Título: Les Aventures de Rabbi Jacob
Director: Gérard Oury
Música: Vladimir Cosma
Πάντα ῥεῖ… ‘En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]’. Sabias y proféticas palabras de aquel filósofo presocrático oriundo de Éfeso al que Platón en su infinita generosidad concedió la inmortalidad. Esta contundente afirmación resume con meridiana claridad la evolución que el arte ha sufrido durante las últimas cinco centurias, más o menos. El Renacimiento, el Barroco, el Clasicismo, el Romanticismo, la Modernidad, y ahora la época actual, han peleado en una y mil batallas de garrote y tentetieso contra el intransigente paso del tiempo adaptándose de la mejor manera posible a las circunstancias socio-culturales y económicas de cada época. Como no podía ser de otra forma, la música, el gran caballo de Troya del arte, no ha sido ajena a estos cambios estructurales que han dado forma al mapa musical de los últimos cinco siglos. Quizá el cambio más significativo —al menos en lo que a la expresividad se refiere— es el que afecta a la nomenclatura de la propia música, es decir, a aquella extraordinaria forma de nombrar los movimientos que definía y acompañaba el tempo de cada obra. Expresiones tan gráficas y necesarias como: allegro appassionato, assai sostenuto, andante cantabile o allegro con brio, tan en desuso hoy día, sirven para renombrar una de las partituras más divertidas y originales del compositor rumano Vladimir Cosma. Rumano y no francés. Desconozco la razón por la que la mayoría de los aficionados a la música cinematográfica confunden su lugar de procedencia.
La obra, Les Aventures de Rabbi Jacob, es un pequeño divertimento que muy bien podría haber sido subtitulado o adjetivado, según se mire, como ‘divertido ma non troppo‘. La película explota hasta el histrionismo las muecas de uno de los cómicos más originales que ha parido Francia. O lo amas o lo odias, con Louis de Funès no hay medias tintas. Aunque, vista hoy, casi medio siglo después de su estreno, queda claro que su temática —sobre todo al principio— puede ser considerada políticamente incorrecta. La película está llena de gags delirantes, y en ocasiones surrealistas, que ponen a prueba la paciencia del espectador. Funès es Funès. Para acabar de aderezar esta disparatada sucesión de escenas el director contó con la no menos extravagante colaboración del compositor Vladimir Cosma, músico que acabaría trabajando con Gérard Oury en numerosas ocasiones. Una historia de terroristas de medio pelo (caricatura del gánster neoyorquino) que sucumben ante las disparatadas ocurrencias de un Louis de Funès en estado de gracia.
Podría decirse que Cosma es el rey de la comedia musical francesa, un compositor tan peculiar que algunos de los cómicos franceses más importantes de las últimas décadas, como Louis de Funés —el histrión más irreverente que ha parido la France—, no dudó en contratar sus servicios en numerosas ocasiones (La Zizanie, L’aile ou la Cuisse). Para estas locas e irreverentes aventuras del rabino Jacob, Cosma aplica una música desenfadada, divertida y muy rítmica que basa sus argumentos en un sólido leitmotiv que describe las alocadas peripecias del personaje principal. Se trata de una melodía de aires setentones que usa el teclado y la batería como hilo conductor para introducir la parte melódica del tema, un motivo muy pegadizo que tiene a la sección de cuerda como gran protagonista de la idea. Cosma utiliza música de influencia judía
—enriquecida durante la diáspora— que tiene en los coros y los giros melódicos protagonizados por la sección de cuerda la particularidad de ser tan divertida como eficaz. Además de esta idea —la más interesante de toda la obra— el músico compone otra, más romántica y nostálgica, que sirve de epílogo a esta divertida comedia rodada en los 70 —aderezado con un final feliz—. La música de los 70 —estructura, instrumentación y ritmo— se erige como gran protagonista de la historia otorgando a la trama un ritmo endiablado que ayuda a digerir las aventuras o desventuras, según se mire, del histriónico Rabbi Jacob.
Hace unos cuantos siglos la partitura habría sido definida como Les Aventures de Rabbi Jacob ‘divertida ma non troppo‘ o, también, ‘irreverente ma non troppo‘, pero, hoy día, y por desgracia para los melómanos, eso ya no se lleva.
Por Antonio Pardo Larrosa
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