un singular refinamiento no muy alejado del universo de Gabriel Fauré, con experimentaciones armónicas que le acercan a Debussy. Precisamente, frases vocales y detalles instrumentales de índole debussiana atraviesan los Quatre Poèmes opus 5, que comienzan con una pieza de extraño poder de fascinación, ‘La cloche félée‘, un prodigio de crescendo emocional, auténtica pintura sonora, desde su espectral introducción a cargo de piano y viola. Apaciblemente introspectiva es ‘Le son du cor s’afflige vers les bois’, cuyo clima contrasta con el desenfado de ‘Dansons la gigue!‘ y ‘Sérénade‘. En ellas, Marina Pardo, con su habitual destreza interpretativa para el lied y la chanson française de concierto, nos introduce de lleno en la carga expresiva y semántica de las palabras, desplegando un canto exaltado y unos acentos embriagadores y llenos de intención que contrastan con la emotividad que destina para los Zwei Gesänge de Brahms, el segundo sobre textos de Lope de Vega.
Ante la altura emocional y el encanto sonoro de las cuatro canciones de Loeffler —que realzan admirablemente las prestaciones del violista Rubén Menéndez Larfeuil, con sonido de hermosa y cálida factura, y del pianista Miguel Huertas—, las chansons selectas del autor quedan como delicioso complemento, mientras que el tríptico del británico Frank Bridge sirve para subrayar la sutileza y el dramatismo vocal de la mezzosoprano.
Por Germán García Tomás
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