
Título: La sociedad de la nieve
Dirección: Juan Antonio Bayona
Música: Michael Giacchino
Agonía, canibalismo, ética y amistad en una composición para la supervivencia
La sociedad de la nieve ha arrasado en la 38.ª edición de los premios Goya, alzándose con un total de doce cabezones, incluyendo Mejor película, Mejor director (Juan Antonio Bayona), así como a Mejor música original, que ha recaído en Michael Giacchino, compositor de bandas sonoras como Coco, Up, Lost, o The Batman. Además, cuenta con dos nominaciones a los Oscar.
No ha sido tarea fácil para el compositor realizar una partitura que englobara la crudeza de la película, ambientada en el dolor, la angustia y el sufrimiento de los personajes, y la grandeza y majestuosidad de la montaña que enmarca la mayor parte del filme.
Una sinopsis marcada por las cifras
Año 1972. 45 personas viajan a bordo del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya rumbo a Chile. En algún punto de la cordillera de los Andes, el avión sufre un accidente en el que 29 de los pasajeros mueren, dejando a 16 supervivientes atrapados en la montaña durante 71 agónicos días, a una altura de 4.000 metros sobre el nivel del mar.
La banda sonora
Giacchino aporta gran parte del contenido emocional. En momentos clave, no existe el diálogo, es la música la que abre camino a la exploración interna, profundizando en la psique del personaje y aportando una serie de elementos narrativos imprescindibles.
El piano marca la primera parte de la película en tonos menores, con un toque de tristeza melancólica que se refuerza mediante la atonalidad, aportando serenidad y tensión al mismo tiempo, y produciendo en el espectador una sensación incómoda constante de que algo está por llegar.
Tras el desastre, salen del avión y observan a su alrededor. La orquestación es oscura, casi de otro mundo, revelando el inhóspito manto blanco que los rodea. ‘Es un lugar donde vivir es imposible. Lo extraño acá somos nosotros’, afirma Numa.
Vuelve el piano con desesperación. Los marcados ritmos toman la responsabilidad protagónica en crescendo, es el reloj que marca los segundos de la incertidumbre. La tensión la rigen las cuerdas, aportando una reverberación atonal mientras un coro de voces refuerza la inmensidad y el peligro de la montaña. La sutileza de la orquestación es lo que la narración audiovisual necesita, mientras la cuerda pulsada compone las reminiscencias a la música popular sudamericana.
Pasan los días, semanas, meses. Nadie viene a rescatarlos. El frío que los congela queda marcado por el pizzicato. La inanición y la enfermedad hacen aparición por medio de una orquestación que prolonga las notas hasta el infinito. Tienen que salir, tienen que comer si quieren seguir vivos. En un paraje yermo y hostil, no les queda más remedio que recurrir a los cuerpos de sus compañeros muertos.
Mientras esperan a saber si sus amigos han tenido éxito al emprender el viaje a pie, suena por la radio el Ave Marіa, D. 839, opus 52, núm. 6 de Franz Schubert, anticipando el milagro. Cambia el ambiente por completo en la recta final, ahora la orquestación trae esperanza en tonos mayores, el coro abre las puertas de la supervivencia y el punteo de guitarra realiza una melodía simple. Llegan los helicópteros de salvamento, la agonía ha terminado.
Giacchino demuestra, una vez más, que es un maestro de la composición de música para cine, creando las ambientaciones idóneas para remarcar una historia de supervivencia y amistad.
Magnífica reseña sobre una magnífica película. Cuesta trabajo expresar lo que uno siente cuando presencia este tipo de cine, y cuando escucha una banda sonora como la que aquí se comenta, sobre todo porque son más raras las reseñas musicales. Bravo.