Franz Schmidt · The Symphonies
BBC National Orchestra of Wales
Jonathan Berman, dirección
Accentus Music ACC80544
★★★★★
Nos encontramos ante un hito discográfico: las sinfonías de Franz Schmidt, que ejemplifican el mejor repertorio a caballo de los siglos XIX y XX. Su autor es de ascendencia húngara, se nacionalizó austriaco y residiendo en Viena fue alumno de Bruckner, trabajó con Mahler y conoció a Schoenberg. De hecho, sus facetas de director de orquesta, instrumentista de cámara y chelista avivaron su talento de orquestador, que daría a la posteridad cuatro sinfonías de inspiración y exquisitez que le sitúan entre los más grandes. Su estilo sigue las tradiciones clásicorrománticas vienesas heredadas de Beethoven, Schubert y Brahms e incorpora el folclore húngaro.
La Sinfonía núm. 1 data de 1896. Es de una riqueza armónica alucinante, con acordes y texturas insólitos llevando a la cumbre la forma sonata y toma de inspiración un verso de Goethe (‘Canto como los pájaros en las ramas de los árboles’). El primer movimiento es un lienzo límpido que nos desvela una cuerda ensoñadora. En el segundo el ambiente es cantable, con un despliegue posterior semejante a Wagner y Mahler. El tercero cuenta con un ritmo fresco danzable y tiene giros armónicos que recuerdan a las sinfonías de Beethoven. El Finale, de cambios temáticos en medio de una prodigiosa construcción para luego coronarse en un viento-metal solemne.
La Sinfonía núm. 2, de 1913, tiene reminiscencias de Richard Strauss, Bruckner y Max Reger. Requiere unos efectivos descomunales típicos de Mahler donde hay clímax disonantes bellísimos. El primer movimiento se concibió como sonata para piano y posee un palpitar romántico que embriagará al melómano familiarizado con las grandes sinfonías. Las variaciones vertebran el segundo: alternancia de cuerda y viento-madera, variedad de patrones rítmicos y transiciones magistrales, más propias de una escena operística. El Finale hunde sus raíces en la Inglaterra del siglo XVII, posee una cuerda de un poder descriptivo asombroso y una emoción que va creciendo despacio hasta una cumbre ¡que hay que escucharla para creerla!
Para la Sinfonía núm. 3, estrenada en 1928 y ganadora de la sección austriaca del concurso internacional Columbia Grammophone, el autor emplea en el Allegro tres temas que se engarzan para el mayor deleite del oído y el alma. Las disonancias son determinantes en el segundo, donde hay un lenguaje enigmático y unas ingeniosas síncopas. Atrayente ritmo del Scherzo, cuya gracia es un ir y venir de sonoridades que parece no tener fin; la sección del Trío se ha comparado a Schoenberg. El Finale suena en modo menor hasta que la conclusión retorna al modo mayor mediante un controlado y sutil crescendo.
La Sinfonía núm. 4 data de 1933 y la compuso tras la muerte de su hija: su conmovedor arranque por un solo de trompeta marca los designios de una obra inmensa. Después, un juego de acordes repetidos dinámicamente y pizzicati de contrabajos que simulan los latidos del corazón, una de las mejores estampas sinfónicas para el siglo XX. El segundo se inicia con un chelo que conduce a una atmósfera solemne e hipnótica donde parece que la pasión y el conflicto humanos estuvieren en su máxima expresión; su dulzura se remata en unos timbales en pianissimo. Entradas canónicas en el tercero hacia un espacio marcial con variedad de timbres y explosión del viento-metal. El Finale lo anuncian unas trompas en diálogo armónico llevado a un lienzo sonoro de tutti completos y hermosos; la conclusión es un sello fúnebre de insuperable belleza.
Versión estupenda la de estos intérpretes. Jonathan Berman extrae de la BBC National Orchestra of Wales toda la categoría y el primor de estas obras. En la Sinfonía núm. 1 la orquesta se ensortija en un juego contrapuntístico que desvela infinitos tonos y timbres mientras que la solemnidad de las trompas parece un himno. En la Sinfonía núm. 2, una acariciante cuerda, una versatilidad de variaciones bien llevadas a la cima y un delirio de sonoridades para el Finale. Dominio prodigioso en la Sinfonía núm. 3 de los múltiples diseños de la partitura así como un crescendo y un accelerando inmejorables para el último movimiento. La Sinfonía núm. 4 gusta por unos juegos dinámicos que permiten crecer y menguar con una musicalidad que cautivará al oyente, inmerso en un océano sonoro.
La carpetilla del álbum contiene un estudio muy completo del repertorio, incluyendo un diálogo entre Jonathan Berman y Martin Hoffmeister que se titula ‘Explorando el cosmos sinfónico de Franz Schmidt’, donde nos sorprendemos de la carrera tan fecunda que tuvo el compositor.
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