Reseña | La muse oubliée: Women composers

Quienes seguimos con mucho interés la carrera del pianista Antonio Oyarzabal estábamos deseosos de tener en nuestras manos su último disco, La muse oubliée. Bajo este título tan sugerente, que hace alusión a las nueve musas de la mitología griega, hijas de Zeus y Mnemósine, protectoras de las artes e incondicionales de Apolo, Oyarzabal nos propone un recorrido musical cuyas protagonistas son trece mujeres compositoras pertenecientes a diferentes épocas y estilos, desde el Barroco hasta el siglo XX. La importancia de este disco es doble. Por un lado, la excelente calidad no solo de las obras seleccionadas sino también de la interpretación del pianista hace que su audición se convierta en un ejercicio estético de primer orden; por otra parte, su valor coeducativo, ya que se trata de un reconocimiento a mujeres que han realizado importantes aportaciones al mundo de la música y que tradicionalmente han permanecido ocultas o no han tenido tanta difusión como los compositores.

El disco se abre con el Preludio opus 73 de la actriz, compositora y pianista americana Mana Zucca. Nacida el día de Navidad de 1885, fue una niña prodigio que comenzó a tocar el piano con 4 años y con 7 ya había sido admitida en la clase de Alexander Lambert en el New York College of Music. El preludio que escuchamos se basa en un motivo de dos compases y el estilo nos recuerda a la música de Rajmáninov.

Seguidamente escuchamos Scottish Legend opus 54, núm. 1 de Amy Beach. De escritura claramente romántica, se trata de una bella composición cuya línea melódica, ritmo escocés y exquisita armonización nos cautivan al instante. Femmes de Légende es una suite de Mel Bonis que reúne un conjunto de piezas cuyas protagonistas son figuras femeninas provenientes de la mitología o de la literatura. Oyarzabal interpreta concretamente cuatro de estas piezas: ‘Phoebe‘, ‘Desdémona‘, ‘Viviane‘y ‘Mélisande‘. En estas composiciones empezamos a observar características de la música impresionista.

Seguidamente cambiamos radicalmente de estilo para transportarnos al mundo del Barroco, con una selección de Piezas para Clavecín de la compositora francesa Élisabeth Jacquet de la Guerre que Oyarzabal interpreta con gran sensibilidad y elegancia. La preciosa Pieza para piano en Mi Mayor de la británica Ethel Smyth y las Romanzas opus 21 de Clara Wieck nos muestran de nuevo el lenguaje musical propio del Romanticismo. El expresivo fraseo y el cuidado contraste sonoro que el pianista emplea en las Tres piezas para piano de Lili Boulanger permiten destacar la belleza lírica de estas composiciones.

Emiliana de Zubeldía, oriunda de Salinas de Oro (Navarra), estudió en París en la cátedra de Vincent D’Indy y piano con Blanche Selva. Posteriormente, tras conocer al músico y científico Augusto Novaro, se trasladó a México donde continuó una fructífera carrera como compositora, además de dirigir la escuela de música de la Universidad de Sonora. En el disco escuchamos Esquisses d’une après midi Basque (Bocetos de una tarde vasca), una suite compuesta por seis piezas descriptivas de carácter nacionalista con influencias de la música francesa de comienzos del siglo XX que nos permite enlazar con las dos obras siguientes: la alegre y a la vez serena Pastoral en Do Mayor y la dulzura de las Dos piezas para piano de Germaine Tailleferre.

En el Preludio núm. 6 de Ruth Crawford Seeger, el pianista logra transmitirnos una atmósfera imaginativa y soñadora. Las últimas piezas que escuchamos son el Preludio en Mi de Lucija Garuta, los Preludios de Abril de Vítezslava Kaprálová y, como cierre, la Melodíaopus 4, núm. 2 de Fanny Mendelssohn.

Al que esto escribe no le sorprende la excelente calidad interpretativa de Oyarzabal, pues es a lo que ya nos tiene acostumbrados. El músico extrae del piano una completa paleta de color que le ayuda a resaltar el aspecto más expresivo de las diferentes composiciones. Su sonido y forma de entender la música atrapan al oyente desde el primer momento. Sin duda, un ejemplo de extraordinario pianismo. ¡Imprescindible!

Por Francisco J. Balsera