Cuando el recuerdo y la gratitud se convierten en inspiración para la música, cristalizan álbumes como Lágrima de luna. Un proyecto sincero, íntimo, homenaje a dos mundos y una ciudad, a personas, animales, momentos que han acompañado y dejado huella en la vida de la pianista y compositora Yoko Suzuki durante los últimos veinte años. A los mundos pertenecen su cultura japonesa natal y la adoptiva cultura española; la ciudad, aquella en la que vive entre nosotros, es Barcelona. Entre las personas, las que han llegado, como el hijo cuya gestación inspirara Mi tesoro, estilizada canción de cuna que Suzuki le cantara aún en su vientre y El nacimiento, una tremolante ascensión desde las profundidades de la incertidumbre hacia el resplandor de la certeza. También están presentes las personas que se han ido, maestras como Alicia de Larrocha o Carme Bravo, evocadas en la sobria melancolía de Campanas tristes o en el grave y solemne Genpei momo (melocotonero), escrito en recuerdo de sus abuelos, del huerto y del árbol en la casa que continúa perteneciendo a la familia. Entre los animales, perros y gatos, las mascotas que vivieron en aquel hogar o todavía viven aguardando el regreso de la compositora, y a los que ella retrata musicalmente jugando, con rítmica brillante y travieso melodismo de corte jazzístico. La Sagrada Familia barcelonesa, la luminosidad que desborda hacia el interior del templo y el intento de capturar en música esa emoción intensa, son el propósito de Fuente de luz, iridiscente cascada Homenaje a Antoni Gaudí.
Pero el eclecticismo del lenguaje creativo de la compositora japonesa, la esencia de la dualidad estilística que nos propone con este álbum, se revela mejor que en ninguna otra en la pieza inaugural, Lágrima de luna, donde las resonancias modales de nuestro nacionalismo musical se fusionan con sonidos y melodías propios de la música tradicional nipona. Y esto en un piano de pulsiones radiantes y enérgicas, precisas, de acordes rotundos que optimizan con pulcritud la resonancia. El dominio técnico de Yoko Suzuki es admirable. Un proyecto creativo sincero, decía. Pero también hermoso, conmovedor.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
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