Las estaciones se entregan al movimiento, transcurren sujetas a numerosos cambios estructurales. Sobreviven asidas al tedio de una sociedad que vive inmersa en una transformación cultural sin parangón que, por mor de diversos factores económicos, sociales, ambientales, etc., provoca que los cimientos del arte se tambaleen. La arquitectura de la emoción se pierde en la lontananza depositando sobre la fértil tierra de la posibilidad la semilla del concepto. En este sentido se desarrollan las sorprendentes Les quatre saisons d’un musicien ermite, obra de cámara escrita por el compositor y guitarrista francés Éric Pénicaud, que ahonda con inteligencia en la idea de un nuevo lenguaje, una original forma de expresión que conduce al individuo a ese remoto lugar donde las cosas cambian. ‘El país de los últimos anhelos’. La propuesta de Pénicaud es atrevida, arrogante, y, en ocasiones, extraña —no apta para oídos vagos—, pero sobre todo es original, y eso es lo que la convierte en el paradigma del cambio.
Compuesta para guitarra y violín, estas ‘cuatro estaciones’ planean sobre la solitaria voz de la guitarra que, como San Juan Bautista, predica o canta en soledad sobre un mar de cuerdas, maderas y metales. El músico reivindica su lugar en el mundo y le brinda la oportunidad de brillar con el beneplácito de su fiel compañero de andanzas: el violín. Juntos emprenden el cambio más excitante de todos, el de originalidad que su lenguaje propone: la soledad del hombre en el mundo. Estas son sus ‘cuatroestaciones’.
Este trabajo discográfico recoge otras obras del músico que van desde la improvisación (Improvisation XVII-XXI–Improvisation sur la sarabande) a la ensoñación crepuscular para voces, guitarra y violonchelo con la que comienza esta diáspora musical. Un viaje al exilio llamado Jusqu’en notre exil tu murmures, donde el chelo de la instrumentista española Maitane Sebastián —faro que guía al náufrago en su particular odisea—, pone el contrapunto a la penumbra. Es la luz que lleva hacia la esperanza. La luz del cambio que zarandea con violencia las notas de este rapsoda del siglo XXI.
Por Antonio Pardo Larrosa
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