A la hora de comentar la calidad de un disco, para ser lo más honesto posible de cara al público, además de la calidad del repertorio y su interpretación, hay también que considerar la presentación, el contenido del álbum que enmarca la grabación, la toma de sonido, o la preparación del instrumento… el piano, según el caso que nos ocupa.
El contenido de esta propuesta del sello Piano Classics nos presenta un más lírico que impetuoso compositor argentino, Carlos Guastavino, nacido en Santa Fe el mismo año que Xavier Montsalvatge lo hacía en Girona, 1912. Si el Modernismo es una corriente epocal donde nadan tendencias arquitectónicas tan diversas como Gaudí o Mackintosh, en la música no es menos la variedad y el contraste, con curvas o aristas, luces y sombras, en unos u otros. Stravinski, Falla, Bartók, Hindemith, Debussy, Ravel, Turina, o los citados, con predominio de la onda en los llamados ‘impresionistas’ frente a (o mezclándose con) la geometría de los llamados ‘neoclásicos’. Cuestión de etiquetas en continua revisión.
Aquí, la autora del programa de mano, Claudia Fallarero, doctora en Musicología por la Universidad de Valladolid (2017), de origen cubano, habla del lirismo del autor y de la afinidad, también lírica, y de proximidad geográfica del intérprete, a quien adula sin fin, aludiendo a un ‘insuperable’ control del sonido y amplio espectro de matices, quizá sin guardar la sana distancia, más allá de lo familiar y cercano, del paisanaje y aprecio personal, que seguramente ofrecería una perspectiva de más objetivable valor.
Para ser precisos, consultando otras fuentes, hemos de advertir que Marcos Madrigal no puede presentarse como el niño prodigio que sugiere su currículum, ‘nacido en La Habana en 2007’ (hace 14 años), sino que nació en 1984 (23 años antes). Cumplirá 38 el próximo 2 de enero.
Con esmerado y delicado toque, el sonido del disco, con aires nostálgicos y de salón, resulta agradable, gracias también a la toma de sonido, grabada los días 12 y 13 de marzo de 2018 en la Bottega del Pianoforte de Lugano, sobre un piano bien preparado por Lukas Fröhlich.
Por Antonio Soria
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