Pedro Valero y Miguel Ángel Rodríguez, pianos
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Melómano de Oro
Sobre una delgada línea de 88 milagros en blanco y negro corretean las manos de los dos intérpretes. Asomados al abismo del pentagrama y tendidos sobre un sinfín de notas que las histriónicas manos de Isaac Albéniz crearon en esa España de lágrima viva y espíritu ardiente, estos dos pianistas murcianos, Miguel Ángel Rodríguez y Pedro Valero, reinventan al clásico y al genio elaborando una original y arriesgada versión de la Suite Iberia para piano a cuatro manos. Albéniz, cronista de aquella Andalucía tan nuestra, aparece por primera vez, y esto es tan atrevido como interesante, interpretado de esta inusual manera.
La Suite pierde la forma original entre los invisibles dedos de los dos virtuosos, contorsionistas cuya complicidad sobre el escenario y fuera de él se asemeja a la de una porteña pareja de tango. La transcripción realizada por Ginés Martínez Vera supone un desafío a los sentidos que lleva al límite a los pianistas, protagonistas de esta bacanal melódica que a través de sus cuatro cuadernos fue capaz de estremecer al mismísimo Olivier Messiaen. Sus movimientos, su respiración, la plasticidad de sus escorzos y la confianza que ambos se profesan son solo algunas de las características que definen la interpretación de esta plástica, cromática y, en última instancia, polifónica versión de la arrebatadora obra de Albéniz.
Aunque hay tantas versiones como teclas tiene un piano, lo cierto es que esta nueva revisión de la Suite era necesaria dada las enormes dificultades técnicas que posee la obra. Por esto, la audaz apuesta de los pianistas demuestra que (quizá), la fértil mente de Albéniz pudo albergar la idea de escribirla para esta modalidad camerística. Sea como fuere, esta nueva y única reinterpretación del clásico pone de manifiesto, no solo la indiscutible calidad de la obra, sino también las excelsas habilidades interpretativas y expresivas de los dos pianistas, artífices de una Iberia que habla con un lenguaje nuevo… tan jondo como el cante gitano.
Por Antonio Pardo Larrosa
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