Jean-François Dichamp, piano
Brilliant Classics 96067
Melómano de Oro
‘En Goyescas he concentrado toda mi personalidad: me enamoré de la psicología de Goya y de su paleta… de él y de la duquesa de Alba, de sus pendencias, de sus amores, de sus requiebros…’, confesaba Granados al también pianista y compositor Joaquim Malats en una carta del 11 de diciembre de 1910; pocas fechas después daba término al Segundo Libro de la suite. El compositor llevaba trabajando en la obra desde el año anterior. Sería una colección de piezas para piano de ‘gran vuelo y dificultad’. Razón no le faltaba. Melodías con ornamentos, ritmos intrincados, texturas tan sofisticadas que precisaban de hasta tres pautas para su completa expresión; yuxtaposición de citas de temas populares y autocitas cíclicas; escalas modales parejas al complejo lenguaje armónico tardorromántico: colores vivos para una fantasía inspirada, más que en el presente, en un pasado musical idealizado cuya sonoridad popular estaba mediada por el estilo de Domenico Scarlatti. Estos son algunos de los elementos al servicio de una seducción goyesca que en Granados devino obsesión hasta mutar la riqueza del detalle pictórico en sensualidad musical.
Para Jean-François Dichamp conocer la obra de Granados fue una revelación, y durante años la interpreta alternando entre sus movimientos, sea por afinidad formal o emotiva, sonatas de Scarlatti y Soler. El animado y obstinado ritmo que evoca el rasgueo de la guitarra en la forma musical recogida en título de El fandango de candil, precede así a la Sonata K. 141 del italiano, cuyos diseños figurativos evocan también una guitarra, y a la Sonata núm. 21 de Soler, que a su vez evoca un zapateado. Quejas, o La maja y el ruiseñor, por poner otro ejemplo, que al decir de Larrocha es la más tierna y apasionada música escrita por Granados, precede a la Sonata en Fa sostenido menor K. 25, que comparte melancólica tonalidad con el tema de las Quejas, basado en la melodía de una canción popular valenciana.
Las interpretaciones de Dichamp son extraordinarias. El suyo es un piano brillante, cálido, meticuloso, que ahonda en el entramado de Goyescas con ansia de recrear el detalle. La selección de sonatas de Scarlatti y Soler, sentidas acaso desde la perspectiva interpretativa adoptada para Granados, un tanto ‘a la romántica’, no puede ser más acertada.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
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