Me ha sorprendido gratamente que Ander Tellería utilice un acordeón mesotónico, una rareza que se adecúa al temperamento de 1/4 comma mesotónico, tan típico de la música del Renacimiento. Para entendernos: repartir las 12 notas de la escala musical en partes notablemente desiguales, de tal manera que hay tonalidades que suenan mucho mejor que en nuestro piano actual y otras que suenan realmente duras de afinación, con algunos acordes impracticables. En definitiva, según esta teoría de afinación, un la bemol no sonaría igual que un sol sostenido, aunque físicamente sea la misma nota, porque todo depende de las notas con las cuales se relacionen.
Interpretar con acordeón repertorio de esta índole no es tan descabellado. Su sonido se parece notablemente al del órgano y, haciendo uso de la afinación comentada anteriormente, es más histórico que interpretar esa música con un piano.
Tellería nos da una lección de virtuosismo, buen gusto y variedad tímbrica del instrumento, y no solo eso: cada pieza se ha grabado en un lugar distinto del edificio donde se efectuó la toma de sonido, cosa muy atractiva e incluso psicodélica. Así, podemos escuchar acústicas reverberantes o realmente secas.
En tres de las piezas intervienen una voz a solo, una flauta de pico y un pequeño grupo vocal, lo que vuelve a ser otro acierto para dar variedad y originalidad al disco. Así, por ejemplo, en la Llama de amor viva aparece una voz solista y, sorprendentemente, su inicio recuerda al segundo movimiento del ‘Otoño’ de Las cuatro estaciones de Vivaldi. También en esa pieza se explotan los registros graves del acordeón, con notas largas que se mantienen bien aguantadas sin perder fuelle (¡nunca mejor dicho!) y con un acorde final absolutamente mesotónico, ese sabor picante que los inexpertos considerarían simplemente ‘desafinado’.
El Regina Caeli se convierte en una pieza deliciosa en donde el acordeón pasa a convertirse en una especie de órgano positivo que acompaña a las voces. Eso me recuerda a aquel famoso disco de The Hilliard Ensemble en el que en el repertorio renacentista incluyeron al saxofonista Jan Garbarek con resultados increíbles. En su momento apareció una crítica de ese disco que decía algo así como ‘bizarro pero funciona’.
Si bien el comienzo de la Corrente italiana de Cabanilles es un poco lento, el resto de los tempi están bien elegidos, el sonido es limpio y nítido y las piezas contemporáneas muy atractivas. Hablar de tempi significa también hablar de subjetividad, pues al no existir todavía el metrónomo lo que a una persona le puede parecer lento o rápido, a otra le puede dar una sensación muy diferente. Para poner otro ejemplo, en la pieza Ballo dell’ Intorchia la flauta se funde muy bien con el sonido del acordeón, al ser ambos instrumentos al regal (órgano con tubos de cobre, de sonido estridente), aquel instrumento que pide Monteverdi en su Orfeo para acompañar los recitados de Plutone.
La obra Sin horizonte es la más experimental de todas, grabada en una acústica seca, cosa que nos permite una mayor cercanía del instrumento al oyente y que es toda una exhibición de dificultad técnica, si tenemos en cuenta además su extensa duración. Al contrario que esta pieza, la Quarta Corrente de Frescobaldi suena con una acústica amplia y resonante y haciendo uso del registro que los clavecinistas (y organistas) denominamos de dos pies: la melodía principal suena, a su vez, una octava superior.
Después de analizar todos estos aspectos, no cabe más que decir que se trata de un disco sorprendente.
Por Àngel Villagrasa Pérez
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