ADDA·Simfònica Alicante y su director titular, Josep Vicent, se enfrentan en este álbum a una partitura compleja y llena de matices como es la Sinfonía núm. 3 en Do menor, ‘Le Divin Poème’, opus 43 de Scriabin. Sus casi cincuenta minutos de duración, prácticamente sin solución de continuidad, pueden hacerse difíciles si no se cuenta con una buena guía o una interpretación acertada. La virtud de esta versión reside precisamente en conducir la energía de la música, los cambios de humor y los puntos climáticos hacia una resolución totalmente satisfactoria. Algo que merece aún más alabanza al tratarse de una grabación en directo, que mantiene algunas imperfecciones propias del trabajo en vivo. Aunque la sinfonía pertenece al denominado ‘periodo inicial’ del compositor—los años que la separan de las sinfonías núm. 4 y 5 son cruciales en su desarrollo estético—, presenta ya rasgos que adelantan la modernidad por la que será conocido Scriabin: inestabilidad tonal, frases que se estiran durante largos periodos sin conclusión, o superposición de planos melódicos y rítmicos.
La interpretación propuesta por Josep Vicent apuesta por la claridad y el equilibrio entre las secciones orquestales, de modo que aun en los momentos más contundentes (o, por qué no, caóticos) puede escucharse claramente el relevo entre los diferentes timbres. Y esto también aplica al lirismo y a la dirección de las líneas, algo que quizá se aprecia de manera especial en el movimiento más calmado, ‘Voluptés‘. Donde las otras secciones presentan ese desorden que representa el ímpetu y la ‘embriaguez’ espiritual que guían la filosofía musical de Scriabin, este tercer movimiento propone una intimidad en la que las cuerdas de ADDA·Simfònica Alicante despliegan toda su calidez. Mención especial merecen los solos de violín ejecutados por la concertino de la orquesta, Anna Nilsen, cuya intensidad evoca esa voluptuosidad que da título a la sección. Solo partiendo de esta intimidad puede entenderse plenamente el clímax de la obra, los compases finales en los que la orquesta despliega todo su potencial sonoro y alcanza, quizá, a rozar esa divinidad.
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